Libro primero
I.
Me exigiste, caro Novato, que te escribiese acerca de la manera de
dominar la ira, y creo que, no sin causa, temes muy principalmente a
esta pasión, que es la más sombría y desenfrenada de todas. Las
otras tienen sin duda algo de quietas y plácidas; pero esta es toda
agitación, desenfreno en el resentimiento, sed de guerra, de sangre,
de suplicios, arrebato de furores sobrehumanos, olvidándose de sí
misma con tal de dañar a los demás, lanzándose en medio de las
espadas, y ávida de venganzas que a su vez traen un vengador. Por
esta razón algunos varones sabios definieron la ira llamándola
locura breve; porque, impotente como aquélla para dominarse, olvida
toda conveniencia, desconoce todo afecto, es obstinada y terca en lo
que se propone, sorda a los consejos de la razón, agitándose por
causas vanas, inhábil para distinguir lo justo y verdadero,
pareciéndose a esas ruinas que se rompen sobra aquello mismo que
aplastan. Para que te convenzas de que no existe razón en aquellos a
quienes domina la ira, observa sus actitudes. Porque así como la
locura tiene sus señales ciertas, frente triste, andar precipitado,
manos convulsas, tez cambiante, respiración anhelosa y entrecortada,
así también presenta estas señales el hombre iracundo. Inflámanse
sus ojos y
centellean; intenso color rojo cubre su semblante, hierve la sangre
en las cavidades de su corazón, tiémblanle los labios, aprieta los
dientes, el cabello se levanta y eriza, su respiración es corta y
ruidosa, sus coyunturas crujen y se retuercen, gime y ruge; su
palabra es torpe y entrecortada, chocan frecuentemente sus manos, sus
pies golpean el suelo, agítase todo su cuerpo, y cada gesto es una
amenaza: así se nos presente aquel a quien hincha y descompone la
ira. Imposible saber si este vicio
es más detestable que deforme. Pueden ocultarse los demás,
alimentarles en secreto; pero la ira se revela en el semblante, y
cuanto mayor es, mejor se manifiesta.
Leer / Descargar texto 'De la Ira'