Textos etiquetados como Novela no disponibles | pág. 9

Mostrando 81 a 90 de 414 textos encontrados.


Buscador de títulos

etiqueta: Novela textos no disponibles


7891011

Bajo las Lilas

Louisa May Alcott


Novela


Capítulo 1

La avenida de los olmos estaba cubierta de malezas, el gran portón nunca se abría, y la vieja casona permanecía cerrada desde hacía varios años. No obstante, se escuchaban voces por ese lugar, y las lilas, inclinándose sobre el alto muro parecían decir: «¡Qué interesantes secretos podríamos revelar si quisiésemos!…», en tanto que del otro lado del portón, una caléndula procuraba alcanzar el ojo de la cerradura para espiar lo que ocurría en el interior.

Si por arte de magia hubiera crecido de súbito y mirado dentro cierto día de junio, habría visto un cuadro extraño pero encantador. Evidentemente, alguien iba a dar allí una fiesta.

Un ancho sendero de lajas color gris oscuro bordeado de arbustos que se unían formando una bóveda verde iba del portón hacia el «porch». Flores silvestres y malezas salvajes crecían por doquier cubriendo todo con un hermosísimo manto. Un tablón sostenido por dos troncos que estaba en medio del sendero se hallaba cubierto por un descolorido y gastado chal, encima del cual había sido dispuesto, muy elegantemente, un diminuto juego de té. A decir verdad, la tetera había perdido su pico, la lechera su asa, y el azucarero su tapa, y en cuanto a las tazas y los platos, todos se hallaban más o menos deteriorados; pero la gente bien educada no toma en cuenta esas insignificancias y sólo gente bien educada había sido invitada a la fiesta.


Información texto

Protegido por copyright
272 págs. / 7 horas, 57 minutos / 238 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Muchacha Anticuada

Louisa May Alcott


Novela


1. La llegada de Polly

—Es hora de ir a la estación, Tom.

—Pues, venga, vamos.

—Oh, yo no voy. Hace mucha humedad y se me desharían los rizos si saliera en un día como este. Quiero estar presentable cuando llegue Polly.

—No querrás que vaya yo solo y traiga a una desconocida a casa, ¿no? —Tom estaba alarmado, como si su hermana le hubiera propuesto escoltar a una mujer salvaje de Australia.

—Pues claro que sí. Debes ir a recogerla tú. Y, si no fueras un oso, hasta te gustaría.

—¡Qué cara que tienes! Supongo que debería ir, pero tú dijiste que también vendrías. ¡La próxima vez no pienso preocuparme por tus amigas! ¡No, señor! —Tom se levantó resuelto del sofá pese a su indignación, aunque el efecto de esta quedaba empañado en cierto modo por una cabeza despeinada y por el aparente descuido de sus ropas en general.

—Venga, no te enfades. Convenceré a mamá para que permita que venga a visitarte ese tal Ned Miller, que tan bien te cae, cuando se haya ido Polly —dijo Fanny con la esperanza de apaciguar su malhumor.

—¿Cuánto tiempo se quedará? —exigió Tom, arreglándose con una sacudida.

—Un mes o dos, probablemente. Es tan agradable… se quedará mientras se sienta a gusto.

—Entonces no se quedará mucho tiempo si puedo evitarlo —murmuró Tom, que consideraba a las chicas la parte superflua de la creación. Los chicos de catorce años tienden a opinar de ese modo, lo que tal vez resulte bastante adecuado dado que, como suelen cambiar radicalmente, tienen la oportunidad de dejarse llevar por una buena chica, metafóricamente hablando, cuando, tres o cuatro años después, se convierten en los más serviles esclavos de «esas molestas chicas».


Información texto

Protegido por copyright
332 págs. / 9 horas, 41 minutos / 251 visitas.

Publicado el 20 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Casa del Páramo

Elizabeth Gaskell


Novela


I

Si uno tuerce a la izquierda después de pasar junto a la entrada techada del cementerio de la iglesia de Combehurst, llegará al puente de madera que cruza el arroyo; al seguir el sendero cuesta arriba, y aproximadamente a un kilómetro, encontrará una pradera en la que sopla el viento, casi tan extensa como una cadena de colinas, donde las ovejas pacen una hierba baja, tierna y fina. Desde allí se divisa Combehurst y la hermosa aguja de su iglesia. Tras cruzar esos pastos hay un terreno comunal, teñido de tojos dorados y de brezales color púrpura, que en verano impregnan el aire apacible con sus cálidas fragancias. Las suaves ondulaciones de las tierras altas forman un horizonte cercano sobre el cielo; la línea sólo queda interrumpida por un bosquecillo de abetos escoceses, siempre negros y sombríos, incluso a mediodía, cuando el resto del paisaje parece bañado por la luz del sol. La alondra aletea y canta en lo alto del cielo; a demasiada altura… en un lugar demasiado resplandeciente para que podamos verla. ¡Miradla! Aparece de pronto… pero, como si le costara abandonar aquel fulgor celestial, se detiene y flota en medio del éter. Luego desciende bruscamente hasta su nido, oculto entre los brezales, visible únicamente para los ojos del Cielo y de los diminutos insectos brillantes que recorren los flexibles tallos de las flores. De un modo que recuerda al repentino descenso de la alondra, el sendero baja abruptamente entre el verdor; y en una hondonada entre las colinas cubiertas de hierba, hay una vivienda que no es grande ni pequeña, a caballo entre una cabaña y una casa. Tampoco es una granja, aunque esté rodeada de animales. Es, o más bien era, en la época de la que hablo, la morada de la señora Browne, la viuda del antiguo coadjutor de Combehurst. Residía allí con su vieja y leal criada y sus dos hijos, un niño y una niña.


Información texto

Protegido por copyright
128 págs. / 3 horas, 45 minutos / 808 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Prima Phillis

Elizabeth Gaskell


Novela


Capítulo I

Es maravilloso para un joven disponer por primera vez de un alojamiento para él solo. Creo que nunca me he sentido tan satisfecho y orgulloso como el día en que, a los diecisiete años, me senté en un pequeño cuarto triangular encima de una pastelería de Eltham, la capital del condado. Mi padre se había despedido de mí aquella tarde después de dictarme unas cuantas normas elementales de conducta que me sirvieran de guía en mi nueva vida. Yo iba a trabajar con el ingeniero del ferrocarril encargado de la construcción del pequeño ramal de Eltham a Hornby. Mi padre me había conseguido ese empleo, que estaba un poco por encima de su categoría; aunque tal vez debería decir, por encima de la posición en que había nacido y crecido, pues la gente le trataba cada vez con mayor consideración y respeto. Era mecánico de oficio, pero tenía cierto talento para la invención, además de mucha perseverancia, y había ideado importantes mejoras para la maquinaria del ferrocarril. No lo hacía por dinero, aunque, como es lógico, aceptase el que le llegaba merced al curso natural de las cosas. Desarrollaba sus ideas porque, como él decía, «hasta que no les daba forma, le obsesionaban día y noche». Pero no hablaré más de mi querido padre; un país es afortunado cuando tiene muchos hombres como él. Era un espíritu independiente por ascendencia y por convicción; y eso fue, creo, lo que le empujó a alquilarme una habitación encima de la pastelería. La tienda era de dos hermanas del pastor de nuestra comunidad, lo cual se consideró una especie de salvaguarda de mi moralidad cuando me acosaran las tentaciones de una capital de condado, con un salario de treinta libras anuales.


Información texto

Protegido por copyright
123 págs. / 3 horas, 35 minutos / 142 visitas.

Publicado el 17 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Rosa en Flor

Louisa May Alcott


Novela


I. Volver a casa

Tres jóvenes estaban juntos en un muelle en un brillante día de octubre esperando la llegada de un barco con una impaciencia que encontró un choque en las animadas escaramuzas de un pequeño muchacho, que invadió las instalaciones, como un fuego fatuo que ofrecía mucha diversión a los otros grupos reunidos allí.

—Ellos son los Campbell, a la espera de su prima, que ha estado en el extranjero durante varios años con su tío, el doctor —susurró una señora a otra, mientras el más hermoso de los hombres jóvenes se tocaba el sombrero a su paso, arrastrando al niño, a quien había rescatado de una expedición un poco más abajo entre las pilas.

—¿Quién es ese? —preguntó el desconocido.

—El príncipe Charlie, le llaman un buen muchacho, el más prometedor de los siete, pero un poco rápido, dice la gente —respondió el primer orador con un movimiento de cabeza.

—¿Los otros son sus hermanos?

—No, primos. El más viejo es Archie, un joven ejemplar. Él acaba de entrar en los negocios con su tío el comerciante y será una honra para su familia. El otro, con las gafas y sin los guantes es Mac, el extraño, ¿quién acaba de salir de la universidad?

—¿Y el niño?

—Oh, él es Jamie, el hermano menor de Archibald, y la mascota de la familia entera. Piedad sobre nosotros, ¿qué sería de ellos en caso de no aferrarse a él?

La charla de las señoras acabó repentinamente allí, porque en el momento en que Jamie había sido atrapado en un tonel, el barco apareció a la vista y todo lo demás quedó en el olvido.

Al pasar lentamente para entrar en el muelle, una voz juvenil gritó:


Información texto

Protegido por copyright
314 págs. / 9 horas, 10 minutos / 898 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Norte y Sur

Elizabeth Gaskell


Novela


Capítulo I. Las prisas de la boda

Cortejada, casada y demás

—¡Edith! —susurró Margaret con dulzura—. ¡Edith!

Pero Edith se había quedado dormida. Estaba preciosa acurrucada en el sofá del gabinete de Harley Street con su vestido de muselina blanca y cintas azules. Si Titania se hubiese quedado dormida alguna vez en un sofá de damasco carmesí, ataviada con muselina blanca y cintas azules, podrían haber tomado a Edith por ella. Margaret se sintió impresionada de nuevo por la belleza de su prima. Habían crecido juntas desde niñas, y todos menos Margaret habían comentado siempre la belleza de Edith; pero Margaret no había reparado nunca en ello hasta los últimos días, en que la perspectiva de su separación inminente parecía realzar todas las virtudes y el encanto que poseía. Habían estado hablando de vestidos de boda y de ceremonias nupciales; del capitán Lennox y de lo que él le había explicado a Edith sobre su futura vida en Corfú, donde estaba destacado su regimiento; de lo difícil que era mantener un piano bien afinado (algo que Edith parecía considerar uno de los problemas más tremendos que tendría que afrontar en su vida de casada), y de los vestidos que necesitaría para las visitas a Escocia después de la boda. Pero el tono susurrado se había ido haciendo cada vez más soñoliento hasta que, tras una breve pausa, Margaret comprobó que sus sospechas eran ciertas y que, a pesar del murmullo de voces que llegaba de la sala contigua, Edith se había sumido en una plácida siestecilla de sobremesa como un suave ovillo de cintas, muselina y bucles sedosos.


Información texto

Protegido por copyright
561 págs. / 16 horas, 23 minutos / 1.252 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Cranford

Elizabeth Gaskell


Novela


I. Nuestra sociedad

Cranford, en primer lugar, está en poder de las Amazonas; los inquilinos de todas las casas que sobrepasan cierto alquiler son mujeres. Cuando un matrimonio viene a establecerse a la ciudad, de una manera u otra el marido desaparece, bien por el miedo cerval que le causa ser el único hombre en las veladas de Cranford, bien porque debe permanecer con su regimiento o en su buque, o los negocios que le ocupan le retienen toda la semana en la gran ciudad comercial vecina de Drumble, que dista sólo veinte millas por ferrocarril. En suma, que sea lo que sea lo que les ocurra a los caballeros, no viven en Cranford. ¿Y qué iban a hacer allí? El médico tiene un partido de treinta millas y duerme en Cranford, pero no todos los hombres pueden ser médicos. Para mantener los cuidados jardines repletos de flores exquisitas sin que una mala hierba los afee; para ahuyentar a los rapaces que contemplan con anhelo dichas flores a través de las verjas; para espantar a los gansos que se aventuran en los jardines si por azar queda la cerca abierta; para decidir en materia de literatura y política sin inquietarse por razones o argumentos innecesarios; para obtener una información clara y correcta de los asuntos de todos los miembros de la parroquia; para mantener a las pulcras sirvientas en admirable disciplina; para la generosidad (un poco dictatorial) con el menesteroso y para los tiernos y mutuos buenos oficios que se prestan cuando están en dificultades, las damas de Cranford se bastan por completo. «¡Un hombre estorba tanto en una casa!», me comentó una de ellas una vez. Aunque conocen a la perfección los procederes de cada una, muestran una indiferencia absoluta por la opinión de las otras.


Información texto

Protegido por copyright
226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 135 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Hijas y Esposas

Elizabeth Gaskell


Novela


I. El amanecer de un día de fiesta

Permitan comenzar con ese viejo galimatías infantil. En un país había un condado, y en el condado había un pueblo, y en el pueblo había una casa, y en la casa una habitación, y en la habitación había una cama, y en la cama estaba echada una niña; completamente despierta y con ganas de levantarse, pero no se atrevía a hacerlo por temor al poder invisible de la habitación de al lado: una tal Betty, cuyo sueño no debía perturbarse hasta que dieran las seis, momento en que se levantaría «como si le hubieran dado cuerda» y se encargaría de alborotar la paz de aquella casa. Era una mañana de junio y, aunque era muy temprano, el dormitorio estaba lleno de sol, de luz, de calor.

Sobre la cajonera que había delante de la pequeña cama con cubierta de bombasí blanco que ocupaba Molly Gibson, se veía una especie de perchero primitivo para capotas, del que colgaba una meticulosamente protegida del polvo por un gran pañuelo de algodón, de una textura tan tupida y resistente que, si lo que había debajo hubiese sido un fino tejido de gasa, encaje y flores, habría quedado «hecho un zarrio» (por utilizar una de las expresiones de Betty). Pero el gorro era de dura paja, y su único adorno era una sencilla cinta blanca colocada sobre la copa, atada en un lazo. Sin embargo, había una pequeña tela encañonada en el interior, cuyos pliegues Molly conocía a la perfección, pues ¿acaso no los había hecho ella la noche antes con grandes esfuerzos? ¿Y no había un lacillo azul en esa tela, que superaba en elegancia a todos los que Molly había llevado hasta ahora?


Información texto

Protegido por copyright
847 págs. / 1 día, 42 minutos / 502 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Mary Barton

Elizabeth Gaskell


Novela


«¿Cómo sabes tú —podría exclamar el atribulado novelista— que aquí donde me ves no soy el más insensato de los mortales y que mi ficticia y asnal biografía no encontrará a unos u otros, en cuyos aún más asnales oídos podría, si así lo quiere la Providencia, instilar alguna cosa?». Nosotros respondemos: «Nadie lo sabe ni nadie puede saberlo con certeza; así que sigue escribiendo, digno hermano, como mejor puedas y te haya sido concedido».

CARLYLE


Nimm nur, Fährmann, nimm die Miethe,
Die ich gerne dreifach biete!
Zween, die mit mir überfuhren,
Waren geistige Naturen.
 


Información texto

Protegido por copyright
483 págs. / 14 horas, 6 minutos / 271 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Mujercitas

Louisa May Alcott


Novela


Primera parte

1. El juego de los peregrinos

—Sin regalos, la Navidad no será lo mismo —refunfuñó Jo, tendida sobre la alfombra.

—¡Ser pobre es horrible! —suspiró Meg contemplando su viejo vestido.

—No me parece justo que unas niñas tengan muchas cosas bonitas mientras que otras no tenemos nada —añadió la pequeña Amy con aire ofendido.

—Tenemos a papá y a mamá, y además nos tenemos las unas a las otras —apuntó Beth tratando de animarlas desde su rincón.

Al oír aquellas palabras de aliento, los rostros de las cuatro jóvenes, reunidas en torno a la chimenea, se iluminaron un instante, pero se ensombrecieron de inmediato cuando Jo dijo apesadumbrada:

—Papá no está con nosotras y eso no va a cambiar por una buena temporada. —No se atrevió a decir que tal vez no volviesen a verle nunca más, pero todas lo pensaron, al recordar a su padre, que estaba tan lejos, en el campo de batalla.

Guardaron silencio y, al cabo de unos minutos, Meg añadió visiblemente emocionada:

—Ya sabéis que mamá propuso no comprar regalos estas Navidades porque este invierno será duro para todos y porque cree que no deberíamos gastar dinero en caprichos cuando los soldados están sufriendo en la guerra. No podemos hacer mucho por ayudar, solo un pequeño sacrificio, y deberíamos hacerlo de buen grado, pero me temo que yo no puedo. —Meg meneó la cabeza pensando en todas las cosas hermosas que le apetecía tener.

—Yo no creo que lo poco que podemos gastar sirviera de mucho. Solo tenemos un dólar cada una, y en poco ayudaríamos al ejército si se lo entregáramos. Me parece bien que no nos hagamos regalos las unas a las otras, pero me niego a renunciar a mi ejemplar de Undine y Sintram. Hace mucho que deseo conseguirlo… —dijo Jo, que era un verdadero ratón de biblioteca.


Información texto

Protegido por copyright
619 págs. / 18 horas, 4 minutos / 1.139 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

7891011