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Sin Nombre

Wilkie Collins


Novela


Para
Francis Carr Beard
(Miembro del Real Colegio de Cirujanos de
Inglaterra)
En recuerdo de la época en que se escribieron
las últimas escenas de esta historia

PREFACIO

El propósito principal de esta historia es despertar el interés del lector por un tema que han tratado algunos de los más grandes escritores, vivos o muertos, pero que ni ha sido agotado ni podrá agotarse nunca, pues se trata de un tema que interesará siempre a la humanidad. Aquí se presenta otro libro que describe la lucha de un ser humano bajo las influencias opuestas del Bien y del Mal, influencias que todos hemos sentido, que todos conocemos. En mi ánimo estaba convertir a «Magdalen», que personifica esta lucha, en un personaje patético incluso en su terquedad y su error, y he intentado con todas mis fuerzas obtener ese resultado por el medio menos importuno y menos artificial de todos: ateniéndome estrictamente, durante todo el libro, a la verdad tal como es en la Naturaleza. No ha sido fácil cumplir con este propósito, y me ha servido de gran aliento (durante la publicación de la historia en forma periódica) saber, con la autoridad que dan sus muchos lectores, que el objetivo que me había marcado puede considerarse conseguido hasta cierto punto.


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838 págs. / 1 día, 27 minutos / 209 visitas.

Publicado el 6 de enero de 2017 por Edu Robsy.

Bel-Ami

Guy de Maupassant


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Cuando la dependienta le entregó la vuelta de sus cinco francos, George Duroy salió del restaurante.

Presumido por naturaleza y por petulante reminiscencia de su época como suboficial, hinchó el pecho, se atusó el bigote con un gesto marcial que le era característico y arrojó sobre los comensales que llegaban con retraso una mirada rápida y circunspecta, una de esas miradas de gavilán que todo lo abarca y penetra.

A su paso, las mujeres levantaron la cabeza. Eran tres obrerillas, una profesora de música, de cierta edad, reñida con el peine, desaliñada, que solía llevar su sombrero polvoriento y un vestido hecho a zurcidos; finalmente dos señoras de medio pelo, con sus correspondientes maridos, todos ellos parroquianos asiduos de aquel bodegón con cubiertos a precio fijo.

Ya en la acera, Duroy permaneció un momento inmóvil, como si se preguntase qué haría. Era el 29 de junio, y, para terminar el mes, le quedaban en el bolsillo tres francos y cuarenta céntimos, lo cual valía por dos almuerzos, sin las respectivas comidas, o bien por dos comidas sin los almuerzos correspondientes, a elegir. Pensó que si las refacciones matinales le suponían un gasto de un franco y diez céntimos, en lugar del uno cincuenta que le costarían las colaciones vespertinas, aún podía disponer, si se contentaba con los almuerzos, de su superávit de un franco y veinte céntimos, lo que suponía dos bocadillos de salchichón y el supremo placer de sus noches. Y echó calle de Notre Dame de Lorette abajo.


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339 págs. / 9 horas, 54 minutos / 209 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Abadesa de Castro

Stendhal


Novela


I

El melodrama nos ha mostrado con tanta frecuencia a los bandoleros italianos del siglo dieciséis, y tanta gente ha hablado sobre ellos sin conocerlos, que hoy en día tenemos al respecto una idea completamente equivocada. En general puede decirse que estos bandidos actuaron como oposición a los gobiernos atroces que, en Italia, sucedieron a las repúblicas de la Edad Media. El nuevo tirano era normalmente el ciudadano más rico de la difunta república y, para seducir a la plebe, adornaba la ciudad con iglesias magníficas y hermosos cuadros. Así lo hicieron los Polentini de Roma, los Manfredi de Faenza, los Riario de Ímola, los Cane de Verona, los Bentivoglio de Bolonia, los Visconti de Milán y, por último, los menos belicosos y los más hipócritas de todos, los Médicis de Florencia. De entre los historiadores de estos pequeños estados, nadie se atrevió a narrar los innumerables envenenamientos y asesinatos provocados por el miedo que atormentaba a esos pequeños tiranos; estos historiadores tan serios estaban en su nómina. El lector debe tener presente que todos estos tiranos conocían personalmente a cada uno de los republicanos por los que se sabían execrados (por ejemplo, el gran duque de Toscana, Cosme, trataba con Strozzi), que muchos de estos tiranos perecieron asesinados, y así se comprenderán los odios profundos, las suspicacias eternas que insuflaron tanto ingenio y valentía a los italianos del siglo dieciséis, y tanta genialidad a sus artistas. Veremos que estas pasiones profundas impidieron el nacimiento de ese prejuicio tan ridículo al que, desde los tiempos de madame de Sévigné, llamamos «honor» y que consiste sobre todo en sacrificar la propia vida para servir al amo del que hemos nacido vasallos, y para complacer a las damas.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 209 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2018 por Edu Robsy.

Tom Sawyer en el Extranjero

Mark Twain


Novela


1. Tom busca nuevas aventuras

¿Creéis que Tom Sawyer estaba contento después de todas aquellas aventuras? Quiero decir, las aventuras que corrimos por el río, en los tiempos en que liberamos a nuestro negro Jim, y Tom fue herido en la pierna de un disparo). No, no estaba satisfecho. Eso sólo le hacía desear más. Tal fue el efecto que tuvieron aquellas aventuras. Veréis: cuando los tres descendíamos por el río cubiertos de gloria, como podría decirse, después de aquel largo viaje, y el pueblo nos recibió con una procesión de antorchas y discursos, con toda la gente vitoreando y aplaudiendo, algunos hasta se emborracharon, y nos convirtieron en héroes…, aquello era lo que Tom Sawyer había ansiado ser desde siempre.

Durante cierto tiempo estuvo satisfecho. Todo el mundo hablaba bien de él, y Tom levantaba orgulloso la nariz, y se paseaba por todo el pueblo como si le perteneciera. Algunos le llamaban Tom Sawyer, el viajero, y eso le hacía hincharse tanto que parecía a punto de reventar. Se mofaba bastante de mí y de Jim, pues nosotros habíamos bajado el río sólo con una balsa, y volvíamos en un barco de vapor, mientras que Tom había ido y vuelto en vapor. Los muchachos nos tenían mucha envidia a Jim y a mí, pero ¡demonios!, ante Tom sucumbían.

Bueno, yo no lo sé; tal vez habría estado contento si no hubiera sido por el viejo Nat Parsons, el jefe de correos, enormemente largo y delgado; parecía un tipo de buen corazón, tonto y calvo debido a su edad. Tal vez el animal viejo más parlanchín que yo haya visto jamás.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 206 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Los Pequeños Burgueses

Honoré de Balzac


Novela


La calle del Torniquete de San Juan, cuya descripción pudo parecer fatigante en su tiempo —al principio del estudio titulado Una familia doble (ver las Escenas de la vida privada)—, ese ingenuo detalle del viejo París, sólo tiene hoy esa existencia tipográfica. Para construir la Casa Ayuntamiento tal como se encuentra hoy se destruyó todo un barrio.

En 1830, los transeúntes podían aún ver el torniquete pintado en la muestra de un vinatero; pero esa casa fue derruida más tarde. Recordar este servicio no significa anunciar otro del mismo género. ¡Desgraciadamente el viejo París desaparece con espantosa rapidez! Aquí y allá quedarán, ora un tipo de casa medieval, como la que fue descrita al comienzo de El gato que juega a la pelota, y de la que hoy subsisten uno o dos ejemplares; ora la casa que habitaba el juez Popinot, en la calle Fouarre, espécimen de la vieja burguesía. Aquí los restos de la casa de Fulbert; allá las orillas del Sena, construidas bajo Carlos IX. Nueva Old mortality, ¿por qué no ha de salvar el historiador de la sociedad francesa estas curiosas expresiones del pasado, imitando al viejo de Walter Scott, que reparaba las tumbas? Ciertamente, de diez años a esta parte, los gritos de la literatura no han sido vanos: el arte comienza a cubrir con sus flores las innobles fachadas de esas que llaman en París maisons de produit, y a las que Victor Hugo compara burlonamente con cómodas.


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183 págs. / 5 horas, 21 minutos / 195 visitas.

Publicado el 15 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

El Regreso de Don Quijote

Gilbert Keith Chesterton


Novela


AWR. Titterton

Mi querido Titterton, esta parábola dirigida a los reformadores sociales fue pensada y escrita, en parte, mucho antes de la guerra, por lo que con respecto a ciertas cosas, desde el fascismo a las danzas negras, carecía por completo de una intención profética. Fue su generosa confianza, sin embargo, lo que la sacó del polvoriento cajón en el que estaba guardada, y aunque dudo sinceramente que el mundo encuentre motivos para agradecérselo, son tantos los míos para mostrarle mi gratitud y reconocer cuanto ha hecho usted por nuestra causa, que le dedico este libro.

Con todo mi afecto, G. K. Chesterton

I. Un desconchón en la casta

Había mucha luz en el extremo de la habitación más larga y amplia de la Abadía de Seawood porque en vez de paredes casi todo eran ventanas. Esa parte de la habitación daba al jardín, haciendo terraza y asomándose al parque. Era una mañana de cielo despejado. Murrel, a quien todos llamaban el Mono por algún motivo que ya nadie recordaba, y Olive Ashley, aprovechaban la buena luz para pintar. Ella lo hacía en un lienzo pequeño y él en otro muy grande.

Meticulosa, se aplicaba la joven dama en la elaboración de pigmentaciones extrañas, como remedando esas joyas lisas e impresas de brillo medieval que tanto la entusiasmaban y a las que tenía por una especie de expresión vaga, aunque ella la pretendía explícita, de un pasado histórico rutilante. El Mono, por el contrario, era decididamente moderno; usaba de latas llenas de colores muy crudos y de pinceles que de tan grandes parecían escobas. Con eso manchaba grandes lienzos y también no menos grandes láminas de latón, destinado todo ello a decorar una obra de teatro de aficionados de la que aún sólo estaban en los ensayos. Hay que decir que ni ella ni él sabían pintar; y que ni se les pasaba por la cabeza saberlo. Ella, sin embargo, al menos lo intentaba con denuedo. Él no.


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251 págs. / 7 horas, 20 minutos / 186 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Mujer de los Ojos Verdes

Maurice Leblanc


Novela


1. … Y la inglesa de los ojos azules

Raoul de Limézy se paseaba por los bulevares alegremente como un hombre feliz que sólo tiene que mirar para disfrutar de la vida, de sus espectáculos encantadores y de la alegría ligera que ofrece París en ciertos días luminosos del mes de abril. De estatura media, tenía una silueta a la vez delgada y poderosa. Las mangas de su chaqueta se hinchaban en el lugar de los bíceps, y su torso se arqueaba por encima de una cintura fina y ágil. El corte y el tejido de sus vestidos denotaban un hombre que da importancia a la elección de la ropa.

Cuando pasaba frente al Gimnasio tuvo la impresión de que un caballero, que caminaba junto a él, seguía a una dama, impresión cuya exactitud pudo comprobar acto seguido.

Nada parecía a Raoul más cómico ni más divertido que un caballero que sigue a una dama. Siguió pues, al caballero que seguía a la dama, y los tres, uno tras otro, a distancias convenientes, deambularon a lo largo de los tumultuosos bulevares. Era necesaria toda la experiencia del barón de Limézy para adivinar que aquel caballero seguía a aquella dama, ya que dicho señor ponía una discreción de gentleman para que la dama no sospechara nada. Raoul de Limézy fue tan discreto como él y, mezclándose con los paseantes apresuró el paso para no perder de vista a los personajes.

Visto por detrás, el caballero se distinguía por una raya impecable que dividía sus negros y engomados cabellos, y por un terno, igualmente impecable, que ponía de relieve sus anchos hombros y su alta estatura. Visto por delante, exhibía un rostro correcto, provisto de una cuidada barba y de tez fresca y rosada. Tal vez treinta años. Certidumbre en su paso. Importancia en su gesto. Vulgaridad en el aspecto. Anillos en los dedos. Boquilla de oro para el cigarrillo que fumaba.


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202 págs. / 5 horas, 54 minutos / 186 visitas.

Publicado el 21 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Testamento de un Excéntrico

Julio Verne


Novela


Volumen I

I. Una ciudad en plena alegría

Un extranjero llegado a la ciudad más importante de Illinois en la mañana del día 3 de abril de 1897 hubiera podido, con perfecta razón, considerarse como un favorito del dios de los viajeros. Su agenda se hubiera enriquecido dicho día con notas curiosas, propias para hilvanar artículos sensacionales. Y, de haber prolongado su estancia en Chicago durante algunos meses, hubiera tomado parte en las emociones, la agitación, las alternativas de esperanza y desfallecimiento, la fiebre, en suma, de aquella gran ciudad, que parecía haber perdido el juicio.

Desde las ocho de la mañana, una enorme multitud, siempre en aumento, se dirigía hacia el Barrio Veintidós. Es éste uno de los más ricos, y está situado entre la Avenida Norte y la División Street, siguiendo la dirección de los paralelos, y, siguiendo la dirección de los meridianos, entre North Halstedt y Lake Shore Drive, que bañan las aguas del Michigan. Es sabido que las ciudades modernas de los Estados Unidos orientan sus calles en relación con las longitudes y latitudes, dándoles la regularidad de líneas de un tablero de damas.

Un agente de la policía municipal, que se hallaba de guardia en la esquina de Beethoven Street y North Wells Street, murmuraba:

—¿Es que toda la ciudad va a invadir este barrio? Era este agente un individuo de alta estatura, de origen irlandés, como la mayor parte de sus compañeros, valerosos guardias que gastan la casi totalidad de un sueldo de mil dólares en combatir la inextinguible sed, tan natural a los nacidos en la verde Erín.

—¡Hoy será día de provecho para los rateros! —respondió uno de sus compañeros, no menos robusto que el primero, ni menos sediento e irlandés.


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380 págs. / 11 horas, 5 minutos / 185 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Amor y Gimnasia

Edmundo de Amicis


Novela


Al alcanzar la esquina de Via dei Mercanti, el secretario, haciendo un amplio ademán, se quitó el sombrero y saludó al ingeniero Ginoni que le respondió con su acostumbrado: «¡Buenos días, querido secretario!». Después enfiló la Via San Francesco di Assisi para regresar a casa. Faltaban veinte minutos para que dieran las nueve y estaba casi convencido de que iba a encontrar por la escalera al objeto de sus deseos.

A diez pasos del portón, se topó en la acera con el profesor Fassi, el bigotudo instructor de gimnasia, que estaba leyendo unas pruebas de imprenta. Se detuvo y, mostrándole los folios, le dijo que estaba hojeando el borrador de un artículo sobre la barra fija que la maestra Pedani había escrito para la revista de gimnasia Nueva Competición, de la cual él era uno de los principales redactores.

—Está bien lo que dice —añadió—. Sólo tengo que hacer algún que otro retoque. ¡Desde luego, ésta sí que es una buena maestra de gimnasia! No lo digo por el hecho de que a su vez escriba, que cada uno tiene sus facultades y además… en la gimnasia como ciencia, el cerebro de una mujer no tiene éxito, ya se sabe… Lo digo porque poniéndola en práctica, no tiene rival. La madre naturaleza le ha dado dotes para ello: las proporciones del esqueleto más perfectas que he visto en mi vida y una caja torácica que es una maravilla. La observé ayer mientras se ejercitaba haciendo una rotación de busto y tiene la flexibilidad de una niña de diez años. ¡Que me vengan a decir los amantes de la estética que la gimnasia deforma al sexo débil! Maneja las mancuernas como un hombre, y tiene el brazo de mujer más bonito que se ha visto bajo el sol. ¡Si usted lo viese desnudo! Mis respetos.

Así cortaba bruscamente la conversación para imitar al célebre Baumann, el gran gimnasiarca, como él lo llamaba, que era su Dios. El secretario se quedó pensativo.


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121 págs. / 3 horas, 32 minutos / 180 visitas.

Publicado el 1 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mistress Branican

Julio Verne


Novela


PRIMERA PARTE

I. El «Franklin»

Cuando emprendemos un largo viaje, se corren dos eventualidades de no ver más a nuestros amigos. Los que se quedan pueden no estar allí a la vuelta; los que parten pueden no volver. Pero apenas se preocupaban de estas eventualidades los marineros que hacían los preparativos para darse a la vela, a bordo del Franklin, en la mañana del 15 de marzo de 1875.

Aquel día, el Franklin, al mando de John Branican, iba a zarpar del puerto de San Diego (California) para emprender una navegación a través de los mares septentrionales del océano Pacífico.

Era el Franklin un lindo buque de novecientas toneladas, que se asemejaba en su aspecto a una goleta de tres mástiles, ampliamente aparejado con velas cangrejas, foques y galopes, gavia y juanete en su trinquete. Muy levantado en la obra muerta, ligeramente hendido en la obra viva, con la proa dispuesta para cortar el agua en ángulo agudo, su arboladura un poco inclinada hacia atrás, y de un paralelismo riguroso, su aparejo de hilos galvanizados, tan recios que parecían barras metálicas, ofrecía el último modelo de los elegantes clípers, de los que América del Norte se sirve tan ventajosamente para su gran comercio, y que compiten en velocidad con los mejores steamers de su marina mercante.

El Franklin estaba a la vez tan perfectamente construido y tan intrépidamente mandado, que, ni aun con la seguridad de obtener mayor soldada, ninguno de sus tripulantes hubiera aceptado enganche en otro buque. Todos iban a partir con la doble confianza que prestan un buen barco y un inteligente capitán.


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363 págs. / 10 horas, 36 minutos / 179 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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