I
Donde se van conociendo poco a poco la fisonomía y la patria de los personajes
—Sin embargo, es justo aceptar que la vida tiene
cosas buenas —dijo uno de los invitados que tenía los codos sobre los
brazos de su asiento de respaldo de mármol y estaba chupando una raíz de
nenúfar con azúcar.
—Y malas también, respondía, entre dos accesos de tos, otro que
había estado a punto de ahogarse con una espina de aleta de tiburón.
—Seamos filósofos, dijo entonces un personaje de más edad cuya
nariz sostenía un enorme par de anteojos de grandes cristales, montados
sobre armadura de madera. Hoy corre el riesgo de ahogarse y mañana todo
pasa como pasan los sorbos de este suave néctar.
—Ésta es la vida, ni más ni menos. Esto diciendo aquel epicúreo de
genio acomodaticio, se bebió una copa de excelente vino tibio, cuyo
ligero vapor se escapaba lentamente de una tetera metálica.
—A mí, dijo otro convidado, la existencia me parece muy aceptable cuando no se hace nada y se tienen los medios de estar ocioso.
—¡Error! Repuso el quinto comensal. La felicidad consiste en el
estudio y en el trabajo. Adquirir la mayor suma posible de conocimientos
es buscar la dicha…
—Y llegar a saber que en resumidas cuentas no se sabe nada.
—¿No es ése el principio de la sabiduría?
—¿Y cuál es el fin?
—La sabiduría no tiene fin, respondió filosóficamente el de los
anteojos. La satisfacción suprema sería tener sentido común. Entonces el
primero de los comensales se dirigió al anfitrión que ocupaba la
cabecera de la mesa, es decir, el sitio más malo, como lo exigen las
leyes de la cortesía. El anfitrión, indiferente y distraído, escuchaba,
sin decir nada aquella disertación ínter pocula.
Información texto 'Las Tribulaciones de un Chino en China'