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El Rostro Verde

Gustav Meyrink


Novela


Capítulo I

El forastero de vestimenta distinguida, que se había detenido en la acera de la calla Jodenbree, leyó una curiosa inscripción en letras blancas, excéntricamente adornadas, en el negro rótulo de una tienda que estaba al otro lado de la calle:

Salón de artículos misteriosos
de Chidher el Verde

Por curiosidad, o por dejar de servir de blanco al torpe gentío que se apiñaba a su alrededor y se burlaba de su levita, su reluciente sombrero de copa y sus guantes —todo tan extraño en ese barrio de Amsterdam—, atravesó la calzada repleta de carros de verdura. Lo siguieron un par de golfos con las manos hondamente enterradas en sus anchos y deformados pantalones de lona azul, la espalda encorvada, vagos y callados, arrastrando sus zuecos de madera. La tienda de Chidher daba a un estrecho voladizo acristalado que rodeaba el edificio como un cinturón y se adentraba a derecha e izquierda en dos callejuelas transversales. El edificio, a juzgar por los cristales deslucidos y sin vida, parecía un almacén de mercancías cuya parte posterior daría seguramente a un Gracht (uno de los numerosos canales marítimos de Amsterdam destinados al tráfico comercial).

La construcción, en forma de dado, recordaba una sombría torre rectangular que hubiera ido hundiéndose paulatinamente en la blanda tierra turbosa, hasta el borde de su pétrea golilla —el voladizo acristalado—. En el centro del escaparate, sobre un zócalo revestido de tela roja, reposaba una calavera de papel maché amarillo oscuro. Su aspecto era muy poco natural, debido a la excesiva longitud de la mandíbula superior, a la tinta negra de las cuencas de los ojos y a las sombras de las sienes; entre los dientes sostenía un As de picas. Encima había una inscripción que decía: «Het Delpsche Orakel, of de stem uit het Geesteryk» (El oráculo de Delfos, la voz del reino de los fantasmas).


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231 págs. / 6 horas, 45 minutos / 521 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Hijas y Esposas

Elizabeth Gaskell


Novela


I. El amanecer de un día de fiesta

Permitan comenzar con ese viejo galimatías infantil. En un país había un condado, y en el condado había un pueblo, y en el pueblo había una casa, y en la casa una habitación, y en la habitación había una cama, y en la cama estaba echada una niña; completamente despierta y con ganas de levantarse, pero no se atrevía a hacerlo por temor al poder invisible de la habitación de al lado: una tal Betty, cuyo sueño no debía perturbarse hasta que dieran las seis, momento en que se levantaría «como si le hubieran dado cuerda» y se encargaría de alborotar la paz de aquella casa. Era una mañana de junio y, aunque era muy temprano, el dormitorio estaba lleno de sol, de luz, de calor.

Sobre la cajonera que había delante de la pequeña cama con cubierta de bombasí blanco que ocupaba Molly Gibson, se veía una especie de perchero primitivo para capotas, del que colgaba una meticulosamente protegida del polvo por un gran pañuelo de algodón, de una textura tan tupida y resistente que, si lo que había debajo hubiese sido un fino tejido de gasa, encaje y flores, habría quedado «hecho un zarrio» (por utilizar una de las expresiones de Betty). Pero el gorro era de dura paja, y su único adorno era una sencilla cinta blanca colocada sobre la copa, atada en un lazo. Sin embargo, había una pequeña tela encañonada en el interior, cuyos pliegues Molly conocía a la perfección, pues ¿acaso no los había hecho ella la noche antes con grandes esfuerzos? ¿Y no había un lacillo azul en esa tela, que superaba en elegancia a todos los que Molly había llevado hasta ahora?


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847 págs. / 1 día, 42 minutos / 501 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Historia del Caballero Des Grieux y de Manon Lescaut

Abate Prévost


Novela


Advertencia del autor de las Memorias de un hombre de calidad

Aunque hubiera podido incluir en mis Memorias las aventuras del caballero Des Grieux, me pareció que, no estando estrictamente relacionadas, el lector estaría más satisfecho de verlas aparte. Un relato de esta longitud habría interrumpido demasiado el hilo de mi propia historia. Aunque estoy muy lejos de atribuirme la cualidad de escritor preciso, no ignoro que una narración debe estar exenta de las circunstancias que la hagan pesada y embarazosa; éste era el precepto de Horacio:

Ut jam nunc dicat jam nunc debentia dici,
Pleraque differat, ac præsens in tempus omittat.

Pero no es necesario acudir a tan gran autoridad para probar una verdad tan sencilla, pues el buen sentido es la primera fuente de esta regla.


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173 págs. / 5 horas, 3 minutos / 835 visitas.

Publicado el 9 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Humo

Iván Turguéniev


Novela


1

El 10 de agosto de 1862, a las cuatro de la tarde, y ante el famoso salón de conversación de Baden-Baden, había extraordinaria concurrencia. El tiempo era delicioso: los árboles verdes, las blancas casas de la coqueta ciudad, las montañas que la coronan, todo respiraba un aire de fiesta y brillaba bajo los rayos del sol esplendente; todo sonreía, y un reflejo de esa sonrisa indecisa y encantadora vagaba sobre los rostros, viejos y jóvenes, feos y agradables. Las caras pintadas y pálidas de las loretas parisienses no llegaban a destruir esa impresión de alegría general; las cintas llamativas, las plumas, el oro y el acero, cuyos destellos aparecían sobre los sombreros y los velos, evocaban el animado brillo y el leve estremecimiento de flores primaverales y de alas jaspeadas; pero las notas disonantes de la jerga francesa que hablaban aquellas mujeres no tenía nada de común con el canto de los pájaros.


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186 págs. / 5 horas, 25 minutos / 259 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

La Educación Sentimental

Gustave Flaubert


Novela


Primera parte

Capítulo I

Hacia las seis de la mañana del 15 de septiembre de 1840, próximo a zarpar, el Ville de Montereau despedía grandes torbellinos de humo delante del muelle de Saint-Bernard.

La gente llegaba sin aliento; las barricas, los cables, los cestos de ropa blanca dificultaban la circulación; los marineros no contestaban a nadie; tropezaban unas con otras las personas; los bultos subían por entre los dos tambores, y el bullicio se absorbía en el ruido del vapor, que, escapándose por las tapaderas de hierro de las chimeneas, todo lo envolvía en una nube blanquecina, mientras la campana sonaba avante sin cesar.

Por fin, el barco arrancó, y las dos orillas, pobladas de tiendas, de canteros y de fábricas, desfilaron como dos anchas cintas que se desenrollan.

Un joven de dieciocho años, de pelo largo, que llevaba un álbum debajo del brazo, estaba inmóvil cerca del timón. A través de la bruma contemplaba campanarios y edificios, cuyo nombre ignoraba; después abrazó en una última ojeada la isla de Saint-Louis, la Cité, Notre-Dame, y muy pronto, al desaparecer París, lanzó un suspiro prolongado.

Frédéric Moreau, que acababa de recibir el título de bachiller, regresaba a Nogent-sur-Seine, donde debía languidecer durante dos meses antes de ir a cursar derecho. Su madre, con la suma indispensable, le había enviado al Havre a ver a un hermano suyo, del cual esperaba que fuese heredero su hijo; volvió de allí la víspera, y lamentaba no poder permanecer en la capital, siguiendo, para llegar a su provincia, el camino más largo.


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460 págs. / 13 horas, 26 minutos / 628 visitas.

Publicado el 15 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Eva Futura

Villiers de L'Isle Adam


Novela


Libro I: Edison

I. Menlo Park


Parecía el jardín una bella hembra tendida, que dormitara voluptuosamente, cerrados los párpados a los cielos abiertos. Las praderas del azul celeste se hermanaban en un círculo amojonado por las flores de luz. Los iris y las gemas de rocío pendientes de las hojas cerúleas, eran estrellas pestañeantes que abrasaban el ámbito nocturno.

GILES FLETCHER
 

A veinticinco leguas de Nueva-York, en el núcleo de un haz de hilos eléctricos, surge una casa envuelta por meditabundos jardines solitarios. Mira la fachada, la uniformidad del césped, rota por las avenidas enarenadas que llevan a un pabellón aislado. Es el número 1 de Menlo-Park. Allí vive Tomás Alva Edison, el hombre que ha hecho cautivo al eco.

Tiene éste unos cuarenta y dos años. Su fisonomía recordaba, hace poco aún, la de un francés ilustre: Gustavo Doré. Era el rostro del artista traducido en un rostro de sabio. ¡Aptitudes análogas, aplicaciones diferentes! ¿A qué edad se parecieron del todo? Quizás nunca. Las fotografías de ambos, fundidas en el estereoscopio, despiertan la impresión de que ciertas efigies de razas superiores no se realizan más que en cierto cuño de fisonomías perdidas en la Humanidad.

Confrontado con las viejas estampas, el rostro de Edison ofrece la viva reproducción de la siracusana medalla de Arquímedes. A las cinco de una tarde de estos últimos otoños, el maravilloso inventor, el mago del oído, (casi sordo, como un Beethoven de la ciencia, que ha sabido crearse el minúsculo instrumento que, no sólo acaba con la sordera, sino que desnuda y agudiza el sentido auditivo), el gran Edison estaba solo en lo hondo de su laboratorio personal, allí, en el pabellón arrancado del castillo.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.141 visitas.

Publicado el 11 de enero de 2018 por Edu Robsy.

La Hija del Capitán

Aleksandr Pushkin


Novela


Capítulo I. El sargento de la guardia


Si perteneciera a la guardia, pronto sería capitán.
«Pero no ha de ser así; no serviré en el ejército».
No es difícil imaginar las penalidades que me esperan.
… ……………………………………………………………
—¿Y de quién es hijo?

KNIAZHMIN
 

Mi padre, Andréi Petróvich Griniov, de joven sirvió con el conde Münich y se jubiló en el año 17… con el grado de teniente coronel. Desde entonces vivió en su aldea de la provincia de Simbirsk, donde se casó con la joven Avdotia Vasílevna, hija de un indigente noble de aquella región. Tuvieron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron de pequeños. Me inscribieron de sargento en el regimiento Semionovski gracias al teniente de la guardia, el príncipe B., pariente cercano nuestro, pero disfruté de permiso hasta el fin de mis estudios. En aquellos tiempos no nos educaban como ahora. A los cinco años fui confiado a Savélich, nuestro caballerizo, al que hicieron díadka mío porque era abstemio. Bajo su tutela hacia los doce años aprendí a leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien instruido sobre ello, las cualidades de un lebrel, Entonces mi padre contrató para mí a un francés, monsieur Beaupré, que fue traído de Moscú con la provisión anual de vino y de aceite de girasol. Su llegada no gustó nada a Savélich. «Gracias a Dios —gruñía éste para sus adentros—, parece que el niño está limpio, peinado y bien alimentado. ¿Para qué gastar dinero y traer a un moussié, como si los señores no tuvieran bastante gente suya?».


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117 págs. / 3 horas, 25 minutos / 163 visitas.

Publicado el 12 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Máquina del Tiempo

Herbert George Wells


Novela


INTRODUCCIÓN

El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, mostrábase encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas. Nuestros sillones, construidos según sus diseños, nos abrazaban y acariciaban en lugar de someterse a que nos sentásemos sobre ellos; y había allí esa sibarítica atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan gráciles, libres de las trabas de la exactitud. Y él nos la expuso de este modo, señalando los puntos con su afilado índice, mientras que nosotros, arrellanados perezosamente, admirábamos su seriedad al tratar de aquella nueva paradoja (eso la creíamos) y su fecundidad.

—Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo.

—¿No es más bien excesivo con respecto a nosotros ese comienzo? —dijo Filby, un personaje polemista de pelo rojo.

—No pienso pedirles que acepten nada sin motivo razonable para ello. Pronto admitirán lo que necesito de ustedes. Saben, naturalmente, que una línea matemática de espesor nulo no tiene existencia real. ¿Les han enseñado esto? Tampoco la posee un plano matemático. Estas cosas son simples abstracciones.

—Esto está muy bien —dijo el Psicólogo.

—Ni poseyendo tan sólo longitud, anchura y espesor, un cubo tener existencia real.

—Eso lo impugno —dijo Filby—. Un cuerpo sólido puede, por supuesto, existir. Todas las cosas reales...


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104 págs. / 3 horas, 2 minutos / 1.219 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 275 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Obra

Émile Zola


Novela


I

Claude pasaba por delante del Ayuntamiento, y daban las dos en el reloj, cuando estalló la tormenta. Había perdido la noción del tiempo mientras vagabundeaba por Les Halles, durante aquella noche abrasadora de julio, como el buen artista que gusta de pasear ociosamente, enamorado del París nocturno. De pronto se puso a llover a cántaros y echó a correr, a trotar desmadejado y como loco, a lo largo del quai de la Grève. Pero, en el Pont Louis-Philippe, se detuvo, irritado por sus resoplidos: aquel miedo al agua le parecía una estupidez; y, en las densas tinieblas, bajo el azote del chaparrón que inundaba los mecheros de gas, atravesó lentamente el puente con las manos bailándole.

Por lo demás, sólo le quedaban a Claude unos pocos pasos para llegar. Cuando torcía hacia el quai de Bourbon, en la Île Saint-Louis, un vivo relámpago iluminó la recta y uniforme hilera de los viejos palacetes alineados delante del Sena, al borde de la estrecha calzada. A su fulgor relumbraron los cristales de las altas ventanas sin persianas, y pudo verse el marcado aspecto triste de las antiguas fachadas con muy nítidos detalles: un balcón de piedra, un barandal de terraza y la guirnalda esculpida de un frontón. Era allí donde el pintor tenía su estudio, en el altillo del antiguo palacete de Martoy, esquina a la rue de la Femme-sans-Tête. El muelle apenas entrevisto quedó inmediatamente sumido de nuevo en las tinieblas y un formidable trueno hizo retemblar el barrio dormido.


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446 págs. / 13 horas / 146 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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