Prólogo
Sobre las cinco de la tarde del 14 de enero de
1815, un sacerdote precedido de una vieja que parecía servirle de guía,
caminaba por entre la nieve que se extendía desde el villorrio de
Wimille al pequeño puerto de Ambleteuse, situado entre Boulogne y
Calais, y en el cual Jacobo II, expulsado de Inglaterra, desembarcó en
1688. El paso del sacerdote era precipitado, como si alguien lo esperase
con impaciencia; y para, resguardarse del viento incómodo, y frío que
soplaba, de las costas de Inglaterra, iba envuelto en su manteo. Crecía
la marea, y se percibía el mugido, de las olas confundido con el áspero
ruido de los guijarros que el flujo y reflujo arrojaba a la playa.
Al cabo de media hora de caminar por un sendero que señalaba una
doble hilera de macilentos olmos, desnudos en invierno, por los rigores
de la estación, maltrechos en verano por la acción de los vientos del
mar, la vieja, desviándose hacia la derecha, tomó por un camino apenas
visible bajo la nieve que lo cubría, y que conducía, a una pequeña casa
edificada en la ladera de una colina que dominaba el paisaje. A través
de los vidrios de la ventana se distinguía un punto luminoso, única
señal que denunciaba la presencia de esta vivienda completamente perdida
en la obscuridad.
Diez minutos bastaron a los dos viajeros para llegar al umbral de
la puerta, que se abrió en el acto, al tiempo que una voz fresca y dulce
dijo con ligero acento, inglés:
—¡Venga usted, señor abad!; mi madre le espera impaciente.
La vieja se apartó para dar paso al clérigo, tras el cual penetró
en la choza. La joven cerró la puerta, y en la pieza inmediata, la única
que estaba alumbrada, hizo ademán de señalar a un mujer que con
dificultad se incorporaba en el lecho.
—¿Es él? —preguntó la enferma, en inglés y con voz débil.
—Sí, madre mía —respondió la joven en el mismo idioma.
Información texto 'Historia de una Cortesana'