Introducción a los diálogos
¿Queréis saber lo que son, en sentir de su autor Fernán Caballero,
los Diálogos entre la juventud y la edad madura? Pues oídlo de su boca:
«Recuerdos de un villorrio, de un sochantre de lugar, de un interior pacífico, de niños y de flores; en fin, nimiedades.»1
¿Deseáis conocer los gustos del escritor, y la disposición de su alma al escribir estas páginas?
«Me gustan los árboles como a los pájaros, las flores como a las
abejas, las parras como a las avispas, y las paredes viejas como a las
«salamanquesas.»
—«¡Chitón, conde, chitón! No quiero que mis flores den ocasión a la sátira, ni mis buenas gallinas pábulo a la crítica.
—Pero —repone su interlocutor— ¿en dónde no hallareis vos amigos, marquesa?
—Allí donde no sientan todos como vos, y no me miren con vuestros parciales ojos.»
¡Quién dijera que tan pronto iban a demostrar los sucesos la exactitud de este presentimiento!
Pero he aquí anunciado en pocas palabras al lector lo que también en breves razones deseamos decirle.
No es un secreto para el público lo que acerca de Fernán Caballero
siente y piensa el que escribe estas líneas, que mirará siempre como uno
de sus mejores timbres haber logrado la confianza del insigne novelista
para cuidar de la presente edición. Por lo mismo, y satisfechos con
haber consignado en ella nuestro nombre entre tantos ilustres literatos
que se han apresurado a tributarle homenaje, nos habíamos propuesto
dejar libre el paso para que otros pudiesen formar parte de tan
brillante acompañamiento.
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