I
En un tramo que hay entre Auburn y Newcastle,
siguiendo en primer lugar la orilla de un arroyo y luego la otra, la
carretera ocupa todo el fondo de un desfiladero que está en parte
excavado en las pronunciadas laderas, y en parte levantado con las
piedras sacadas del lecho del arroyo por los mineros. Las colinas están
cubiertas de árboles y el curso del río es sinuoso.
En noches oscuras hay que conducir con cuidado para no salirse de la
carretera e irse al agua. La noche de mi recuerdo había poca luz, y el
riachuelo, crecido por una reciente tormenta, se había convertido en un
torrente. Venía de Newcastle y me encontraba a una milla de Auburn, en
la zona más oscura y estrecha del desfiladero, con la vista atenta a la
carretera que se extendía por delante de mi caballo. De pronto, y casi
debajo del hocico del animal, vi a un hombre; di un tirón tan fuerte a
las riendas que poco faltó para que la criatura quedara sentada sobre
sus ancas.
—Usted perdone —dije—, no le había visto.
—No se podía esperar que me viera —replicó con educación el individuo
mientras se aproximaba al costado de la carreta—; y el ruido del
desfiladero impidió que yo le oyera.
Aunque habían pasado cinco años, reconocí aquella voz enseguida. No me agradaba especialmente volver a oírla.
—Usted es el Dr. Dorrimore ¿verdad? —pregunté.
—Exacto; y usted es mi buen amigo Mr. Manrich. Me alegra muchísimo
verle —añadió esbozando una sonrisa—, sobre todo porque vamos en la
misma dirección y, como es natural, espero que me invite a ir con usted
en la carreta.
—Cosa que yo le ofrezco de todo corazón.
Lo que no era verdad en absoluto.
Información texto 'El Reino de lo Irreal'