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La Gente Terrible

Edgar Wallace


Novela


I

Henry el Lancero entró en el cuartelillo de policía de la calle Burton para presentar sus credenciales, pues había salido de Dartmoor el pasado lunes, después de siete años de reclusión.

Avanzó, cabizbajo, y, con expresión ceñuda en su cara amarilla, surcada de costurones, entregó su documento al sargento del puesto.

—Henry Beneford, licenciado. Vengo a presentarme…

Y entonces vio al inspector Long, el Apostador, como le llamaban; y sus ojos chispearon. Era una verdadera contrariedad que el Apostador estuviera presente. Resultó que había acudido a identificar a un ratero muy conocido.

—Muy buenas, inspector. ¿Aún vive usted, según veo?

—Vivo y muerdo —contestó jovialmente el inspector Arnold Long.

Henry el Lancero alargó su feo labio.

—Me extraña que su conciencia le deje dormir por las noches. ¡Por la astucia y la mentira, me ha hecho usted pasar siete años a la sombra!

—Y espero conseguirte en breve otros siete —repuso el Apostador, con animación—. Si de mí dependiera, Lancero, te mandaría a la cámara de la muerte, donde se lleva a otros perros locos como tú; y algo saldría ganando el mundo.

El prolongado labio superior del ex presidiario empezó a crisparse espasmódicamente. Los que le conocían sabían que ante advertencia tan ominosa lo más prudente era escapar; pero, aunque Arnold Long conocía perfectamente al Lancero, no se sintió alarmado en absoluto.

El hombre había sido, efectivamente, Lancero por espacio de dieciocho meses en el Ejército inglés; pero su carrera militar quedó cortada, a consecuencia de una paliza que propinó a un cabo, al que dejó sin conocimiento. Era un matón, un hombre sin escrúpulos y muy peligroso. Pero también el Apostador era hombre peligroso.


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223 págs. / 6 horas, 31 minutos / 72 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Brigada Móvil

Edgar Wallace


Novela


I

Lady’s Stairs era una desvencijada casa de madera que, suspendida sobre la caleta entre el río y el canal, miraba a aquél, dominándolo. Se la veía desde la esclusa, que indicaba el sitio donde terminaba el canal y comenzaba el ancho y barroso estuario.

Era una especie de hórreo ruinoso, soportado por gruesos pilotes de madera, cuya sucia fachada alguna vez, en lejano tiempo, habría sido pintada, pero que no volvió a serlo. Había adquirido un extraño y sombrío colorido, que le hubiese tornado invisible, a no ser por estar empotrado entre un gran almacén y la cúpula de una fundición. Por debajo de los cuartos principales corría la caleta, cuyas aguas, en épocas de crecida, subían hasta pocos pies del salón de Li Yoseph.

Lady’s Stairs, de donde tomaba su nombre, había desaparecido. En algún tiempo este oscuro y sucio desierto fue un agradable remanso del Támesis, y aún había señales de su pasado carácter bucólico. Stock Gardens era un barrio pobre situado paralelamente al canal. Lavender Lane y Lordhouse Road no eran menos desagradables, y donde las casas de vecindad levantaban sus feos tejados y los gritos de los niños que jugaban sonaban día y noche, aún se seguía llamando The Meadows (La Pradera).

Li Yoseph tenía costumbre de sentarse en su saloncito, observar los barcos carboneros amarrar, en marea alta, en Brands Wharf y contemplar las gabarras, remolcadas despacio hacia la esclusa. Encontraba motivo de satisfacción en que, alargando el cuello fuera de la ventana, podía ver también los grandes barcos holandeses que bajaban del río hacia el mar.

La Policía no tenía nada contra Li Yoseph. Le conocía por ser comprador de objetos robados y contrabandista, pero sin pruebas de ello, y no esperaba encontrarlas en esta necesaria visita suya de ahora, como tampoco las había encontrado en las anteriores.


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249 págs. / 7 horas, 16 minutos / 66 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Día de la Concordia

Edgar Wallace


Novela


Prólogo

En pie, ante una larga mesa de acero, un joven trabajaba afanosamente, armado de unas pinzas y un punzón. El objeto de su atención era un molde o plancha de imprenta, y aunque le temblaba la mano y por razones de conveniencia propia, trabajaba con solo una de las doscientas bombillas que iluminaban el inmenso taller de la imprenta de Ponters, no cometía ningún error. En una ocasión, alzó la cabeza y escuchó. No había más ruido que el repiqueteo de una linotipia en el piso de abajo, donde el turno de noche estaba componiendo una revista dominical; y sirviendo de fondo a este martilleo, el ruido sordo y prolongado de las prensas en el sótano.

El hombre que trabajaba se limpió el sudor de la frente; e inclinándose de nuevo sobre la forma prosiguió su labor con increíble rapidez.

Era un hombre de veintitrés a veinticuatro años. Tenía la cara redonda y los ojos apagados. Tom Elmers era aficionado a la bebida algo más de lo prudente; y desde el día en que Delia Sennett le había dicho, en su tono tranquilo y reposado, que tenía otros planes muy distintos de los que él le exponía con tal vehemencia, no había intentado reprimir sus inclinaciones.

De nuevo levantó la cabeza y escuchó, llevando la mano a la llave de la luz, dispuesto a apagarla; pero no oyó ningún ruido de pasos en el pasillo de piedra; y continuó su trabajo.

Tan embargado estaba que, cuando llegó realmente la interrupción, no se dio cuenta de la presencia de otra persona en el taller; y, sin embargo, debería haber recordado que cuando Joe Sennett estaba de servicio nocturno, invariablemente llevaba zapatillas; también debería haber sabido que la puerta giratoria se abría sin producir ruido.

El viejo Joe Sennett, regente de la imprenta Ponters Limited, quedó en pie, recostado en la puerta y mirando con asombro al solitario obrero. Luego se acercó suavemente y se detuvo a la altura de este.


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143 págs. / 4 horas, 10 minutos / 123 visitas.

Publicado el 5 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Vagabundo del Norte

Edgar Wallace


Novela


Capítulo I

El vagabundo aquel parecía menos inofensivo de lo que todos suelen ser, y más peligroso, porque estaba jugando con una impresionante pistola automática, tirándola con una mano y cogiéndola con la otra, balanceándola con el gatillo sostenido en el índice, mientras la miraba inclinarse a un lado y a otro, o dejándola, deslizarse entre las manos hasta que el cañón apuntaba al suelo. La pistola era como un juguete; no podía apartar de ella sus ojos ni sus manos, y cuando cansado de la diversión, se la metió en un bolsillo de sus destrozados pantalones, la desaparición fue momentánea. De nuevo la sacó para agitarla y darle vueltas.

—¡Esto no puede ser! —dijo en voz alta, no sólo una vez, sino varias, mientras se entretenía.

Indudablemente era inglés, y lo que un vagabundo inglés hacia en los arrabales de Littleburg, en el estado de Nueva York, es cosa que requiere una explicación, que de momento no se da.

No era una persona atrayente, aun del modo que los vagabundos suelen serlo. Tenía la cara arañada y sucia, llevaba barba de una semana y en un ojo se notaban las huellas de un puñetazo propinado por un compañero, a quien había despertado en momento inoportuno. Podía explicar la hinchazón del rostro por una intoxicación; pero nadie tenía interés en preguntárselo. Su camisa, sin cuello, estaba manchada; lo que quería ser una chaqueta tenía por bolsillos hendiduras sin fondo; y echado para atrás, mientras manejaba la pistola, sostenía en la cabeza un sombrero viejo, deformado y con la cinta comida por las ratas.

—¡Esto no puede ser!—dijo el vagabundo, que se llamaba Robin. La pistola se le fue de las manos y cayó a sus pies. Exclamó: «¡Uf!», y se frotó el dedo que asomaba por debajo del zapato.

Alguien cruzaba el bosquecillo. Se metió la pistola en el bolsillo y acercándose sigilosamente a unos arbustos, se echó a tierra.


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168 págs. / 4 horas, 55 minutos / 75 visitas.

Publicado el 4 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Profecía de Cloostedd

Joseph Sheridan Le Fanu


Novela


I. El George and Dragon

El precioso pueblecito de Golden Friars —alzándose al borde del lago, cercado por un anfiteatro de montañas purpúreas, ricas en matices y surcadas de elevados barrancos, cuando los altos hastiales y las estrechas ventanas de sus casas de basalto y el campanario de la vieja iglesia que aún difunde sus tañidos en la tarde se vuelven plateados bajo la luz de la luna, y los negros olmos de su alrededor proyectan sombras inmóviles sobre la yerba del suelo— es una de las visiones más singulares y hermosas que he contemplado jamás.

Allí se eleva, «como por arte de magia», tan tenue y etéreo que apenas podría creérsele más consistente que el reflejo de un cuadro en la bruma de la noche.

Una tranquila noche de verano, brillaba la luna espléndida sobre la fachada del George and Dragon, el cómodo mesón de Golden Friars, con el ejemplar más solemne de vieja enseña de mesón, quizá, que queda en Inglaterra. Está de cara al lago; la carretera que bordea la orilla pasa junto a la escalinata que sube hasta la puerta del vestíbulo, enfrente de la cual, al otro lado de la carretera, entre dos grandes postes y enmarcada en una especie de orla caprichosa de hierro forjado con espléndidos dorados, se balancea la famosa enseña de San Jorge y el Dragón en suntuosos colores.

En el gran salón del George and Dragon, se encontraban tres o cuatro viejos habitués de tan agradable lugar, descansando un poco después de las fatigas de la jornada.

Dicho salón es una cómoda estancia con paredes revestidas de roble; y cada vez que el aire es lo bastante frío, en los meses de verano, como en la presente ocasión, el fuego ayudaba a templarlo. Este fuego, casi siempre de leña, proyectaba un grato parpadeo sobre los muros y el techo, sin llegar a calentar el ambiente en exceso.


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159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 118 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Habitación del Dragón Volador

Joseph Sheridan Le Fanu


Novela


Prólogo

El curioso caso que voy a exponerles lo trata el doctor Hesselius de manera penetrante, y más de una vez, en su extraordinario ensayo sobre las drogas en la oscura Edad Media.

En este ensayo, que el autor titula Mortis Imago, se trata acerca del Vinum laetiferum, la Beatifica, el Somnus Angelorum, el Hypnus Segarum, el Agua Thessalliae y otras veinte infusiones y destilaciones, conocidas de los sabios que vivieron hace ochocientos años, dos de las cuales, según él, aún son utilizadas por la cofradía de los ladrones, según revelan a veces investigaciones policiales.

El ensayo en cuestión, Mortis Imago, ocupará, si no me equivoco, dos volúmenes, el noveno y el décimo, de las obras completas del doctor Martin Hesselius.

Debo señalar, para concluir, que dicho ensayo está curiosamente enriquecido con abundantes citas de poemas y textos medievales, las más interesantes de las cuales, por extraño que pueda parecer, son egipcias.

He seleccionado este caso particular entre muchos otros igualmente sorprendentes, pero, a mi entender, menos interesantes desde el punto de vista narrativo; he escogido esta forma de relato particular simplemente porque me parece más entretenida.

I. En ruta

En el año de gracia de 1815 yo acababa de heredar, con veintitrés años de edad, una sustanciosa cantidad en fondos consolidados y otros valores bursátiles. La primera caída de Napoleón había abierto el continente europeo a los viajeros ingleses, presuntamente deseosos de instruirse a través del conocimiento directo de otros países; y yo —superado definitivamente el ligero «jaque de los cien días» por el genio de Wellington en el campo de Waterloo— me sumé a aquella riada humana en busca de enseñanzas.


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Protegido por copyright
143 págs. / 4 horas, 11 minutos / 244 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Madriguera del Gusano Blanco

Bram Stoker


Novela


Dedicatoria

A mi amiga Berta Nicoll
con afectuosa estima.

I. La llegada de Adam Santon

Adam Salton pasó casualmente por el Empire Club de Sydney y se encontró con una carta de su tío abuelo. Poco menos de un año antes había tenido noticias del anciano caballero, Richard Salton, revelándole su parentesco y asegurándole que no había podido escribirle más pronto a causa de sus enormes dificultades en dar con el paradero de su sobrino nieto. Adam quedó muy complacido y respondió cordialmente; a menudo había oído a su padre hablar de la rama más antigua de la familia con quienes él y los suyos habían perdido el contacto hacía mucho tiempo. Había comenzado una interesante correspondencia. Adam abrió apresuradamente la carta que acababa de llegar, que contenía una amable invitación para instalarse en Lesser Hill con su tío abuelo tanto tiempo como le fuera posible.


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172 págs. / 5 horas, 2 minutos / 213 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

Klosterheim o La Máscara

Thomas De Quincey


Novela


I

El invierno de 1633 se había instalado con una severidad poco común en Suabia y Baviera a pesar de que apenas había transcurrido la primera semana de noviembre. En realidad, nuestro relato comienza el día ocho de ese mes, o, según nuestros cómputos modernos, el dieciocho; fecha muy tardía, como venía siendo habitual en los últimos años, para ampliar el curso de las operaciones militares sin perder demasiadas fuerzas. En efecto, últimamente se había puesto de manifiesto que, sin suspender las hostilidades o ni siquiera disminuirlas, campañas enteras de invierno habían entrado a formar parte de la política del sistema de guerra que en aquel tiempo se extendía rápidamente por toda Alemania, amenazando con transformar sus provincias centrales, hasta hacía poco edenes florecientes de paz y prosperidad, en un erial de lamentos. Ya había convertido regiones inmensas en un solo campo de batalla, o de matanza humana, haciendo recordar a cada paso, por los infinitos monumentos de su destrucción, la felicidad pasada. Esta innovación en las viejas prácticas bélicas la habían introducido los ejércitos suecos, cuyas costumbres y entrenamiento nórdicos les predisponían felizmente para recibir el invierno alemán como un cambio beneficioso; mientras que para los soldados de Italia, España y el sur de Francia, a quienes la dura transición de sus soleados cielos había convertido el mismo clima en una severa prueba, este cambio de política los hostigaba con penas que a veces paralizaban sus esfuerzos.


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Protegido por copyright
164 págs. / 4 horas, 47 minutos / 116 visitas.

Publicado el 20 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre que No Era Nadie

Edgar Wallace


Novela


1. Una carta misteriosa

Bien, ¡ya le has cazado! ¿Que piensas de él? Los labios delgados de August Javot esbozaron una cínica sonrisa, mientras contemplaba el espectáculo. La confusión reinaba en el pequeño gabinete; los muebles habían sido arrimados a las paredes, a fin de dejar a los bailarines un poco más de espacio. La mano de un borracho había arrancado un aplique eléctrico de un tabique, y un gran jarrón de lilas blancas había sido roto y arrojado al suelo, donde yacía, formando un montón de trozos de china y flores deshojadas. En un rincón de la estancia lanzaba sus notas mecánicas una pianos, y media docena de parejas se movían al compás de un pasodoble, dando pasos vacilantes entre una babel de risas y chillidos histéricos.

La hermosa muchacha que estaba al lado de August Javot paseó la mirada por la habitación; y detuvo los ojos en un joven enrojecido, que en aquel momento trataba de sostenerse en el aire con las manos apoyadas en la pared, animado por los ensordecedores gritos de otro, que parecía algo más sereno que el acróbata improvisado.

Alma Trebizond levantó ligerísimamente las cejas; y se volvió para mirar a Javot.

—No se puede escoger —dijo con aire de satisfacción—, ¿no le parece? Pero es un baronet del Reino Unido y tiene una renta de cuarenta mil libras al año.

—Y el collar de diamantes de los Tynewood —murmuró Javot—. Será una cosa original verte con cien mil libras en diamantes alrededor de tu lindo cuello, querida.

La muchacha lanzó un largo suspiro, como persona que se ha atrevido a mucho y que ha alcanzado más de lo que esperaba.

—Todo ha ido mejor de lo que yo creía —dijo, y añadió—: He puesto un anuncio en los periódicos.

Javot la miró fijamente. Era un hombre de rostro delgado, anguloso, algo calvo. Sus ojos parecían los de un halcón, cuando se volvió hacia la joven para observarla con seriedad.


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136 págs. / 3 horas, 58 minutos / 175 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

La Cuarta Plaga

Edgar Wallace


Novela


Prólogo

Al sur de Florencia, a unas sesenta millas y a una distancia de casi tres veces igual del oeste de Roma sobre tres colinas, está enclavada Siena, la más uniforme de todas las ciudades de Toscana.

En el Terzo de Cittá, ignoro en qué región, está el palacio Festini.

Se encuentra en un lugar apartado; es de magnificencia suntuosa al par que solemne, y como data de la época del contiguo Baptisterio de San Giovanni, viene a ser como un resto desmoronado y severo de aquel sagrado edificio, que en un gesto de rebeldía ha querido subsistir para ir destruyéndose a su placer.

Aquí, con una grandeza ruin, moraban los Festini, quienes se decían ser descendientes nada menos que de Guido Novello, del cual escribió Compagni, el archiapologista: «El conte Guido non aspettó il fine, una senza dare colpo di spada, si parti».

Los Festini eran una familia cuyo nombre oía la nobleza italiana con expresión imperturbable. Si optabais por alabarlos, se produciría un asentimiento cortés, o si los condenabais, seríais oídos en silencio; pero si inquiríais respecto a su situación jerárquica, podéis tener la seguridad que, desde Roma hasta Milán, vuestra pregunta tropezaría con un inmediato, cuando no invariable, cambio de tema.

Los Festini, cualesquiera que fuesen sus relaciones con Guido «el Cobarde», en realidad llevaban a cabo los procedimientos de los Polomei, los Salvani, los Ponzi, los Piccolomino y los Forteguerri.

Las venganzas de la Edad Media revivieron y fueron mantenidas por estos productos de la civilización del siglo XIX, y el viejo Salvani Festini es bien notorio que había sobrepasado el límite prescrito para los agravios de su propia familia y se había aliado, ya activamente o por simpatía, con toda sociedad que amenazase al buen gobierno de Italia.


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187 págs. / 5 horas, 27 minutos / 78 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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