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Ivanhoe

Walter Scott


Novela


I

Así hablaban, mientras al atardecer los bien criados
cerdos regresaban a su hogar, con estrepitosos ruidos y
más desagradables gruñidos.

ALEXANDER POPE (traducción de La Odisea), HOMERO: Odisea, XIV.

En la bella comarca de la alegre Inglaterra regada por las aguas del río Don, había antiguamente un dilatado bosque que se extendía por la mayor parte de los hermosos valles y colinas que medían entre Sheffield y la placentera ciudad de Doncaster. Aún pueden verse los restos de lo que antaño fue un espeso bosque en los dominios de Wentwolth, en el parque de Wharncliffe y en los alrededores de Rotherham. En esa zona realizaba sus correrías, alimentándose de sangre, el dragón de Wantley; allí se libraron muchas de las desesperadas batallas en tiempos de la Guerra Civil de las Rosas; allí, en fin, se hicieron famosas por su intrepidez las cuadrillas de galantes bandoleros, cuyos hechos ha popularizado el cancionero inglés.


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549 págs. / 16 horas, 1 minuto / 381 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

La Bestia Humana

Émile Zola


Novela


Capítulo I

Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el pâté y la botella de vino blanco. En la mañana, la señora Victoria había echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se había convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estación abrió una ventana y apoyó en ella sus codos.

Esto sucedía en el callejón de Amsterdam, en la última casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compañía del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del quinto piso, situada en un ángulo del abuhardillado techo, daba a la estación, ancha trinchera que, cortando el barrio de Europa, ofrecía a la vista un brusco despliegue de horizonte. Y este espacio parecía aún más vasto aquella tarde, tarde de un cielo gris de mediados de febrero, de un gris húmedo y tibio que el sol atravesaba.


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429 págs. / 12 horas, 31 minutos / 480 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Casa Lúgubre

Charles Dickens


Novela


Introducción

La Casa lúgubre no es, desde luego, el mejor libro de Dickens, pero quizá sea su mejor novela. Tal distinción no es un mero artificio verbal: no deberíamos dejar de contrastarla con su obra. Esta historia en particular representa el cenit de su madurez intelectual. Madurez no significa necesariamente perfección. Sería absurdo decir que una patata madura es perfecta: a algunas personas les gustan las patatas nuevas. Una patata madura no es perfecta, pero es una patata madura; la mente de un epicúreo inteligente quizá no se encuentre capacitada sobre este asunto en particular, pero la mente de una patata inteligente admitiría al instante, sin duda, ser un espécimen auténtico y completamente desarrollado de su propia especie, ni más ni menos. En cierto grado, sucede lo mismo incluso en la literatura. Podemos intuir cuándo un humano ha llegado a su pleno desarrollo mental, hasta el extremo de desear que nunca lo hubiese alcanzado. Los niños son mucho más simpáticos que las personas mayores, pero el crecimiento es algo que existe. Cuando Dickens escribió La Casa lúgubre, había crecido.

Como Napoleón, levantó su ejército sobre la marcha. Había avanzado al frente de su tropel de enérgicos personajes como lo hizo Napoleón al frente de sus improvisados batallones de la Revolución. Y, como Napoleón, ganó batalla tras batalla antes de conocer su propio plan de campaña; como Napoleón, tenía un ejército victorioso casi antes de tener un ejército. Después de sus decisivas victorias, Napoleón comenzó a poner su casa en orden; después de sus decisivas victorias, Dickens comenzó a poner también su casa en orden. La casa, cuando la hubo arreglado, era La Casa lúgubre.


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1.097 págs. / 1 día, 8 horas / 209 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Hija del Capitán

Aleksandr Pushkin


Novela


I. El sargento de la guardia


—Si mañana pudiera ser capitán de la guardia…

—No hay necesidad; que sirva en el ejército.

—¡Bien dicho! Que sepa lo que es bueno…

—¿Y quién es su padre?

KNIAZHNÍN
 

Mi padre, Andrey Petróvich, de joven sirvió con el conde Münnich y se jubiló en el año 17… con el grado de teniente coronel. Desde entonces vivió en su aldea de la provincia de Simbirsk, donde se casó con la joven Avdotia Vasílevna Yu., hija de un indigente noble de aquella región. Tuvieron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron de pequeños. Me inscribieron de sargento en el regimiento Semiónovski gracias al teniente de la guardia, el príncipe B., pariente cercano nuestro, pero disfruté de permiso hasta el fin de mis estudios. En aquellos tiempos no nos educaban como ahora. A los cinco años fui confiado a Savélich, nuestro caballerizo, al que hicieron diadka mío porque era abstemio. Bajo su tutela hacia los doce años aprendí a leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien instruido sobre ello, las cualidades de un lebrel. Entonces mi padre contrató para mí a un francés, monsieur Beaupré, que fue traído de Moscú con la provisión anual de vino y de aceite de girasol. Su llegada no gustó nada a Savélich. «Gracias a Dios —gruñía éste para su adentros—, parece que el niño está limpio, peinado y bien alimentado. ¿Para qué gastar dinero y traer a un musié, como si los señores no tuvieran bastante gente suya?».


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117 págs. / 3 horas, 25 minutos / 306 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

La Mujer de las Dos Sonrisas

Maurice Leblanc


Novela


I. Prólogo. La extraña herida

El drama, con las circunstancias que lo prepararon y las peripecias que llevó consigo puede resumirse en unas pocas páginas, sin correr el riesgo de dejar a oscuras el más mínimo detalle necesario para llegar a la inaccesible verdad.

Todo sucedió con la mayor naturalidad del mundo. No hubo ninguna de esas amenazas solapadas que multiplica a veces el destino en el prólogo de sucesos de alguna importancia. Ningún hálito de viento anunció la tempestad. No hubo angustia. Ni siquiera una inquietud entre los que fueron espectadores de aquella pequeñez, tan trágica, por la inmensidad del misterio que la envolvió.

Veamos los hechos: el señor y la señora de Jouvelle y los invitados que recibieron en su castillo de Volnic, en Auvernia —un enorme edificio con torres cubierto de tejas rojas—, habían asistido a un concierto dado en Vichy por la admirable cantante Elisabeth Hornain. Al día siguiente, el trece de agosto, por invitación de la señora de Jouvelle, que había conocido a Elisabeth antes que hubiera pedido el divorcio contra el banquero Hornain, la cantante acudió a almorzar al castillo que sólo está a una docena de quilómetros de Vichy.

Almuerzo muy alegre. Los castellanos sabían poner en su hospitalidad aquella gracia y aquella delicadeza que da relieve a cada uno de los invitados. Éstos, en número de ocho, lucían su verbo y su ingenio. Había tres jóvenes parejas, un general retirado y el marqués Jean d’Erlemont, gentilhombre de unos cuarenta años, de gran estatura y una seducción que ninguna mujer resistía.


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188 págs. / 5 horas, 30 minutos / 219 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Mujer de Treinta Años

Honoré de Balzac


Novela


Dedicado a Louis Boulanger, pintor.

I. Primeras faltas

A principios del mes de abril del año 1813 hubo un domingo cuya mañana prometía uno de aquellos hermosos días en los que los parisienses ven por primera vez en el año sus pavimentos libres de barro y su cielo sin nubes. Antes del mediodía, un cabriolé desembocaba en la calle de Rivoli por la de Castiglione y se detuvo detrás de varios carruajes estacionados junto a la verja recién abierta en medio de la terraza de los Feuillants. El conductor de aquel rápido vehículo era un hombre de aspecto enfermizo y preocupado; unos cabellos entrecanos cubrían apenas su cráneo amarillento y lo envejecían prematuramente; echó las riendas al lacayo que, montado a caballo, seguía a su cabriolé, y apeóse para tomar en brazos a una joven cuya elegancia y hermosura llamó la atención de los desocupados que paseaban en aquellos momentos por la terraza. La joven se dejó coger complaciente por el talle cuando estuvo de pie al borde del vehículo, y rodeó con sus brazos el cuello de su guía, el cual la depositó encima de la acera sin haber arrugado la guarnición de su vestido de reps verde. Un amante no habría desplegado tantos cuidados. El desconocido debía ser el padre de aquella niña, la cual, sin darle las gracias, lo cogió familiarmente del brazo y lo llevó bruscamente hacia el jardín. El anciano padre observó las miradas asombradas de algunos jóvenes, y la tristeza impresa en su semblante borróse por un instante. Aunque hiciera tiempo que hubiera llegado a la edad en que los hombres deben contentarse con las engañosas alegrías que confiere la vanidad, esbozó una sonrisa.

—Se imaginan que eres mi mujer —dijo al oído de la joven, irguiéndose y caminando con una lentitud que para ella resultaba desesperante.


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216 págs. / 6 horas, 19 minutos / 1.077 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


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182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 281 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Prisionera

Marcel Proust


Novela


CAPÍTULO I

Vida en común com Albertina

Muy de mañana, mirando todavía a la pared y sin haber visto aún el matiz de la raya del día sobre las grandes cortinas de la ventana, sabía ya qué tiempo hacía. Me lo decían los primeros ruidos de la calle, según llegaran amortiguados y desviados por la humedad o vibrantes como flechas en el aire resonante y vacío de una mañana espaciosa, glacial y pura; en el paso del primer tranvía notaba yo si rodaba aterido en la lluvia o iba camino del azur. Y acaso a estos ruidos se había anticipado alguna emanación más rápida y más penetrante que, filtrándose en mi sueño, le infundía una tristeza que presagiaba la nieve o bien hacía entonar en él a cierto pequeño personaje intermitente tan numerosos cánticos a la gloria del sol, que acababan por provocar en mí, dormido aún, con un asomo de sonrisa y dispuestos los párpados cerrados a dejarse deslumbrar, un estrepitoso despertar en música. En aquella época, yo percibía la vida exterior sobre todo desde mi cuarto. Sé que Bloch contó que, cuando iba a verme por la noche, oía un rumor de conversación. Como mi madre estaba en Combray y él no encontraba nunca a nadie en mi habitación, dedujo que hablaba solo. Cuando, mucho más tarde, supo que Albertina vivía entonces conmigo y comprendió que la escondía de todo el mundo, dijo que por fin veía la razón de que, en aquella época de mi vida, nunca quisiera salir. Se equivocaba. Pero era muy disculpable, pues la realidad, aunque sea necesaria, no es completamente previsible; los que se enteran de algún detalle exacto sobre la vida de otro sacan en seguida consecuencias que no lo son y ven en el hecho recién descubierto la explicación de cosas que precisamente no tienen ninguna relación con él.


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496 págs. / 14 horas, 28 minutos / 192 visitas.

Publicado el 6 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Sabiduría del Padre Brown

Gilbert Keith Chesterton


Novela


La ausencia de Mr. Glass

La consulta del doctor Orion Hood, el eminente criminólogo y especialista en ciertos desordenes morales, tenía vista al mar y estaba situada en Scarborough. Desde sus ventanas de estilo francés, grandes y bien iluminadas, se podía contemplar el mar del Norte como un infinito muro exterior de mármol azul verdoso. En un lugar así, el mar tenía algo de la monotonía de un friso monocromo, pues en las estancias regía una terrible pulcritud, no muy diferente a la del mar. No debe suponerse, sin embargo, que el apartamento del Dr. Hood carecía de lujo o, incluso, de poesía. Todo lo contrario, se podían percibir claramente, pero uno sentía que no se les permitía salir de allí. El lujo estaba presente: sobre una mesa había ocho o diez cajas de los mejores cigarros, aunque situadas de tal modo que los más fuertes siempre estaban más cerca de la pared y los más suaves de la ventana. Asimismo, un mueble bar, que contenía tres tipos de licores excelentes, permanecía siempre sobre la lujosa mesa. Pero la moda mandaba que el whisky, el brandy y el ron siempre parecieran situados al mismo nivel. La poesía también estaba presente: en una esquina de la habitación se alineaban los clásicos ingleses, en otra los fisiólogos ingleses y extranjeros. Pero si alguien tomaba un volumen de Chaucer o de Shelley de uno de los anaqueles, su ausencia irritaba tanto la mirada como la falta de un diente delantero en una persona. No se podría decir si esos libros se habían leído alguna vez, probablemente si, pero su ser mismo parecía encadenarlos a sus sitios, como las biblias en las iglesias antiguas. El doctor Hood trataba sus anaqueles como si fueran la biblioteca pública.


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224 págs. / 6 horas, 32 minutos / 296 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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