Textos más populares esta semana etiquetados como Novela no disponibles | pág. 33

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Azar

Joseph Conrad


Novela


Quienes sostienen que todas las cosas están regidas por la fortuna no habrían errado, de no haber persistido en ello.

Sir Thomas Browne

Dedicatoria

Dedicado a
Sir Hugh Clifford, K. C. M. G.,
cuya inquebrantable amistad
es responsable de
la existencia de estas páginas

Nota del autor

Azar es una de las novelas que a poco tiempo de empezadas hube de abandonar durante varios meses. Tras arrancar con el ímpetu de un remero de vehemente temperamento, pleno de confianza en sus fuerzas, que emprende la navegación muy de mañana, pronto llegué a una bifurcación del río en donde se me impuso la necesidad de hacer un alto y reflexionar seria y pausadamente sobre la dirección que iba a emprender. Una y otra me fascinaban por igual, cuando menos en la superficie, y debido a esta razón mis dudas se prolongaron por espacio de muchos días. Me dejé flotar sobre las encalmadas aguas de la plácida especulación, entre las corrientes divergentes de impulsos contradictorios, con la placentera aunque perfectamente irracional convicción de que ninguna de las dos corrientes terminaría por arrastrarme a la destrucción. Comoquiera que mis simpatías estaban divididas a partes iguales, y que una y otra fuerzas eran de igual magnitud, es perfectamente obvio que nada sino el azar influyera a la postre en mi decisión. Es una poderosa fuerza la del azar, sin más aditivos, absolutamente irresistible por más que se manifieste a veces en formas tan delicadas como, por ejemplo, el encanto, ya sea cierto o ilusorio, de un ser humano. Es muy difícil poner el dedo en la llaga de lo imponderable, pero me aventuro a decir que es Flora de Barral la auténtica responsable de esta novela que refiere, de hecho, la historia de su vida.


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508 págs. / 14 horas, 49 minutos / 139 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2018 por Edu Robsy.

El Pretendiente Americano

Mark Twain


Novela


Nota aclaratoria

El coronel Mulberry Sellers, que ahora volvemos a presentar ante el público, es el mismo personaje que apareció hace años con el nombre de Eschol Sellers en la primera edición del relato titulado La época dorada, con el de Beriah Sellers en las subsiguientes ediciones del mismo libro y finalmente con el de Mulberry Sellers en la obra representada por John T. Raymond.

El nombre hubo de ser cambiado de Eschol a Beriah para complacer a un Eschol Sellers que surgió de las vastas profundidades del espacio infinito formulando una protesta respaldada con la amenaza de un pleito por libelo; todo lo cual hizo aconsejable complacerlo, y con ello se esfumó. En la obra, el nombre de Beriah cayó para satisfacer a otro espécimen de la misma raza, y Mulberry fue escogido en la creencia de que los demandantes se habrían cansado y lo dejarían pasar sin más objeciones. Desde entonces ha ocupado su lugar en total armonía, por lo que correremos el riesgo de presentarlo de nuevo, esta vez razonablemente tranquilos bajo el amparo de la Ley de Limitaciones.

Mark Twain

Hartford, 1891

El tiempo en este libro

El tiempo no aparece en este libro. Ésta es una tentativa de novela sin tiempo. Y, como primera tentativa de esta especie en la literatura de ficción, el fracaso es una posibilidad; pero a alguna persona endiabladamente atrevida le pareció apropiado intentarlo, y el autor estuvo en plena sintonía con ella.

A menudo, un lector ha tratado de leer un relato y no ha sido capaz de hacerlo debido a las trabajosas descripciones del tiempo. Nada interrumpe más la tarea del autor que tener que detenerse cada pocas páginas para ocuparse del tiempo. Por tanto, es un hecho palmario que las persistentes intrusiones del tiempo son perjudiciales tanto para el lector como para el autor.


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196 págs. / 5 horas, 43 minutos / 139 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Cranford

Elizabeth Gaskell


Novela


I. Nuestra sociedad

Cranford, en primer lugar, está en poder de las Amazonas; los inquilinos de todas las casas que sobrepasan cierto alquiler son mujeres. Cuando un matrimonio viene a establecerse a la ciudad, de una manera u otra el marido desaparece, bien por el miedo cerval que le causa ser el único hombre en las veladas de Cranford, bien porque debe permanecer con su regimiento o en su buque, o los negocios que le ocupan le retienen toda la semana en la gran ciudad comercial vecina de Drumble, que dista sólo veinte millas por ferrocarril. En suma, que sea lo que sea lo que les ocurra a los caballeros, no viven en Cranford. ¿Y qué iban a hacer allí? El médico tiene un partido de treinta millas y duerme en Cranford, pero no todos los hombres pueden ser médicos. Para mantener los cuidados jardines repletos de flores exquisitas sin que una mala hierba los afee; para ahuyentar a los rapaces que contemplan con anhelo dichas flores a través de las verjas; para espantar a los gansos que se aventuran en los jardines si por azar queda la cerca abierta; para decidir en materia de literatura y política sin inquietarse por razones o argumentos innecesarios; para obtener una información clara y correcta de los asuntos de todos los miembros de la parroquia; para mantener a las pulcras sirvientas en admirable disciplina; para la generosidad (un poco dictatorial) con el menesteroso y para los tiernos y mutuos buenos oficios que se prestan cuando están en dificultades, las damas de Cranford se bastan por completo. «¡Un hombre estorba tanto en una casa!», me comentó una de ellas una vez. Aunque conocen a la perfección los procederes de cada una, muestran una indiferencia absoluta por la opinión de las otras.


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226 págs. / 6 horas, 36 minutos / 137 visitas.

Publicado el 16 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

La Taberna Errante

Gilbert Keith Chesterton


Novela


I. El sermón de las tabernas

El mar era de un fantástico verde claro y la tarde había recibido ya el toque misterioso del anochecer, cuando una joven morena, vestida con traje de color cobrizo y de corte caprichoso, caminaba despreocupada bajo una sombrilla que no le impedía lanzar repetidas miradas al horizonte marino. El motivo por el que miraba instintivamente la línea que separa las dos inmensidades era el mismo que tuvieron tantas y tantas muchachas desde que el mundo es mundo. Pero no se divisaba ningún barco.

En la playa, junto al paseo marítimo, se formaban corros en torno a los charlatanes habituales en tales sitios: negros, socialistas, payasos y pastores. Había un hombre que manipulaba unas cajas de cartón, y los desocupados le rodeaban con la esperanza de descubrir en qué acabarían sus trajines. Pocos pasos más allá, un personaje con sombrero de copa, provisto de una Biblia muy grande y acompañado de una mujer muy pequeña que permanecía callada, combatía violentamente la herejía sublapsariomilniana,1 tan frecuente en los balnearios de moda. Era tal su exaltación que costaba seguir el hilo de su discurso, pero a cada momento aludía con sarcasmo a «nuestros amigos los sublapsarianos», lo que bastaba para saber que continuaba machacando sobre el mismo tema. A poca distancia peroraba un joven de forma tan incomprensible para los oyentes como para él mismo, y que si atraía la atención del público lo debía quizás a la guirnalda de zanahorias que ceñía su sombrero. Lo cierto es que las monedas se amontonaban en su platillo con mayor abundancia que en el de sus rivales.


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291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 136 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Bobo Wilson

Mark Twain


Novela


Un murmullo al lector


No hay ningún carácter, por bueno y puro que sea, que no se pueda destruir con el ridículo, por tosco y mezquino que sea. Observemos al asno, por ejemplo: su carácter es casi perfecto, es el espíritu más selecto entre todos los animales más humildes, y sin embargo ya sabemos lo que el ridículo ha hecho de él. En vez de sentirnos halagados cuando nos llaman asnos, nos quedamos dudosos.

—Del calendario del Bobo Wilson.
 


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163 págs. / 4 horas, 45 minutos / 134 visitas.

Publicado el 11 de marzo de 2018 por Edu Robsy.

Un Cuento de Enfermera

Louisa May Alcott


Novela


I. Mi paciente


Mi querida señorita Snow, al enterarme de que mi amiga, la señora Carruth, necesita de una enfermera para su hija enferma, me apresuro a proponerle el puesto, ya que pienso que es usted la persona idónea para él, a menos que las tareas resulten demasiado arduas. No me cabe duda de que sus cartas de recomendación y mi sincero respaldo le garantizarán la colocación, si usted lo desea. Partimos mañana, y le escribo con gran apremio, pero le deseo éxito de cara al futuro y le agradezco sinceramente sus servicios pasados.

Atentamente,

L. S. Hamilton
 

Esta amable carta, de una antigua empleadora, me fue entregada estando yo agotada y desanimada, tras una búsqueda infructuosa de un puesto como el que hora me ofrecían. Estaba tan interesada que me apresuré a salir de nuevo, con la esperanza de que nadie se me anticipara con los Carruth. Hecha de un imponente bloque de granito, la casa se levantaba en una tranquila plaza del West End que tenía su propio pequeño parque, donde había una fuentecita y donde los niños paseaban bajo sus capuchas blancas. Elegantes carruajes entraban y salían, las damas subían y bajaban con ligereza por los amplios escalones arrastrando sus vestidos de seda, y los caballeros, con sus trajes de montar intachables, pasaban a medio galope sobre sus hermosos caballos. Incluso las mujeres y los hombres de servicio tenían aspecto de que La buena vida bajo las escaleras hubiese sido representada en este siglo, al igual que en el pasado, y todo participaba del aire de lujo que impregnaba el ambiente, tan agradable como el sol en otoño. «Los Carruth deben de ser una familia feliz», pensé al acordarme de mi propia pobreza y soledad, mientras esperaba de pie a que contestaran a mi tímida llamada al timbre.


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129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 133 visitas.

Publicado el 21 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Silas Marner

George Eliot


Novela


I

En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.

El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonomía extraña aparecía en las alturas, y su fisonomía extraña se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ¿a qué perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres pálidos rara vez salían de su aldea sin aquella carga misteriosa.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa sólo contenía hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del espíritu maligno.

En aquella época remota, la superstición acompañaba a todo individuo o a todo hecho un tanto extraño. Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador.

Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?


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243 págs. / 7 horas, 6 minutos / 132 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.

El Vagabundo de las Estrellas

Jack London


Novela


1

Toda mi vida he sido consciente de la existencia de otros tiempos y de otros lugares. He sido consciente de la existencia de otras personas en mi interior. Y créame, lector, igual le ha sucedido a usted. Mire de nuevo en su niñez, y recordará esta conciencia de la que hablo como una experiencia de su infancia. Por aquel entonces usted no estaba acabado todavía, no estaba consumado. Era plástico, un alma fluctuante, una conciencia y una identidad en proceso de formación, de formación y olvido.

Ha olvidado mucho, querido lector, y aun así, al leer estas líneas, recuerda vagamente las visiones confusas de otros tiempos y de otros lugares que sus ojos de niño contemplaron. Hoy le parecen sueños. Sin embargo, aunque fuesen sueños, por tanto ya soñados, ¿de dónde surge su materia? Los sueños no son más que una grotesca mezcla de las cosas que ya conocemos. La esencia de nuestros sueños más puros es la esencia de nuestra experiencia. Cuando era niño soñó que caía de alturas prominentes; soñó que volaba por el aire como vuelan los seres alados; le turbaron arañas repulsivas y criaturas babosas de innumerables patas; oyó otras voces, vio otras caras inquietantemente familiares, y contempló amaneceres y puestas de sol distintos a los que hoy, al mirar atrás, sabe que ha contemplado.

Bien. Estas visiones infantiles son visiones de ensueño, de otra vida, cosas que nunca había visto en la vida que ahora está viviendo. ¿De dónde surgen, pues? ¿De otras vidas? ¿De otros mundos? Quizá, cuando haya leído todo lo que voy a escribir, encontrará respuesta a las incógnitas que le he planteado y que usted mismo, antes de llegar a leerme, se había planteado también.


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297 págs. / 8 horas, 41 minutos / 131 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Señora o Señorita

Wilkie Collins


Novela


Personajes:

Sir Joseph Graybrooke (Caballero)

Richard Turlington (del Comercio con el Levante)

Launcelot Linzie (del Colegio de Cirujanos)

James Dicas (del Registro de Abogados)

Thomas Wildfang (Marinero jubilado)

Señorita Graybrooke (Hermana de Sir Joseph)

Natalie (Hija de Sir Joseph)

Lady Winwood (Sobrina de Sir Joseph)

Amelia Sophia y Dorothea (Hijastras de Lady Winwood)

Tiempo: actual (mediados del siglo XIX)

Lugar: Inglaterra

1. En el mar

La noche había finalizado. El día recién nacido esperaba por avivar su luz en un silencio que se desconoce en tierra firme, el silencio que en un mar en calma precede a la salida del Sol.

No llegaba ni un soplo de aire. El agua, inmóvil, carecía de rizos. El único cambio era el de la luz, que aumentaba poco a poco, con suavidad; el único movimiento era el de la perezosa neblina, que ascendía serpenteando al encuentro del Sol, su amo, hacia el Este del mar. Muy paulatinamente, a medida que el velo etéreo de la mañana se levantaba, se volvía cada vez más fino, hasta que en los primeros rayos de la luz solar se pudo divisar el alto velamen blanco de una goleta.

Un gran silencio reinaba en la embarcación, de proa a popa, igual que el silencio que reinaba en el mar.


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Protegido por copyright
100 págs. / 2 horas, 55 minutos / 130 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre Siniestro

Edgar Wallace


Novela


1. Proposición

Mister Maurice Tarn dijo con voz dulce y bondadosa:

—¡Usted es hermosa y joven! Es muy probable que viva muchos más años que yo. Comprendo Elsa que no soy el hombre que usted ha soñado para casarse. Eso sería demasiado egoísmo por mi parte, y yo no soy egoísta. Cuando yo muriera, usted sería muy rica; y mientras yo viviese, usted disfrutaría de mi riqueza de modo absoluto. Claro está que comprendo también que usted nunca me habrá mirado a mí como a un posible esposo; pero no tiene nada de extraño que un tutor se case con su pupila, y la diferencia de edad no sería tampoco un obstáculo insuperable.

Hablaba como un hombre que recita una lección aprendida de memoria minuciosamente y Elsa Marlowe le escuchó con gran asombro.

Si los muebles de la habitación hubieran desaparecido de golpe de la vista de la muchacha, o Elgin Crescent se hubiese visto transportado de repente a las afueras de Bagdad la joven no se habría sorprendido tanto. Pero Elgin Crescent seguía estando en Bayswater, y el pequeño y triste comedor de la casa de Maurice Tarn permanecía quieto y sereno; y el mismo Maurice Tarn estaba allí sentado al otro lado de la mesa; era un hombre sucio, desastrado, de aspecto repulsivo e inquietante, ajado, de cincuenta y seis años, y cuya mano temblorosa, con la que se atusaba el bigote gris, era un dato elocuente de su borrachera de la noche anterior (había tres botellas vacías en la mesa de su despacho cuando ella entró allí esa mañana) y le estaba proponiendo que se casara con él.

Elsa le miraba con los ojos muy abiertos, y no quería dar crédito a lo que estaba oyendo.

—Usted creerá que estoy loco —continuó al cabo de un instante mister Tara—, pero he pensado mucho en ello, Elsa. Yo sé que usted no tiene novio ni está enamorada de nadie; y, a no ser por la diferencia de edad, nada puede oponerse a nuestra boda.


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220 págs. / 6 horas, 25 minutos / 128 visitas.

Publicado el 19 de octubre de 2017 por Edu Robsy.

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