Volumen I
I. Una ciudad en plena alegría
Un extranjero llegado a la ciudad más importante de
Illinois en la mañana del día 3 de abril de 1897 hubiera podido, con
perfecta razón, considerarse como un favorito del dios de los viajeros.
Su agenda se hubiera enriquecido dicho día con notas curiosas, propias
para hilvanar artículos sensacionales. Y, de haber prolongado su
estancia en Chicago durante algunos meses, hubiera tomado parte en las
emociones, la agitación, las alternativas de esperanza y
desfallecimiento, la fiebre, en suma, de aquella gran ciudad, que
parecía haber perdido el juicio.
Desde las ocho de la mañana, una enorme multitud, siempre en
aumento, se dirigía hacia el Barrio Veintidós. Es éste uno de los más
ricos, y está situado entre la Avenida Norte y la División Street,
siguiendo la dirección de los paralelos, y, siguiendo la dirección de
los meridianos, entre North Halstedt y Lake Shore Drive, que bañan las
aguas del Michigan. Es sabido que las ciudades modernas de los Estados
Unidos orientan sus calles en relación con las longitudes y latitudes,
dándoles la regularidad de líneas de un tablero de damas.
Un agente de la policía municipal, que se hallaba de guardia en la esquina de Beethoven Street y North Wells Street, murmuraba:
—¿Es que toda la ciudad va a invadir este barrio? Era este agente
un individuo de alta estatura, de origen irlandés, como la mayor parte
de sus compañeros, valerosos guardias que gastan la casi totalidad de un
sueldo de mil dólares en combatir la inextinguible sed, tan natural a
los nacidos en la verde Erín.
—¡Hoy será día de provecho para los rateros! —respondió uno de sus
compañeros, no menos robusto que el primero, ni menos sediento e
irlandés.
Información texto 'El Testamento de un Excéntrico'