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El Soberbio Orinoco

Julio Verne


Novela


Volumen I

I. Miguel y sus dos colegas

—Verdaderamente, no hay motivo para que esta discusión no termine —dijo Miguel, que procuraba interponerse entre los dos ardientes contrarios.

—Pues bien, no acabará —respondió Felipe—, al menos por el sacrificio de mi opinión a la de Varinas.

—Ni por el abandono de mis ideas en provecho de Felipe —replicó Varinas.

Desde hacía tres horas, los dos testarudos sabios disputaban, sin ceder un ápice, sobre la cuestión del Orinoco. Este célebre río del Sur de América, principal arteria de Venezuela, ¿se dirigía en su curso superior de Este a Oeste, como los mapas más recientes indicaban, o venía del Suroeste, y en este caso, el Guaviare o el Atabapo no debían ser considerados como afluentes?

—Es el Atabapo el que es el Orinoco —afirmaba enérgicamente Felipe.

—Es el Atabapo —afirmaba enérgicamente Felipe.

—Es el Guaviare —afirmaba con no menos energía Varinas.

La opinión de Miguel era la que han adoptado los modernos geógrafos. Según éstos, los manantiales del Orinoco están situados en la parte de Venezuela que confina con el Brasil y con la Guayana inglesa, de forma que este río es venezolano en todo su recorrido.

Pero en vano Miguel procuraba convencer a sus dos amigos, que además no estaban conformes en otro punto no menos importante.

—No —repetía el uno—. El Orinoco nace en los Andes colombianos, y el Guaviare, que pretende usted que es un afluente, es todo el Orinoco: colombiano en su curso superior, venezolano en su curso inferior.

—¡Error! —aseguraba el otro—. El Atabapo es el Orinoco y no el Guaviare.

—¡Eh, amigos míos! —respondió Miguel—. Prefiero creer que tal río, uno de los más hermosos de América, no riega más país que el nuestro.


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329 págs. / 9 horas, 37 minutos / 216 visitas.

Publicado el 14 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Madriguera del Gusano Blanco

Bram Stoker


Novela


Dedicatoria

A mi amiga Berta Nicoll
con afectuosa estima.

I. La llegada de Adam Santon

Adam Salton pasó casualmente por el Empire Club de Sydney y se encontró con una carta de su tío abuelo. Poco menos de un año antes había tenido noticias del anciano caballero, Richard Salton, revelándole su parentesco y asegurándole que no había podido escribirle más pronto a causa de sus enormes dificultades en dar con el paradero de su sobrino nieto. Adam quedó muy complacido y respondió cordialmente; a menudo había oído a su padre hablar de la rama más antigua de la familia con quienes él y los suyos habían perdido el contacto hacía mucho tiempo. Había comenzado una interesante correspondencia. Adam abrió apresuradamente la carta que acababa de llegar, que contenía una amable invitación para instalarse en Lesser Hill con su tío abuelo tanto tiempo como le fuera posible.


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172 págs. / 5 horas, 2 minutos / 216 visitas.

Publicado el 24 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

El Eco

Henry James


Novela


I

—Supongo que mi hija estará aquí —dijo el anciano, indicando el camino que llevaba al pequeño salon de lecture. No es que fuese de edad harto avanzada, pero así lo consideraba George Flack y, ciertamente, parecía más viejo de lo que era. George Flack lo había encontrado sentado en el patio del hotel (se sentaba a menudo en el patio del hotel), y, tras acercarse a él con su característica llaneza, le había preguntado por la señorita Francina. El pobre señor Dosson se había aprestado con suma docilidad a atender al joven: levantándose como si fuera la cosa más normal del mundo, se había abierto camino a través del patio para anunciar al personaje en cuestión que tenía visita. Ofrecía un aspecto sumiso, casi servil, mientras en su búsqueda precedía al visitante estirando la cabeza; pero no era propio del señor Flack advertir este tipo de cosas. Aceptaba los buenos oficios del anciano como habría aceptado los de un camarero, sin el menor murmullo de protesta, con el fin de dar a entender que había venido a verle también a él. Un observador de estas dos personas se habría convencido de que la medida en que al señor Dosson se le antojaba natural que alguien quisiera ver a su hija sólo era igualada por la medida en que al joven se le antojaba natural que su padre tuviese que ir a buscarla. A la entrada del salon de lecture había un cortinaje superfluo que el señor Dosson retiró mientras George Flack entraba tras él.


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174 págs. / 5 horas, 5 minutos / 212 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Bel-Ami

Guy de Maupassant


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo 1

Cuando la dependienta le entregó la vuelta de sus cinco francos, George Duroy salió del restaurante.

Presumido por naturaleza y por petulante reminiscencia de su época como suboficial, hinchó el pecho, se atusó el bigote con un gesto marcial que le era característico y arrojó sobre los comensales que llegaban con retraso una mirada rápida y circunspecta, una de esas miradas de gavilán que todo lo abarca y penetra.

A su paso, las mujeres levantaron la cabeza. Eran tres obrerillas, una profesora de música, de cierta edad, reñida con el peine, desaliñada, que solía llevar su sombrero polvoriento y un vestido hecho a zurcidos; finalmente dos señoras de medio pelo, con sus correspondientes maridos, todos ellos parroquianos asiduos de aquel bodegón con cubiertos a precio fijo.

Ya en la acera, Duroy permaneció un momento inmóvil, como si se preguntase qué haría. Era el 29 de junio, y, para terminar el mes, le quedaban en el bolsillo tres francos y cuarenta céntimos, lo cual valía por dos almuerzos, sin las respectivas comidas, o bien por dos comidas sin los almuerzos correspondientes, a elegir. Pensó que si las refacciones matinales le suponían un gasto de un franco y diez céntimos, en lugar del uno cincuenta que le costarían las colaciones vespertinas, aún podía disponer, si se contentaba con los almuerzos, de su superávit de un franco y veinte céntimos, lo que suponía dos bocadillos de salchichón y el supremo placer de sus noches. Y echó calle de Notre Dame de Lorette abajo.


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339 págs. / 9 horas, 54 minutos / 211 visitas.

Publicado el 9 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

En la Jaula

Henry James


Novela


I

Desde un principio se le había ocurrido que en su posición, la de una joven que llevaba la vida de un conejillo de Indias o de una urraca en su confinamiento de madera y tela metálica, se relacionaría con muchas personas que no admitirían que la conocían. Por este motivo su emoción era más intensa —aunque singularmente rara, y aun cuando la posibilidad de ser reconocida siguiera siendo escasa— en las ocasiones en que veía entrar a alguien a quien conocía «de fuera», como ella decía, y que podía añadir alguna cosa a la escasa identidad de su cargo. Éste consistía en sentarse allí con dos jóvenes, el otro telegrafista y el ayudante, atender al «receptor acústico», que estaba siempre funcionando, repartir sellos y giros postales, pesar cartas, responder a preguntas estúpidas, dar cambios difíciles y, sobre todo, contar palabras tan innumerables como los granos de arena del mar, las palabras de los telegramas arrojados, de la mañana a la noche, a través del hueco de la alta celosía, al otro lado de una atestada repisa que, de tanto rozarla, le producía dolor en el antebrazo. Esta pantalla transparente excluía, o encerraba, según el lado del estrecho mostrador que el azar le hubiera asignado a cada cual, el rincón más oscuro de una tienda impregnada, y no poco, en invierno, del veneno de un gas de alumbrado continuo, y en cualquier época del año de la presencia de jamones, queso, pescado seco, jabón, barniz, parafina, y otros sólidos y fluidos que ella llegó a distinguir a la perfección por su olor sin consentir en conocerlos por su nombre.


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118 págs. / 3 horas, 27 minutos / 211 visitas.

Publicado el 1 de mayo de 2017 por Edu Robsy.

La Llamada de la Selva

Jack London


Novela


I. La vuelta al atavismo

Nostalgias inmemoriales de nomadismo brotan
debilitando la esclavitud del hábito;
de su sueño invernal despierta otra vez,
feroz, la tensión salvaje.

Buck no leía los periódicos, de lo contrario habría sabido que una amenaza se cernía no sólo sobre él, sino sobre cualquier otro perro de la costa, entre Puget Sound y San Diego, con fuerte musculatura y largo y abrigado pelaje. Porque a tientas, en la oscuridad del Ártico, unos hombres habían encontrado un metal amarillo y, debido a que las compañías navieras y de transporte propagaron el hallazgo, miles de otros hombres se lanzaban hacia el norte. Estos hombres necesitaban perros, y los querían recios, con una fuerte musculatura que los hiciera resistentes al trabajo duro y un pelo abundante que los protegiera del frío.

Buck vivía en una extensa propiedad del soleado valle de Santa Clara, conocida como la finca del juez Miller. La casa estaba apartada de la carretera, semioculta entre los árboles a través de los cuales se podía vislumbrar la ancha y fresca galería que la rodeaba por los cuatro costados. Se llegaba a ella por senderos de grava que serpenteaban entre amplios espacios cubiertos de césped y bajo las ramas entrelazadas de altos álamos. En la parte trasera las cosas adquirían proporciones todavía más vastas que en la delantera. Había espaciosas caballerizas atendidas por una docena de cuidadores y mozos de cuadra, hileras de casitas con su enredadera para el personal, una larga y ordenada fila de letrinas, extensas pérgolas emparradas, verdes prados, huertos y bancales de fresas y frambuesas. Había también una bomba para el pozo artesiano y un gran estanque de hormigón donde los chicos del juez Miller se daban un chapuzón por las mañanas y aliviaban el calor en las tardes de verano.


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102 págs. / 2 horas, 59 minutos / 210 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Pirata

Joseph Conrad


Novela


A G. Jean Aubry en prueba de amistad este relato de los últimos días de un Hermano de la Costa francés.

Capítulo 1

Después de entrar, al amanecer, en la dársena interior del puerto de Tolón, y una vez que intercambió a voz en grito unos saludos con uno de los botes de ronda de la flota, que le dirigió hasta el punto de anclaje, el artillero mayor Peyrol largó el ancla del arruinado buque a su cargo entre el arsenal y la ciudad, en plena perspectiva del muelle principal. El curso de su vida, que a cualquier persona le hubiera parecido llena de incidentes maravillosos (sólo que a él jamás le maravillaron), le había hecho tan reservado que ni siquiera dejó escapar un suspiro de alivio ante el estruendo de la cadena. Y, sin embargo, así concluían seis esforzados meses de errática travesía a bordo de un casco averiado, cargado de valiosa mercadería, casi siempre escaso de comida, siempre a la espera de los cruceros ingleses, una o dos veces al borde del naufragio y más de una al filo del abordaje. Pero en cuanto a este último, el viejo Peyrol había decidido al respecto, y desde el primer momento, hacer saltar su valiosa carga por los aires, sin que tal decisión representara para él perturbación alguna de su espíritu, forjado bajo el sol de los mares de la India en desaforados litigios con gentes de su ralea por un pequeño botín que se desvanecía tan pronto se cobraba, o, más aún, por la simple supervivencia, casi igualmente incierta en sus altibajos, a lo largo de los cincuenta y ocho ajetreados años que ahora contaba.


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273 págs. / 7 horas, 58 minutos / 209 visitas.

Publicado el 19 de julio de 2016 por Edu Robsy.

El Protector

Henry James


Novela


PRIMERA PARTE

I

Roger Lawrence había ido a la ciudad con el propósito de llevar a cabo un acto concreto, pero a medida que se acercaba la hora, sentía cómo su fervor se desvanecía súbitamente. En realidad, desde un principio, había sentido poco ese fervor que nace de la esperanza; lo sentía tan poco, que mientras viajaba inmerso en el traqueteo del tren no pudo evitar la sorpresa de verse a sí mismo envuelto en semejante empresa. Sin embargo, a falta de esperanza, podría decirse que le sostenía la desesperación. Fracasaría, estaba seguro, pero debía volver a fracasar antes de descansar. Entretanto, estaba más que impaciente. Por la tarde, después de vagar sin rumbo por las calles durante un par de horas sumido en la fría oscuridad de diciembre, llegó al hotel. Subió a la habitación y se cambió, con un sentimiento de amargura pero a la vez de cierta satisfacción por haber logrado darse el aplomo propio de un apasionado pretendiente. Tenía veintinueve años. Era un hombre sano y fuerte, de buen corazón y un portento al menos, en lo que se refiere al sentido común; su rostro reflejaba juventud, ternura y cordura, pero no muchas más cualidades. Tenía un cutis tan fino que casi resultaba absurdo en un hombre de su edad, un efecto más bien acentuado por una prematura calvicie parcial. Al ser extremadamente miope, inclinaba la cabeza hacia delante; pero como los estetas que han estudiado el pintoresquismo consideran que este rasgo concede un aire de distinción, en este caso Roger podría haberse acogido a dicho beneficio de la duda. Su complexión fuerte y robusta era, en definitiva, uno de sus mejores atributos, si bien, debido a una incurable timidez personal, hacía gala de una enorme torpeza de movimientos. Iba melindrosamente acicalado y era meticuloso y metódico en extremo en sus hábitos, que son los típicos que supuestamente se identifican con la soltería.


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212 págs. / 6 horas, 11 minutos / 209 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los años itinerantes de Wilhelm Meister

Wolfgang Goethe


Novela


Libro primero

Capítulo primero

La huida a Egipto

A la sombra de una imponente roca estaba sentado Wilhelm, estaba en un lugar sobrecogedor y privilegiado, un lugar en el que el empinado sendero que llevaba por aquellos montes se arqueaba y se precipitaba abruptamente a lo hondo. El sol aún estaba a buena altura e iluminaba las copas de los pinos hincados en el abismo rocoso que se abría a sus pies. Estaba anotando algo en su pizarra, cuando Félix, que andaba trepando por allí, se acercó a él con una piedra en la mano.

—¿Cómo se llama esta piedra, padre? —preguntó el niño.

—No lo sé —repuso Wilhelm.

—¿No será oro lo que brilla tanto? —dijo aquél.

—No, no lo es —contestó éste—, y ahora recuerdo que la gente suele llamarlo oro de gato.

—¿Oro de gato? —dijo el niño sonriendo—. ¿Por qué?

—Probablemente porque es falso y piensan que los gatos son falsos también.

—Lo tendré en cuenta —dijo el niño guardando la piedra en una mochila de cuero. Sacando acto seguido algo más, preguntó—: ¿Qué es esto?

—Un fruto —respondió el padre— y a juzgar por su superficie escamosa debe de estar emparentado con las piñas.

—Pero no parece una piña, es redonda.

—Vamos a preguntarle a los cazadores. Ellos conocen el bosque y todos sus frutos, saben sembrar, plantar y esperar, luego dejan que crezcan los tallos y se hagan tan altos como puedan.

—Los cazadores lo saben todo, ayer el guía me mostró cómo un ciervo había atravesado el camino. Me hizo volver sobre mis pasos para que viera la pista, como ellos lo llaman, entonces vi claramente marcadas en el suelo dos pezuñas. Debía de ser un ciervo muy grande.

—Ya noté cómo le consultabas al guía.


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481 págs. / 14 horas, 3 minutos / 209 visitas.

Publicado el 27 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

La Abadesa de Castro

Stendhal


Novela


I

El melodrama nos ha mostrado con tanta frecuencia a los bandoleros italianos del siglo dieciséis, y tanta gente ha hablado sobre ellos sin conocerlos, que hoy en día tenemos al respecto una idea completamente equivocada. En general puede decirse que estos bandidos actuaron como oposición a los gobiernos atroces que, en Italia, sucedieron a las repúblicas de la Edad Media. El nuevo tirano era normalmente el ciudadano más rico de la difunta república y, para seducir a la plebe, adornaba la ciudad con iglesias magníficas y hermosos cuadros. Así lo hicieron los Polentini de Roma, los Manfredi de Faenza, los Riario de Ímola, los Cane de Verona, los Bentivoglio de Bolonia, los Visconti de Milán y, por último, los menos belicosos y los más hipócritas de todos, los Médicis de Florencia. De entre los historiadores de estos pequeños estados, nadie se atrevió a narrar los innumerables envenenamientos y asesinatos provocados por el miedo que atormentaba a esos pequeños tiranos; estos historiadores tan serios estaban en su nómina. El lector debe tener presente que todos estos tiranos conocían personalmente a cada uno de los republicanos por los que se sabían execrados (por ejemplo, el gran duque de Toscana, Cosme, trataba con Strozzi), que muchos de estos tiranos perecieron asesinados, y así se comprenderán los odios profundos, las suspicacias eternas que insuflaron tanto ingenio y valentía a los italianos del siglo dieciséis, y tanta genialidad a sus artistas. Veremos que estas pasiones profundas impidieron el nacimiento de ese prejuicio tan ridículo al que, desde los tiempos de madame de Sévigné, llamamos «honor» y que consiste sobre todo en sacrificar la propia vida para servir al amo del que hemos nacido vasallos, y para complacer a las damas.


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115 págs. / 3 horas, 22 minutos / 209 visitas.

Publicado el 30 de abril de 2018 por Edu Robsy.

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