La Hueste
Ramón María del Valle-Inclán
Teatro
(Un camino. A lo lejos, el verde y oloroso cementerio de una aldea. Es de noche y la luna naciente brilla entre los cipreses. Don Juan Manuel Montenegro, que vuelve borracho de la feria, cruza por el camino jinete en un potro que se muestra inquieto y no acostumbrado a la silla. El hidalgo, que se tambalea de borrén a borrén, le gobierno sin cordura, y tan pronto le castiga con la espuela como le recoge las riendas. Cuando el caballo se encabrita, luce una gran destreza y reniega como un condenado.)
EL CABALLERO.—¡Maldecido animal...! ¡Tiene todos los demonios en el cuerpo...! ¡Un rayo me parta y me confunda!
UNA VOZ.—¡No maldigas, pecador!
OTRA VOZ.—¡Tu alma es negra como un tizón del infierno, pecador!
OTRA VOZ.—¡Piensa en la hora de la muerte, pecador!
OTRA VOZ.—¡Siete diablos hierven aceite en una gran caldera para achicharrar tu cuerpo mortal, pecador!
EL CABALLERO.—¿Quién me habla? ¿Sois voces del otro mundo? ¿Sois almas en pena o sois hijos de...
(Un gran trueno retiembla en el aire, y el potro se encabrita con
amenaza de desarzonar al jinete. Entre los maizales brillan las luces de
la Santa Compaña. El caballero siente erizarse los cabellos de su
frente, y disipados los vapores del mosto. Se oyen gemidos de agonía y
herrumbroso son de cadenas que arrastran en la noche oscura las ánimas
en pena que vienen al mundo para cumplir penitencias. La blanca
procesión pasa como una niebla sobre los maizales.)
UNA VOZ.—¡Sigue con nosotros, pecador!
OTRA VOZ.—¡Toma un cirio encendido, pecador!
OTRA VOZ.—¡Alumbra el camino de la muerte, pecador!
Dominio público
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Publicado el 4 de julio de 2021 por Edu Robsy.