(«El poder reside en la fe del pueblo», en lo que cree)
Prólogo de un amigo
Un día me va a tener que explicar Arturo Robsy por qué hace lo que
hace y dónde se aprovisiona de la energía para hacerlo. En ausencia de
su explicación directa, me toca hoy dar al lector curioso mi versión.
El autor de El Descubrimiento de Europa se encuentra a caballo entre
dos mundos: el que dejó de ser y al que guardaba un difícil entramado de
fidelidades, y el que debe de empezar a ser, que le apasiona no sólo
por las novedades que presiente en él, sino porque comprende — y hace
comprender al lector — que puede ser un universo a la medida del hombre,
un hallar por fin la unidad humana que se nos arrebató hace ya tiempo.
Quizá deba traicionar el misterio, la clave del presente libro: Robsy
ve que el mundo actual se ha hecho pequeño y que es forzoso
engrandecerlo, ya que no en territorios, al menos en horizontes humanos.
Opina — y toda opinión es discutible, aunque la suya es muy atractiva —
que España ha guardado silencio, no ha hecho historia durante la Edad
Contemporánea. Ha sido sujeto pasivo de ella. Y concluye que lo que hoy
se llama Occidente, y está en crisis si no en decadencia, está
incompleto porque se hizo sin España y, muchas veces, contra ella. Como
Occidente se siente tan distinto de nosotros como, al menos, nosotros de
él, el Occidente en crisis ensaya una nueva colonización de España,
tanto en lo político como en lo cultural y económico.
En "El Descubrimiento de Europa" mi amigo Arturo ensaya una nueva
visión del problema y propone, frente a la invasión, la independencia,
para recuperar, con la unidad, las dos constantes de lo español. Quiere —
y conmigo lo ha conseguido — que reparemos a la vez en el pasado y en
el futuro de España. Quiere, además, que se le discuta, empeñado en
forzar la imaginación del lector por otros derroteros.
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