Noticia preliminar
Lisístrata, como quien dice Pacífica, pues la
etimología de esta palabra hace pensar en el licenciamiento de las
tropas, es un nombre muy adecuado a la protagonista de una comedia cuyo
objeto, como el de Los Acarnienses, Las Aves y La Paz, es apartar a los atenienses de una guerra interminable y desastrosa.
Lisístrata, esposa de uno de los ciudadanos más influyentes de
Atenas, harta de los males de la guerra que afligen a su patria, y
viendo el ningún interés que el pueblo manifiesta por terminarlos,
decídese a hacerlo por sí misma, reuniendo al efecto a las mujeres de su
país y de los demás pueblos beligerantes, y comprometiéndolas
solemnemente a abstenerse de todo trato con sus maridos mientras estos
no estipulen la deseada paz. Al mismo tiempo que se pacta esta
resistencia pasiva, otras mujeres se apoderan de la ciudadela y se hacen
cargo del tesoro en ella custodiado, persuadidas de que la falta de
recursos contribuirá no menos que los estímulos del amor, a la
pacificación de Grecia. En efecto, el miedo de perder su salario de
jueces trae pronto a las puertas de la ciudadela una turba de viejos
animados de proyectos incendiarios, que son rechazados mediante un
diluvio de agua y otro de desvergüenzas, que las sitiadas y el refuerzo
de otra legión mujeril arrojan sin consideración sobre todos ellos.
Un magistrado que acude después es también víctima del descoco
femenino, y ve arrollados y sopapeados por la nata y flor de las
verduleras atenienses a todos los arqueros de su guardia.
No obstante este triunfo, la situación va haciéndose insostenible
dentro y fuera de la ciudadela. A Lisístrata le cuesta un trabajo
infinito evitar la deserción de sus soldados, que inventan mil pretextos
especiosos para volver a sus casas; mientras los hombres no aciertan a
vivir más tiempo separados de sus mujeres.
Leer / Descargar texto 'Lisístrata'