Textos más populares esta semana etiquetados como Novela | pág. 45

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etiqueta: Novela


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Memorias de un Solterón: Adán y Eva

Emilia Pardo Bazán


Novela


Capítulo 1

A mí me han puesto de mote el Abad. En esta Marineda tienen buena sombra para motes, pero en el mío no cabe duda que estuvieron desacertados. ¿Qué intentan significar con eso de Abad? ¿Que soy regalón, amigo de mis comodidades, un poquito epicúreo? Pues no creo que estas aficiones las hayan demostrado los abades solamente. Además, sospecho que el apodo envuelve una censura, queriendo expresar que vivo esclavo de los goces menos espirituales y atendiendo únicamente a mi cuerpo. Para vindicarme ante la posteridad, referiré, sin quitar punto ni coma, lo que soy y cómo vivo, y daré a la vez la clave de mi filosofía peculiar y de mis ideas.

Yo friso en los treinta y cinco años, edad en que, si no se han perdido enteramente las ilusiones, al menos los huesos empiezan a ponerse durillos, y vemos con desconsoladora claridad la verdadera fisonomía de las cosas. —En lo físico soy alto, membrudo, apersonado, de tez clara y color mate, con barba castaña siempre recortada en punta, buenos ojos, y anuncios apremiantes de calvicie que me hacen la frente ancha y majestuosa. En resumen, mi tipo es más francés que español, lo cual justifican algunas gotas de sangre gala que vienen por el lado materno. —He formado costumbre de vestir con esmero y según los decretos de la moda; mas no por eso se crea que soy de los que andan cazando la última forma de solapa, o se hacen frac colorado si ven en un periódico que lo usan los gomosos de Londres. Así y todo, mi indumentaria suele llamar la atención en Marineda, y se charló bastante de unos botines blancos míos. Lo atribuyo a que en las personas de amplias proporciones y que se ven de lejos, es más aparente cualquier novedad. Mis botines blancos tenían las dimensiones de una servilleta.


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186 págs. / 5 horas, 25 minutos / 313 visitas.

Publicado el 8 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

Los Exploradores del Meloria

Emilio Salgari


Novela


Nuestro primer deber es conservarnos, vivir.

MAQUIAVELO

CAPITULO I. PESCA EXTRAORDINARIA

Al atardecer de un día de agosto de 1868, una de esas barcas de pesca que los marineros de ambas orillas del Adriático llaman bragozzi, bogaba lentamente frente a la desembocadura del Brenta, a lo largo de la costa de Sottomarina, casi frente a la antigua pero aún resistente fortaleza de Brondolo.

Era una bonita barca de poco tonelaje, de forma bastante redondeada, con dos mástiles que aguantaban otras tantas velas teñidas de rojo, según uso de los pescadores de Crioggia y dálmatas, y un pequeño bauprés que sustentaba un foque del mismo color que las otras velas.

Acababan de lanzar a popa una de esas grandes redes sostenidas por grandes trozos de corcho que aparejan de un modo especial los chiogueses, y que tantas veces son retiradas a bordo repletas de pesca, por cuanto el Adriático, más abundante siempre en pesca que el Tirreno, es probablemente el rincón del Mediterráneo más poblado de habitantes acuáticos.

El mar, tranquilo, casi tan terso como un cristal, no podía presentarse más favorable para una buena pesca. La luna, que acababa de salir, hacíale centellear como si, mezclados con el agua, hubiese miriadas de hilillos de plata, luz tan agradable a doradas y salmonetes, que suben a la superficie para disfrutar de ella.

Terminada la redada con mucha lentitud, mientras una leve brisa se dejaba sentir apenas, habíase parado la embarcación frente a la punta septentrional del islote de Bacucco, junto a la desembocadura del antiguo curso del Brenta. Era el momento oportuno para recoger la red, que era de presumir estuviese llena de prisioneros.

Vicente, el patrón, que hasta entonces había permanecido junto al timón, hizo señal a los cinco marineros para que virasen a sotavento, y luego, amarrada la barra al frenel, comenzó a gritar:


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172 págs. / 5 horas, 2 minutos / 308 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Mujer Fantástica

Carmen de Burgos


Novela


I. Las amiguitas

Las tres jóvenes acogieron a Andrés con exclamaciones de júbilo.

—¡Qué suerte que vengas!

—¡Qué alegría!

—¡Siempre eres oportuno!

Andrés se caló el monóculo y alzando un poco la barbilla les dirigió esa mirada de ave desconfiada que da el cristal, y la fué deteniendo, lentamente, de una en otra.

Las tres eran bonitas, graciosas; parecían tres damitas del Segundo Imperio, escapadas de un cuadro de Winterhalter.

—¿De veras que os da tanta alegría verme?

—Mucha...—repuso Clotilde, que parecía la más joven y bulliciosa de las tres—. Figúrate que estábamos citadas con Enriqueta y sus hermanos para salir juntos, y de pronto hemos recibido una carta de Elena D'Aurenville, anunciándonos que viene a pasar la tarde con nosotras.

Andrés, sin alarmarse por la gravedad del caso que le referían, se arrellanó en el sofá, y preguntó:

—¿Quién es esa señorita?

—Una francesita que ha traído una carta de la señora Renyer.

—Pues no veo nada de particular en que venga a veros.

—Sí... pero ya ves... tenemos que salir.

—Puede ir con vosotras.

Las tres hermanas se miraron desconcertadas, y Susana exclamó:

—¡Dios nos libre! Es tonta de capirote para tener que aguantarla toda la tarde.

—Pero si viene recomendada a vosotras...

—Ya la invitó mamá a comer el sábado... y ojalá no lo hubiera hecho.

—¡Se toma unas confianzas!

—Nos aguaría la tarde si viniera hoy.

—¡Seguramente!

—Como que se pone sentimental con Alejandro...

—¿Pero qué queréis que yo haga?

—Que te la lleves, querido tío, que te la lleves.

—¿Dónde diablos me la voy a llevar?

—A dar un paseo, al teatro. Donde quieras...

—¿Pero por qué?


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Dominio público
146 págs. / 4 horas, 16 minutos / 307 visitas.

Publicado el 21 de agosto de 2020 por Edu Robsy.

La Incógnita

Benito Pérez Galdós


Novela, Novela epistolar


A D. Equis X, en Orbajosa Madrid, 11 de Noviembre.

Querido Equis: Allá va mi primera carta. La empiezo recordándote la condición sine qua non de mi compromiso epistolar, a saber: que esto no ha de leerlo nadie más que tú. Sólo con la seguridad de que humanos ojos, fuera de los tuyos de ratón, no han de ver el contenido de estas cartas, puedo ser, como me propongo, absolutamente sincero al escribirlas. A cambio de la solemne promesa de tu discreción, nada te ocultaré, ni aun aquello que recelamos confiar verbalmente al amigo más íntimo.

Ya que por tus pecados, de los cuales más vale no hablar, te ves recluido en la estrechez carcelaria de ese lugarón, donde todas las murrias del alma humana tienen su asiento, quiero enviarte la sal de estas cartas para que sazones con ella el pan desabrido de tu destierro forzado o voluntario, que esto es harina de otro costal. En ellas verás personas, sucesos, chismes y trapisondas de esta pícara Corte, cuya confusión y bullicio tanto te agradan, como buen gato madrileño; y la sociedad que has dejado con pena, la vida esta, entretenidísima, variada y estimulante, revivirán en tu espíritu, descritas sin galanura, pero con veracidad, por tu mejor amigo.


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232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 305 visitas.

Publicado el 5 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

La Hija del Capitán

Aleksandr Pushkin


Novela


I. El sargento de la guardia


—Si mañana pudiera ser capitán de la guardia…

—No hay necesidad; que sirva en el ejército.

—¡Bien dicho! Que sepa lo que es bueno…

—¿Y quién es su padre?

KNIAZHNÍN
 

Mi padre, Andrey Petróvich, de joven sirvió con el conde Münnich y se jubiló en el año 17… con el grado de teniente coronel. Desde entonces vivió en su aldea de la provincia de Simbirsk, donde se casó con la joven Avdotia Vasílevna Yu., hija de un indigente noble de aquella región. Tuvieron nueve hijos. Todos mis hermanos murieron de pequeños. Me inscribieron de sargento en el regimiento Semiónovski gracias al teniente de la guardia, el príncipe B., pariente cercano nuestro, pero disfruté de permiso hasta el fin de mis estudios. En aquellos tiempos no nos educaban como ahora. A los cinco años fui confiado a Savélich, nuestro caballerizo, al que hicieron diadka mío porque era abstemio. Bajo su tutela hacia los doce años aprendí a leer y escribir en ruso y a apreciar, muy bien instruido sobre ello, las cualidades de un lebrel. Entonces mi padre contrató para mí a un francés, monsieur Beaupré, que fue traído de Moscú con la provisión anual de vino y de aceite de girasol. Su llegada no gustó nada a Savélich. «Gracias a Dios —gruñía éste para su adentros—, parece que el niño está limpio, peinado y bien alimentado. ¿Para qué gastar dinero y traer a un musié, como si los señores no tuvieran bastante gente suya?».


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Protegido por copyright
117 págs. / 3 horas, 25 minutos / 305 visitas.

Publicado el 25 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Viaje a la Luna

Cyrano de Bergerac


Novela, sátira


A Monseñor Tannegui, Regnault des Bois-Clairs

Caballero, secretario de los Reales Consejos y gran preboste de Borgoña y Bresse

Señor:

Cumplo ahora la última voluntad de un muerto que vos obligasteis en su vida con un señalado desprendimiento. Como era conocido por una infinidad de gente de espíritu por el fuego potente que ardía en el suyo, fue absolutamente imposible el que muchas gentes ignorasen la desgracia que una peligrosa herida, seguida de fiebre violenta, le produjo algunos meses antes de su muerte. Muchos han ignorado qué buen demonio velaba por él; pero ha creído él que el nombre no debía ser tan público como fue provechoso el lance. Vos fuisteis su amigo, vos le socorristeis con frecuencia y aun le habríais testimoniado muchas veces cuán bien sabréis vos cuánta necesidad tenía él de vuestro socorro; pero, ¿qué se ha de hacer, si otros hombres no hicieron como vos? ¿Y qué menos que os mostraseis así ante nuestro amigo, vos que también parecíais magnánimo con cien más que no eran de su temple? Era, pues, necesario imprimirlo, y que vuestra generosidad, distinguiéndole por encima de todos aquellos a quienes tiene obligados, hiciese ver, no solamente, como dice Aristóteles, que no había degenerado, sino que se había superado a sí misma en obsequio de tan gran personaje; así que, cuando durante su enfermedad vos tuvisteis la bondad de darle tantas pruebas de vuestra protección y amistad, deteniendo con vuestros cuidados y con las generosas asistencias que le prestasteis el curso de su mal, ya en términos tan violentos, le prestasteis una tan poderosa protección que le dio a él esperanzas de lograr la que poco antes de su muerte me encargó pediros para esta obra; por esta gran confianza y por estos últimos sentimientos juzgaréis, señor, los que por vos sentía, pues en este trance de la muerte es cuando la lengua habla como el corazón:


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Dominio público
119 págs. / 3 horas, 29 minutos / 304 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2020 por Edu Robsy.

Guatimozín: Último Emperador de Méjico

Gertrudis Gómez de Avellaneda


Novela


Parte primera

I. Hernán Cortés y Moctezuma

La muerte de Maximiano I colocaba en la frente de Carlos V la corona imperial de la Alemania, y mientras el nuevo César recibía el cetro en Aquisgrán, y la España, presa de la codicia y la arbitrariedad de algunos flamencos, ardía en intestinas disensiones, el genio osado y sagaz de Hernán Cortés, ensanchando los límites de los ya vastos dominios de aquel monarca, lanzábase a sujetar a su trono el inmenso continente de las Indias occidentales.

En vano Diego Velázquez, arrepentido de haberle entregado el mando del ejército, temeroso de su osadía y envidioso de su fortuna, quisiera detenerle en su rápida y victoriosa carrera; en vano también habían conspirado sordamente contra él enemigos subalternos.

Verificando política y oportunamente en Veracruz la dimisión del cargo conferido y revocado por Diego Velázquez, había conseguido el astuto caudillo asegurarse el mando que anhelaba y en el cual se sostuviera hasta entonces con mas osadía que derecho.

Un ayuntamiento creado por él le había nuevamente revestido de la autoridad que fingiera deponer, y coronada por el éxito su sagacidad, inspiró mayor confianza a su ambición.


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Dominio público
411 págs. / 11 horas, 59 minutos / 299 visitas.

Publicado el 8 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

La Sabiduría del Padre Brown

Gilbert Keith Chesterton


Novela


La ausencia de Mr. Glass

La consulta del doctor Orion Hood, el eminente criminólogo y especialista en ciertos desordenes morales, tenía vista al mar y estaba situada en Scarborough. Desde sus ventanas de estilo francés, grandes y bien iluminadas, se podía contemplar el mar del Norte como un infinito muro exterior de mármol azul verdoso. En un lugar así, el mar tenía algo de la monotonía de un friso monocromo, pues en las estancias regía una terrible pulcritud, no muy diferente a la del mar. No debe suponerse, sin embargo, que el apartamento del Dr. Hood carecía de lujo o, incluso, de poesía. Todo lo contrario, se podían percibir claramente, pero uno sentía que no se les permitía salir de allí. El lujo estaba presente: sobre una mesa había ocho o diez cajas de los mejores cigarros, aunque situadas de tal modo que los más fuertes siempre estaban más cerca de la pared y los más suaves de la ventana. Asimismo, un mueble bar, que contenía tres tipos de licores excelentes, permanecía siempre sobre la lujosa mesa. Pero la moda mandaba que el whisky, el brandy y el ron siempre parecieran situados al mismo nivel. La poesía también estaba presente: en una esquina de la habitación se alineaban los clásicos ingleses, en otra los fisiólogos ingleses y extranjeros. Pero si alguien tomaba un volumen de Chaucer o de Shelley de uno de los anaqueles, su ausencia irritaba tanto la mirada como la falta de un diente delantero en una persona. No se podría decir si esos libros se habían leído alguna vez, probablemente si, pero su ser mismo parecía encadenarlos a sus sitios, como las biblias en las iglesias antiguas. El doctor Hood trataba sus anaqueles como si fueran la biblioteca pública.


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224 págs. / 6 horas, 32 minutos / 296 visitas.

Publicado el 5 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Miguel Strogoff

Julio Verne


Novela


PRIMERA PARTE

1. UNA FIESTA EN EL PALACIO NUEVO

—Señor, un nuevo mensaje.

—¿De dónde viene?

—De Tomsk.

—¿Está cortada la comunicación más allá de esta ciudad?

—Sí, señor; desde ayer.

—General, envíe un mensaje cada hora a Tomsk para que me tengan al corriente de cuanto ocurra.

—A sus órdenes, señor —respondió el general Kissoff.

Este diálogo tenía lugar a las dos de la madrugada, cuando la fiesta que se celebraba en el Palacio Nuevo estaba en todo su esplendor.

Durante aquella velada, las bandas de los regimientos de Preobrajensky y de Paulowsky no habían cesado de interpretar sus polcas, mazurcas, chotis y valses escogidos entre lo mejor de sus repertorios.

Las parejas de bailadores se multiplicaban hasta el infinito a través de los espléndidos salones de Palacio, construido a poca distancia de la «Vieja casa de Piedra», donde tantos dramas terribles se habían desarrollado en otros tiempos y cuyos ecos parecían haber despertado aquella noche para servir de tema a los corrillos.


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336 págs. / 9 horas, 48 minutos / 294 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

La Alegría del Capitán Ribot

Armando Palacio Valdés


Novela


I

En Málaga no los guisan mal; en Vigo, todavia mejor; en Bilbao los he comido en más de una ocasión primorosamente aliñados. Pero nada tienen que ver estos ni otros que me han servido en los diferentes puntos donde suelo hacer escala con los que guisa una señora Ramona en cierta tienda de vinos y comidas llamada El Cometa, situada en el muelle de Gijón. Por eso cuando esta inteligentísima mujer averigua que el Urano ha entrado en el puerto, ya está preparando sus cacerolas para recibirme. Suelo ir solo por la noche, como un ser egoísta y voluptuoso que soy; me ponen la mesa en un rincón de la trastienda, y allí, a mis anchas, gozo placeres inefables y he pillado más de una indigestión.

Arribé el 9 de febrero, a las once de la mañana, y, como siempre, comí poco, preparándome con saludable abstinencia para la solemnidad de la noche. Dios no lo quiso. Poco antes de sonar la hora, un bárbaro marinero, al trasladar un farol, lo rompió, cayó la mecha encendida sobre una pipa de petróleo, se prendió fuego, acudimos a atajarlo, y con no poco trabajo, arrojando al agua esa y otras pipas, lo conseguimos. Se quemó la caseta del piloto, mucha jarcia y una parte de la obra muerta. En fin, la avería nos tuvo afanosos y en pie casi toda la noche. Y este fué el motivo de que no fuese a comer el plato de callos de la señora Ramona, como tuve a bien comunicárselo por medio del grumete, advirtiéndole al mismo tiempo que me aguardara sin falta aquella misma noche.


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Dominio público
184 págs. / 5 horas, 22 minutos / 287 visitas.

Publicado el 11 de agosto de 2017 por Edu Robsy.

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