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fecha: 01-01-2021


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Las Memorias de Silvestre

Roberto Payró


Cuento


Nuestro amigo el boticario Silvestre Espíndola hubiera llegado a ser un grande hombre en cualquier otro medio, con solo algunas variantes en el carácter y en la especialidad de su talento. Desgraciadamente se malgastaba en fuegos artificiales. Carecía de espíritu científico; no hacía síntesis sino en la farmacia, manipulando substancias químicas y sin saberlo siquiera. En la política y en la sociedad limitábase forzosamente al análisis. Y el análisis, cuando falta la generalización, no conduce a las grandes acciones, ni aún a la acción, lo que quiere decir que no modela grandes hombres.

Pero, en otro ambiente, soliviantado por otros elementos, combatido o favorecido por otras circunstancias, hubiera llegado lejos, pues en los centros importantes, donde rebosa la vida, no faltan para una entidad cualquiera, las entidades complementarias, que la convierten en personalidad, o cuando menos en individualidad. De otra manera en cada país no habría sido un número irrisorio por lo exiguo, de personajes dirigentes: lo serían, sólo, aquellos que de veras tienen dedos para serlo.

Silvestre no era grande hombre ni en Pago Chico, donde sin embargo, aparecían como tales, Ferreiro, Luna, Machado, Fillipini, Bermúdez, Viera, don Ignacio, Carbonero, Barraba, Gómez y cien más, sin contar al diputado Cisneros, pitonisa del partido oficial, y al senador Magariño, deidad invisible e intangible, que sólo muy de tarde en tarde soltaba desde su nebuloso Sinaí algún nuevo mandamiento de su decálogo con estrambotes o añadiduras.


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21 págs. / 37 minutos / 45 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Poesía

Roberto Payró


Cuento


«Poesía eres tú».— BÉCQUER
 

La noche de verano había caído espléndida sobre la pampa poblada de infinitos rumores, como mecida por un inacabable y dulce arrullo de amor que hiciese parpadear de voluptuosidad las estrellas y palpitar casi jadeante la tierra tendida bajo su húmeda caricia. La brisa, cálida como una respiración, se deslizaba entre las altas hierbas agostadas, fingiendo leves roces de seda, vagos susurros de besos. Las luciérnagas bailaban una nupcial danza de luces. El horizonte producía extraña impresión de claridad, aunque en derredor no pudiera discernirse un solo detalle, ni en los planos más próximos. Era una noche de ensueño, de esas que tienen la virtud de infiltrarse hasta el alma, sobreexcitar los sentidos, encender la imaginación.

Y los peones de la estancia de don Juan Manuel García, tendidos en el pasto, al amor de las estrellas, iluminados a veces por una ráfaga roja que relampagueaba de la cocina, fumaban y charlaban a media voz, con palabra perezosa, inconscientemente subyugados por la majestad suprema de la noche.

Una exhalación que cruzó la atmósfera, rayándola como un diamante que cortara un espejo negro, para desvanecerse luego en la tiniebla, fue el punto de arranque de la conversación.

—¡De qué dijunto será es'ánima! —exclamó el viejo don Marto, santiguándose una vez pasado el primer sobrecogimiento.

—¡Por la luz que tenía, de juro que de algún ráy —contestó medrosamente Jerónimo.

Don Marto rezongó una risita:

—¡De ande sacás!... —dijo—. Si aquí no hay ráys dende el año dies, cuando echamos al último, qu'estaba en Uropa... después de los ingleses... ¡Ray! Aura todos somos ráys... y no tenemos corona, si no somos hijos del patrón... Será más bien de algún inocente.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

En la Policía

Roberto Payró


Cuento


No siempre había sido Barraba el comisario de Pago Chico; necesitose de graves acontecimientos políticos para que tan alta personalidad policial fuera a poner en vereda a los revoltosos pagochiquenses.

Antes de él, es decir, antes de que se fundara «La Pampa» y se formara el comité de oposición, cualquier funcionario era bueno para aquel pueblo tranquilo entre los pueblos tranquilos.

El antecesor de Barraba fue un tal Benito Páez, gran truquista, no poco aficionado al porrón y por lo demás excelente individuo, salvo la inveterada costumbre de no tener gendarmes sino en número reducidísimo —aunque las planillas dijeran lo contrario—, para crearse honestamente un sobresueldo con las mesadas vacantes.

—¡El comisario Páez —decía Silvestre— se come diez o doce vigilantes al mes!

La tenida de truco en el Club Progreso, las carreras en la pulpería de La Polvadera, las riñas de gallos dominicales, y otros quehaceres no menos perentorios, obligaban a don Benito Páez a frecuentes, a casi reglamentarias ausencias de la comisaría. Y está probado que nunca hubo tanto orden ni tanta paz en Pago Chico. Todo fue ir un comisario activo con una docena de vigilantes más, para que comenzaran los escándalos y las prisiones, y para que la gente anduviera con el Jesús en la boca, pues hasta los rateros pululaban. Saquen otros las consecuencias filosóficas de este hecho experimental. Nosotros vamos al cuento aunque quizá algún lector lo haya oído ya, pues se hizo famoso en aquel tiempo, y los viejos del pago lo repiten a menudo.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Diablo en Pago Chico

Roberto Payró


Cuento


Viacaba, aquel paisano tosco, bueno y trabajador que tantos han conocido, tenía en ese tiempo su rancho a algunas leguas de Pago Chico, sobre el remanso de un pequeño arroyo que, después de reflejar la barranca, perpendicular y desnuda de vegetación, los sauces desmedrados que se balanceaban sobre ella y el corral de la escasa puntita de ovejas, seguía su curso casi en ángulo recto sobre su antigua dirección, e iba lento, pobre y turbio, a echarse en el indigente caudal del Río Chico, que en realidad nunca llegó a río ni aún con aquél refuerzo, sino en época de grandes crecidas e inundaciones. Viacaba vivía allí, desde muchos años, con su mujer Panchita, sus dos hijos Pancho y Joaquín, hombre ya, su hija Isabel, morenita, feúcha, pero inteligente, y un par de peones, Serapio y Matilde, que, ayudados por el viejo y los dos mozos, bastaban y sobraban para los quehaceres habituales de la estanzuela.

Estos quehaceres estaban lejos de ser abrumadores, aunque Viacaba poseyese buen número de vacas y de yeguas, y unos pocos centenares de ovejas para el consumo, pues no era aficionado a esa clase de crianza.

El rancho era espacioso y constaba de varias habitaciones. Se veía desde lejos, sobre el albardón abierto en dos por el arroyo que, voluntarioso y caprichudo, no había querido echar por lo más fácil, aunque le sobraba campo llano en que correr y aunque no le importara un bledo de la línea recta. Quizá, cuando tendió su lecho, aquellos terrenos tendrían muy distinta configuración...


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Tac-tac-tac

Eduardo Robsy


Cuento, Microrrelato


(Tac-tac-tac)
—Algo no va bien —dijo el médico, mientras me auscultaba.
(Tac-tac-tac)
—Su corazón tiene un sonido anormal —añadió, con gesto ceñudo.
—¿Es grave? —pregunté, asustado.
—Es extraño —insistió el doctor.— Para que me entienda: un corazón normalmente hace "pom-pom" y el suyo hace "tac-tac-tac". Jamás escuché algo parecido.
Recordé, de repente, quién era y dónde estaba.
—Doctor: ¿puede auscultarse a sí mismo?
—Sí, pero mi corazón suena normalmente, hace "pom-pom".
—Inténtelo, por favor.
(Tac-tac-tac)
—No puede ser... —murmuró el doctor.
—Todo está bien, no se apure —le dije, mientras me abrochaba la camisa y salía por la puerta de la consulta.
El doctor, un tipo meramente accidental, no podía saberlo, pero yo, como protagonista, empecé a sospecharlo hace bastantes páginas: no somos más que personajes y nuestro corazón suena al ritmo de la máquina de escribir del autor. Tac-tac-tac.
Con paso tranquilo, salí del hospital para dirigirme al siguiente capítulo.


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Licencia limitada
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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma

Roberto Payró


Cuento


El fantasma Las apariciones sobrenaturales de que era víctima Jesusa Ponec, traían revuelto al pueblo desde semanas atrás. Misia Jesusa las había revelado bajo sello de secreto inviolable a sus íntimas amigas: misia Cenobia, la empingorotado y tremebunda esposa del concejal Bermúdez, y misia Gertrudis Gómez, la espigadora presidenta de las Damas de Beneficencia. Tula y Cenobia las comunicaron, naturalmente, bajo el mismo sello inviolable, a sus confidentas, quienes, a su vez... Total, que todo el mundo lo sabía.

Los fantasmas suelen deambular preferentemente en las noches de invierno, cuando los vecinos se quedan en sus casas, pero a la sazón era verano, un verano de plomo derretido que mantenía en fusión el fuelle del viento norte. Así, los que se encerraban «por si acaso» desde que corrió la noticia, sudaban la gota gorda.

Tula y Cenobia escucharon, haciéndose cruces y temblando como azogadas, las primeras confidencias de Jesusa, aunque Cenobia Bermúdez fuera hembra de pelo en pecho y capaz de zurrarle la badana (como lo probó varias veces) no sólo a su esposo, sino al más pintado, y aunque Tula no tuviese temor de Dios, según decían las malas lenguas refiriéndose a cómo administraba la sociedad. Hicieron que llenase su casa de palma y boj del Domingo de Ramos, que la rociara con agua bendita, que pintara cruces en el suelo delante de las puertas, que encendiese velas de la Candelaria, que hiciera sahumerios de incienso... Y como el fantasma —que era el ánima de su marido Nemesio Ponce, comisario de Tablada— siguió apareciéndose a misia Jesusa, la aconsejaron que acudiese en confesión al cura Papagna, pues aunque éste fuera un «carcamán sin conciencia», era el único que tenía corona para conjurar al Malo y ahuyentarlo con sus «sorcismos».


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Libertad de Sufragio

Roberto Payró


Cuento


Cierta noche, poco antes de unas elecciones, el Club del Progreso estaba muy concurrido y animado.

En las dos mesas de billar, la de carambola y la de casino, se hacían partidas de cuatro, con numerosa y dicharachera barra. Las mesitas de juego estaban rodeadas de aficionados al truco, al mus y al siete y medio, sin que en un extremo del salón faltaran los infalibles franceses, con el vicecónsul Petitjean a la cabeza, engolfados en su sempiterna partida de «manille».

El grupo más interesante era, en la primera mesita del salón, frente a la puerta de la sala de billares, el que formaban el intendente Luna, presidente del Concejo, varios concejales y el diputado Cisneros, de visita en Pago Chico para preparar las susodichas elecciones. Entregábanse a un animado truco de seis, conversadísimo, cuyos lances eran a cada paso motivo de griterías, risotadas, palabrotas con pretensiones de chistes y vivos comentarios de los mirones que, en círculo alrededor, trataban más de hacerse ver por el diputado que de seguir los incidentes de la brava partida.

Junto a ellos, sentado en un sillón, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, acariciándose la bota, abrazándola casi, el comisario Barraba con el chambergo echado sobre las cejas y dejándole en sombra la mitad de la cara achinada, ancha y corta, de ralo y duro bigote negro, hablaba ora con los jugadores, ora con los mirones, lanzando frasecitas cortas y terminantes como cuadra a tan omnímoda autoridad.

Descontentos no había en el club más que tres o cuatro: Tortorano, Troncoso y Pedrín Pulci a caza de noticias, cuya tibieza les permitía andar por donde se les diera la real gana.

Los tres se hallaban cerca de la mesa del intendente y el diputado, podían oír lo que en ella se decía, y hasta replicar de vez en cuando —aunque con moderación naturalmente—, al comisario Barraba.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Con la Horma del Zapato

Roberto Payró


Cuento


«Tengo el honor y la satisfacción de comunicar a usted, por orden del señor Intendente, que desde la fecha queda suspendido y exonerado de su cargo de subdirector y segundo médico del Hospital municipal, por razones de mejor servicio, y agradeciéndole en nombre del municipio los servicios prestados. Tengo el gusto de saludarlo con toda consideración, etc., etc.»

Llegó esta nota a manos del doctor Fillipini al día siguiente de la elección que consagró, por su consejo, municipal a Bermúdez.

—¡Mascalzone! —exclamó, pensando en su protegido de un minuto.

Pero sin que el despecho le ofuscara el raciocinio, salió de casa en busca del firmante de la nota en primer lugar. Era éste el secretario de la Intendencia, Remigio Bustos, y podía aclararle muchos puntos, útiles para sus manejos ulteriores. Le encontró tomando café y copa en la confitería de Cármine. Haciendo un grande esfuerzo, un acto heroico, pagó la «consumación» y pidió «otra vuelta».

—Dígame, Bustos —preguntó por fin—; ¿por qué me destituye don Domingo?

—¡Hombre, no sé! —contestó el otro, paladeando su anis, y no por sutileza ni reserva política, sino por nebulosidad cerebral.

Viera, caracterizándolo, había publicado efectivamente, hacía poco, una parodia de la fabulilla de Samaniego:


Dijo Ferreiro a Bustos
después de olerlo:
—Tu cabeza es hermosa
pero sin seso.
¡Cómo éste hay muchos
que, aunque parecen hombres,
sólo son... Bustos!
 

—No sabe ¡bueno! Pero dígame cómo fue —insistió Fillipini, en su jerga ítalo-argentina, seguro de que por el hilo sacaría el ovillo—. ¿No le habló nadie?

—Nadie.

—¿Le hizo escribir la nota así, sin más ni más?

—Sí, mientras estaban votando.

—¿Y nadie había ido a verlo?

—Nadie más que Gino, el pión de Cármine.

—¿Y a qué iba Gino?


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Altruismo

Roberto Payró


Cuento


Entre las espesas sombras de la noche, en grupos charlatanes de tres o cuatro personas, numerosos vecinos de Pago Chico se encaminaban lentamente a la estación del ferrocarril. Se habían reunido con ese objeto en el Club del Progreso, en el café y en la confitería de Cármine, y al acercarse la hora fueron destacándose poco a poco, para no llamar demasiado la atención ni dar pie a que los opositores hicieran alguna de las suyas.

Llegaba en tren expreso, costeado naturalmente por el gobierno, el diputado Cisneros con la misión de reconstruir el comité, y era preciso hacerle una calurosa acogida a pesar de lo intempestivo de la hora. La estación estaba completamente a oscuras; sólo por la puerta de la habitación del jefe, filtraba una raya de luz, y allá en el fondo el Buffet —en funciones para las circunstancias—, abría sobre andén desierto, el abanico luminoso de su entrada. Allí fueron sentándose a medida que llegaban, el doctor Carbonero, el escribano Ferreiro, el intendente Luna, el juez de paz Machado, el concejal Bermúdez y varios otros, sin que faltaran el comisario Barraba y su escribiente Benito, ni aún don Másimo, el portero de la Municipalidad, muy extrañado de no tener que disparar bombas de estruendo en tan solemne emergencia. No hubo francachela; los tiempos estaban malos, y nadie quería cargar con el mochuelo del coperío, aunque sólo hubiera en la estación una veintena de personas. Cada cual, si quería, «tomaba algo»... y pagaba.

La espera fue larga. El expreso se había retrasado en no sabemos qué estación y el jefe aun no tenía noticias de su llegada... Poco a poco, todos fueron a pasearse en la oscuridad del andén, luego instintivamente agrupáronse a la puerta de Buffet, y conversaban mirando inquietos al norte por descubrir entre las sombras el ojo encendido del tren en marcha.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Para Barrabasadas...

Roberto Payró


Cuento


¡Cuánta serenata y qué golpear de puertas! Pago Chico está «desatado» y mientras en el club los patricios hacen destapar mucho vino espumante y un poco de champaña, entre risas, dicharachos y brindis, de las trastiendas de los almacenes y de los despachos de bebidas salen cantos broncos y desafinados en que se distingue algún «te l'o detto tante volte»... o acompasadas y estrepitosas vociferaciones de «morra», como martillazos secos, o la algarabía de alguna disputa nacida entre oleadas de carlón.

Por las calles vagan grupos de obreros con acordeón y guitarra, y de jóvenes calaveras, al uso pagochiquense, que repican los Hamadores, se cuelgan de las campanillas, hacen ronga-catonga alrededor de algún infeliz que se retira tropezando, medio chispo, y producen tal alboroto que parecen legión cuando son apenas un puñado.

Éstos se divierten apedreando las ventanas del Juez de Paz —sabiéndolo, en el Club— guarecidos tras de la tapia de un terreno baldío; aquéllos han atado un tarro de petróleo a la cola del perro de Silvestre, y allá va el pobre animal como una exhalación hasta el confín del pueblo, despertando a las supersticiosas comadres de los ranchos que se santiguan aterradas; los de más allá, inspirados por el hijo de Bermúdez, mozo «diablo» cuya viveza es legendaria, han puesto en práctica la genial idea de descolgar el letrero de Madama Chomblant, la partera —cuadro que representa una mujer de palo, vestida de hojalata, sacando un feto rojo de un rábano recortado en forma de rosa—, y colgarlo en la puerta del cura, que echará pestes sin saber a quién debe tal bromazo.

Al Club del Progreso, con motivo de tan magna fiesta, han acudido tirios y troyanos a pesar de las terribles disenciones. Hay armisticio, y el mismo comisario Barraba se ha dignado hacer acto de presencia —muy campechano— y codearse breves momentos con la oposición.


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Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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