Parte primera. La intervención
I. La noche triste
I
La tarde del 31 de mayo de 1863, el ejército de la república, resueltamente abandonaba la capital.
La derrota de San Lorenzo y la rendición de Puebla, determinaron un nuevo plan de campaña.
A las cuatro de la tarde de ese memorable día, el presidente Juárez
y sus ministros salieron para el interior del país, después de haber
ordenado la retirada de las tropas.
El cuerpo de ejército tomó el rumbo de Toluca, y un destacamento de dos mil hombres el de Querétaro.
El toque de generala anunció la partida.
La consternación más horrible se apoderó de la ciudad, las mujeres y
los niños se agolparon a los cuarteles para seguir a sus maridos y a
sus padres, el pueblo abandonaba en masa sus hogares.
Los batallones comenzaron a desfilar.
En ese ejército había algo de sombrío, mucho de desesperación.
El ejército se retiraba sin precipitación alguna, los soldados marchaban en orden de parada, era un movimiento militar, no era una huida.
El ruido de sus cajas, sus banderas desplegadas, su silencio
aterrador, eran una protesta terrible, eran una promesa de venganza, una
evocación al porvenir de la república.
En el pórtico de las Casas Consistoriales, una caballería
formada de comerciantes alemanes, se organizaba para recorrer la ciudad.
La guardia española se dividió en destacamentos, cuidando del orden
amenazado por la efervescencia popular. Los cónsules habían salido a
encontrar al general Forey, el jefe del ejército francés, para evitar
los vergonzosos escándalos a que se entregan por lo común los ejércitos
victoriosos.
¡Cierto es que los triunfos franceses en América, no serán envidiados por los adoradores de las glorias militares!
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