Los Rayos Z
José Fernández Bremón
Cuento
I
Ella era de una fealdad superlativa; lo horrible hecho carne; pero Él la empeoraba en tercio y quinto con su cuerpo dislocado, su cabeza como machacada entre dos piedras, pies de aumento y manazas como guantes de esgrimir. El amor, que une hasta los hipopótamos, había apasionado mutuamente aquellos monstruos, pero nadie se imaginaba al Cupido que hizo su consorcio con alas de oro y rosa, sino en figura de murciélago. Al verlos, rompían a llorar hasta los usureros, y las aguas de los ríos, espantadas, corrían más deprisa; el sol se nublaba para tapar aquella visión doble, y la obscuridad, al envolverlos cada noche, sentía las entrañas doloridas a la idea de tener que darlos a luz por la mañana.
II
Desde entonces saben los poetas que pueden hablar hasta las piedras, porque las estatuas de Fidias se quejaron en voz alta diciendo desde sus pedestales:
—Es intolerable que lo feo inspire amor.
Y las Frinés y los Adonis que lucían en los Juegos Olímpicos sus cuerpos arrogantes vociferaban indignados:
—Atraer y ser querido es el privilegio de lo hermoso; repeler y repugnar es el castigo de lo feo.
—Ese amor tierno y horrible trastorna las nociones de la fealdad y la belleza.
—Destierra, Apolo, esos amantes al astro más lejano, adonde no lleguen la vista ni el pensamiento de los hombres.
—Pide a Júpiter que los confunda con sus rayos.
III
El carro del Sol se detuvo, y los dioses, los héroes y cuantos tienen entrada de favor en el Olimpo subieron a escuchar el himno de Apolo en defensa de la poesía y la belleza. Al resonar su argentina voz en las alturas, los mundos enmudecieron para no interrumpir su cántico sublime, y temblaron los monstruos, las Harpías, las Parcas y las Furias cuando pidió el exterminio de la fealdad por desapacible a la vista, indigna de amor y ser el borrón de lo creado.
Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 11 visitas.
Publicado el 1 de agosto de 2024 por Edu Robsy.