Textos más populares este mes etiquetados como Novela no disponibles | pág. 7

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El Judío Errante

Eugène Sue


Novela


Dedicatoria

Aceptad la dedicatoria de este libro, mi querido Camilo; es un recuerdo de sincera amistad y a la par un testimonio de vivo agradecimiento. Nunca olvidaré que vuestros excelentes trabajos, frutos de una larga y hábil experiencia, me han servido para poner de relieve y en movimiento en mi modesta esfera de narrador, algunos hechos consoladores o terribles, más o menos relacionados con el problema de la organización del trabajo, cuestión que dominará bien pronto todas las otras, por ser de vida o muerte para las masas.

Si en la mayor parte de los episodios de esta obra, he intentado poner de manifiesto la acción admirablemente benéfica y práctica que un hombre de corazón noble y de espíritu ilustrado, podría ejercer sobre la clase obrera, a vos os lo debo.

Si por contraste he pintado las horribles consecuencias del olvido de la justicia, de toda caridad, de toda simpatía hacia los desgraciados, que llenos de privaciones, de miserias y de dolor, hace mucho tiempo sufren en silencio sin reclamar más que el derecho al trabajo, es decir, un salario cierto, proporcionado a sus labores y a sus módicas necesidades, a vos también debe agradecerse.

La tierna y respetuosa afección que os profesa esa muchedumbre de obreros a quien empleáis, y cuya condición moral y material mejoráis cada día, es una de esas raras y gloriosas excepciones que hacen más censurable aún el egoísmo, al cual un pueblo de trabajadores honrados y laboriosos se ve con frecuencia impunemente sacrificado.

Adiós, amigo; dedicaros este libro, a vos, artista eminente, a vos, uno de los más nobles corazones y de los más claros talentos que conozco, es manifestar que a falta de ingenio, se encontrarán por lo menos en mi obra tendencias saludables y convicciones generosas. Es todo vuestro.
 


EUGENIO SUE.

París 25 de junio de 1844.


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1.278 págs. / 1 día, 13 horas, 17 minutos / 324 visitas.

Publicado el 11 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Máquina del Tiempo

Herbert George Wells


Novela


INTRODUCCIÓN

El Viajero a través del Tiempo (pues convendrá llamarle así al hablar de él) nos exponía una misteriosa cuestión. Sus ojos grises brillaban lanzando centellas, y su rostro, habitualmente pálido, mostrábase encendido y animado. El fuego ardía fulgurante y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, en forma de lirios de plata, se prendía en las burbujas que destellaban y subían dentro de nuestras copas. Nuestros sillones, construidos según sus diseños, nos abrazaban y acariciaban en lugar de someterse a que nos sentásemos sobre ellos; y había allí esa sibarítica atmósfera de sobremesa, cuando los pensamientos vuelan gráciles, libres de las trabas de la exactitud. Y él nos la expuso de este modo, señalando los puntos con su afilado índice, mientras que nosotros, arrellanados perezosamente, admirábamos su seriedad al tratar de aquella nueva paradoja (eso la creíamos) y su fecundidad.

—Deben ustedes seguirme con atención. Tendré que discutir una o dos ideas que están casi universalmente admitidas. Por ejemplo, la geometría que les han enseñado en el colegio está basada sobre un concepto erróneo.

—¿No es más bien excesivo con respecto a nosotros ese comienzo? —dijo Filby, un personaje polemista de pelo rojo.

—No pienso pedirles que acepten nada sin motivo razonable para ello. Pronto admitirán lo que necesito de ustedes. Saben, naturalmente, que una línea matemática de espesor nulo no tiene existencia real. ¿Les han enseñado esto? Tampoco la posee un plano matemático. Estas cosas son simples abstracciones.

—Esto está muy bien —dijo el Psicólogo.

—Ni poseyendo tan sólo longitud, anchura y espesor, un cubo tener existencia real.

—Eso lo impugno —dijo Filby—. Un cuerpo sólido puede, por supuesto, existir. Todas las cosas reales...


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104 págs. / 3 horas, 2 minutos / 1.231 visitas.

Publicado el 19 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Almas Muertas

Nikolái Gógol


Novela


PRIMERA PARTE

CAPÍTULO I

Frente a la puerta de la fonda de la ciudad provinciana de N. se detuvo un cochecillo de apariencia bastante grata, con suspensión de ballestas, como los que acostumbran a utilizar los solterones: tenientes coroneles retirados, capitanes, propietarios que tienen más de cien siervos, en resumen, todos aquellos a los que se da el nombre de señores de medio pelo. En el cochecillo viajaba un caballero que no era ni guapo ni feo, ni demasiado gordo ni flaco; no podía afirmarse que fuera viejo, aunque tampoco se podía decir que fuera muy joven. Su llegada a la ciudad no fue causa del menor ruido ni se vio acompañada de nada que se saliera de lo normal. Solamente dos campesinos rusos que se hallaban en la puerta de la taberna, frente de la fonda, hicieron alguna pequeña observación, que, por lo demás, concernía más al coche que a su dueño.

—Mira esta rueda —dijo uno de ellos a su compañero—. ¿Crees que con ella llegaría a Moscú, si tuviera que ir allí?

—Sí llegaría —contestó el otro.

—Y hasta Kazán, ¿crees que alcanzaría?

—Hasta Kazán no —repuso el otro.

Y en este punto concluyó la conversación. Digamos también que cuando el coche se aproximaba a la fonda se cruzó con un joven que llevaba unos pantalones blancos de fustán, extremadamente cortos y estrechos, y un frac que pretendía ajustarse a la moda, y bajo el cual asomaba la lechuguilla, sujeta con un alfiler de bronce de Tula que tenía la forma de una pistola. El joven volvió la cabeza, se quedó contemplando el coche, llevó después su mano a la gorra, que poco había faltado para que el viento se la llevara, y continuó su camino.


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474 págs. / 13 horas, 50 minutos / 443 visitas.

Publicado el 29 de enero de 2017 por Edu Robsy.

A la Sombra de las Muchachas en Flor

Marcel Proust


Novela


PRIMERA PARTE

Cuando en casa se trató de invitar a cenar por vez primera al señor de Norpois, mi madre dijo que sentía mucho que el doctor Cottard estuviera de viaje, y que lamentaba también haber abandonado todo trato con Swann, porque sin duda habría sido grato para el ex embajador conocer a esas dos personas; a lo cual repuso mi padre que en cualquier mesa haría siempre bien un convidado eminente, un sabio ilustre, como lo era Cottard; pero que Swann, con aquella ostentación suya, con aquel modo de gritar a los cuatro vientos los nombres de sus conocidos por insignificantes que fuesen, no pasaba de ser un farolón vulgar, y le habría parecido indudablemente al marqués de Norpois "hediondo", como él solía decir. Y la tal respuesta de mi padre exige unas cuantas palabras de explicación, porque habrá personas que se acuerden quizá de un Cottard muy mediocre y de un Swann que en materias mundanas llevaba a una extrema delicadeza la modestia y la discreción. En lo que a este último se refiere, lo ocurrido era que aquel Swann, amigo viejo de mis padres, había añadido a sus personalidades de "hijo de Swann" y de Swann socio del jockey otra nueva (que no iba a ser la última): la personalidad de marido de Odette. Y adaptando a las humildes ambiciones de aquella mujer la voluntad, el instinto y la destreza que siempre tuvo, se las ingenió para labrarse, y muy por bajo de la antigua, una posición nueva adecuada a la compañera que con él había de disfrutarla. De modo que parecía otro hombre.


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674 págs. / 19 horas, 40 minutos / 1.191 visitas.

Publicado el 6 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Condesa de Charny

Alejandro Dumas


Novela


I. LA TABERNA DEL PUENTE DE SEVRES

Si el lector tiene a bien recordar un instante nuestra novela Ángel Pitou, y, abriendo el tomo segundo, fija un momento su mirada en el capítulo titulado La noche del 5 al 6 de octubre, verá descritos algunos hechos que no estará demás tenga presentes antes de dar principio a este libro, el cual comienza con la mañana del 6 del mismo mes.

Después de citar nosotros algunas líneas importantes de este capítulo, resumiremos los hechos que deben preceder en la continuación de nuestro relato, y esto se hará con el menor número posible de palabras.

Estas líneas son las siguientes:

«A las tres, como ya hemos dicho, todo estaba apaciguado en Versalles, y la misma Asamblea, tranquilizada por el informe de sus ujieres, se había retirado.

«Confiábase en que esta tranquilidad no se perturbaría,

«Pero se confiaba mal.

«En casi todos los movimientos populares que preparan las grandes revoluciones hay un tiempo de espera, durante el cual se cree que todo ha concluido y que se puede dormir sin cuidado; pero se incurre en un error.

«Detrás de los hombres que hacen los primeros movimientos, están los que esperan a que éstos terminen, y que, fatigados o satisfechos, pero no queriendo en ningún caso ir más lejos, dejan a los otros entregarse al descanso.

«Entonces es cuando a su vez, esos hombres desconocidos, misteriosos agentes de las pasiones fatales, se deslizan en las multitudes, continúan su obra allí donde la dejaron, y llevándola hasta sus últimos límites, espantan, al despertar, a los que les abrieron camino y se echaron después en medio de éste, creyendo que ya estaba todo arreglado y conseguido el fin».

Hemos nombrado tres de esos hombres en el libro de que tomamos las pocas líneas que preceden.


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1.573 págs. / 1 día, 21 horas, 53 minutos / 477 visitas.

Publicado el 10 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin Contra Herlock Sholmes

Maurice Leblanc


Novela


La dama rubia

1. El número 514, serie 23

El 8 de diciembre del año pasado, el señor Gerbois, profesor de matemáticas en el Liceo de Versalles, descubrió entre el batiburrillo de una tienda de compraventa, un pequeño secrétaire de caoba que le agradó por la variedad de sus gavetas.

«He aquí lo que necesito para el cumpleaños de Suzanne», pensó.

Y como se las ingeniaba, en la medida de sus modestos recursos, por complacer a su hija, le quitó el precio y pagó la suma de sesenta y cinco francos.

Cuando daba su dirección, un joven de aspecto elegante y que hacía un buen rato iba husmeando de un lado para otro, vio el mueble y preguntó:

—¿Cuánto?

—Está vendido —replicó el dueño de la tienda.

—¡Ah!… ¿Al señor, quizá?

El señor Gerbois saludó y, tanto más contento por haber comprado un mueble que le gustaba a un semejante, se retiró.

Pero no había dado diez pasos en la calle cuando se le unió el joven, el cual, con el sombrero en la mano y un tono de perfecta cortesía, le dijo:

—Le ruego que me perdone, señor. Pero voy a hacerle una pregunta indiscreta… ¿Buscaba ese secrétaire con mayor interés que cualquier otra cosa?

—No. Buscaba una balanza de ocasión para algunos experimentos físicos.

—Entonces, ¿no le importa mucho?

—Sí me importa.

—¿Porque es antiguo tal vez?

—Porque es cómodo.

—En ese caso, ¿consentiría en cambiarlo por otro secrétaire tan cómodo como ése, pero en mejor estado?

—Éste está en buen estado y el cambio me parece inútil.

—Sin embargo…

El señor Gerbois era hombre fácilmente irritable y de carácter receloso. Respondió secamente:

—Le suplico, señor, que no insista.

El desconocido se plantó delante de él.


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184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 1.691 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arsenio Lupin y la Aguja Hueca

Maurice Leblanc


Novela


1. El disparo

Raimunda aguzó el oído. De nuevo y por dos veces consecutivas aquel ruido se hizo escuchar lo bastante claro para poder diferenciarlo de los demás ruidos confusos que violaban el silencio de la noche; pero era a la vez tan débil que ella no hubiera sabido decir si su origen había sido próximo o lejano, si se producía dentro de los muros del vasto castillo o bien fuera, entre los rincones tenebrosos del parque.

Se levantó despacio. Su ventana estaba entornada y la abrió de par en par. La claridad de la luna descansaba sobre un tranquilo paisaje de céspedes y bosquecillos donde las ruinas dispersas de la antigua abadía se recortaban formando siluetas trágicas, columnas truncadas, ojivas incompletas, esbozos de pórticos y fragmentos de arbotantes. Un ligero vientecillo flotaba sobre la superficie de las cosas, deslizándose por entre las ramas desnudas e inmóviles de los árboles, pero agitando las hojas recién nacidas de los macizos.

Y de pronto, el mismo ruido… Provenía del lado de la izquierda y por encima del piso en que ella vivía, es decir, de los salones que ocupaban el ala occidental del castillo.

Aun siendo valiente y fuerte, la joven sintió la angustia del miedo. Se puso sus ropas de noche y tomó las cerillas.

—Raimunda… Raimunda…

Una voz débil como un suspiro la llamaba desde la habitación vecina, cuya puerta no estaba cerrada. Se dirigió hacia allí a tientas, cuando Susana, su prima, saltó a su encuentro y se arrojo sobre sus brazos.

—Raimunda…, ¿eres tú?… ¿Has oído?…

—Sí… ¿Entonces no duermes?

—Creo que es el perro el que me ha despertado… hace ya largo tiempo… Pero después no ha vuelto a ladrar. ¿Qué hora será?

—Deben ser aproximadamente las cuatro.

—Escucha… Alguien anda caminando por el salón.

—No hay peligro. Tu padre está allí, Susana.


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194 págs. / 5 horas, 39 minutos / 1.588 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Cura de Aldea

Honoré de Balzac


Novela


I. Verónica

Dentro de la zona baja de Limoges, en la esquina de la calle de la Vieille-Poste y la calle de la Cité, había, hace treinta años, una de esas tiendas en las cuales parece que nada haya cambiado desde la Edad Media. Unas grandes losas rotas en mil sitios y encajadas sobre un suelo húmedo a trechos, habrían hecho caer a cualquiera que no se hubiese fijado en los hoyos y los resaltos de ese singular enlosado. No obstante la capa de polvo de las paredes, se veía un curioso mosaico de madera y de ladrillos, de piedra y de hierro, ensamblados con una solidez debida al tiempo, o quizá al azar. Desde hacía más de cien años, el techo, sostenido por grandes vigas, se doblaba, sin romperse, a causa del peso de los pisos superiores. Hechos de mampostería, esos pisos tenían por el lado exterior una capa de pizarra con dibujos geométricos y conservaba una imagen fidedigna de las viejas construcciones burguesas. Ninguna de las ventanas con marco de madera, en otro tiempo adornadas con esculturas y hoy destruidas por las inclemencias atmosféricas, conservaba su línea primitiva; unas se curvaban, otras eran convexas y algunas estaban desencajadas, y todas tenían una costra de tierra en las grietas que fueron abriendo las lluvias y en las que durante la primavera crecían algunas florecillas, una que otra tímida planta trepadora y mucha hierba. El musgo forraba los techos y los antepechos. El pilar de la esquina, aunque era de manipostería compuesta, o sea, una mezcla de piedras, ladrillos y guijarros, ponía, debido a su curvatura, los pelos de punta a cualquiera que lo mirase; parecía que de un momento a otro cedería bajo el peso del edificio, cuya pared delantera tenía una inclinación de más de un palmo. De ahí que las autoridades municipales decidieron derribar esa casa, después de compraría, con el propósito de darle más anchura a la calle.


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288 págs. / 8 horas, 25 minutos / 196 visitas.

Publicado el 1 de abril de 2017 por Edu Robsy.

Esplendores y Miserias de las Cortesanas

Honoré de Balzac


Novela


Cómo aman las prostitutas

El año 1824, en el último baile de la Ópera, algunas máscaras quedaron admiradas de la belleza de un joven que se paseaba por los corredores y por el salón de descanso en esa actitud propia del que busca a una mujer a quien, circunstancias imprevistas, retienen en el baile. El secreto de aquel paso, ora presuroso, ora indolente, sólo es conocido por algunas ancianas y por unos cuantos callejeros eminentes. En aquella inmensa sala de citas, la multitud observa poco a la multitud, los intereses son apasionados y hasta la ociosidad parece preocupada. El joven petimetre estaba tan ensimismado en su inquieta busca, que no notaba su éxito: no veía, y no oía siquiera las exclamaciones burlonamente admirativas de ciertas máscaras, los asombros serios, los mordaces chistes y las palabras dulces que le dirigían. Aunque su belleza lo clasificase entre el número de personajes excepcionales que van al baile de la Ópera a buscar una aventura, y que la esperan cual se esperaba un premio en la ruleta cuando Frascati vivía, parecía estar seguro de su fortuna. Nuestro joven iba a ser el héroe de uno de esos misterios de tres personajes que componen todo el baile de máscaras de la Ópera, y que son conocidos solamente por los que desempeñan algún papel; porque, para las damas que van allí a fin de poder decir: Yo he visto; para los provincianos, para los jóvenes inexpertos, para los extranjeros, la Ópera suele ser la mansión del cansancio y del aburrimiento. Para éstos, aquella multitud negra, lenta, agitada, que va, viene, serpentea, da vueltas, sube, baja y sólo puede ser comparada a un hormiguero, es tan incomprensible como la Bolsa para un aldeano que ignora la existencia del papel del Estado. Salvo raras excepciones, en París los hombres no se disfrazan: un hombre con dominó parece ridículo. En esto brilla el genio de la nación.


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Publicado el 13 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Profesor

Charlotte Brontë


Novela


Prefacio

Este pequeño libro se escribió antes que Jane Eyre y Shirley y, sin embargo, no puede pedirse indulgencia para él so pretexto de ser un primer intento. No lo fue, desde luego, pues la pluma que lo escribió había sufrido un desgaste considerable en una práctica de varios años. Cierto es que no había publicado nada antes de empezar El profesor, pero en más de una tosca tentativa, destruida prácticamente al ser terminada, había perdido todo gusto por la narrativa recargada y redundante en favor de una hogareña sencillez. Al mismo tiempo, había adoptado un conjunto de principios sobre la cuestión de los episodios y demás que, en teoría, merecerían la aprobación general, pero cuyos resultados, al ser llevados a la práctica, son a menudo para un autor motivo más de sorpresa que de placer. Me decía que mi héroe debía abrirse camino en la vida tal como había visto que hacían hombres reales, que no debía recibir jamás un solo chelín que no hubiera ganado, que ningún vuelco súbito debía elevarlo de la noche a la mañana en riqueza y posición social, que cualquier pequeño bien que pudiera adquirir debía obtenerlo con el sudor de su frente, que antes de hallar siquiera un cenador en el que sentarse debía ascender al menos hasta la mitad de la Colina de la Dificultad, que jamás habría de casarse con una mujer rica, ni hermosa, ni con una dama de alcurnia. Como hijo de Adán, habría de compartir su destino: trabajo durante toda la vida combinado con una moderada dosis de placer.


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282 págs. / 8 horas, 13 minutos / 413 visitas.

Publicado el 14 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

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