Textos más vistos publicados el 2 de febrero de 2024

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fecha: 02-02-2024


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El Aficionado

Joaquín Dicenta


Cuento


Don Braulio Quiroga era, y seguirá siéndolo positivamente, el hombre más feliz del mundo. Rico, gordo, linfático, casado con una malagueña hermosísima, aficionado a los toros y tonto. ¿Qué mayor mina de felicidades?

Retirado del comercio donde hizo un modesto, pero seguro capital, del que sabía extraer intereses cuantiosos por el fácil y noble método de la usura, habitaba, juntamente con su graciosa cónyuge, un entresuelito situado en un barrio céntrico de Madrid.

Por las mañanas, podía vérsele en su despacho, ocupando, frente a la mesa de escritorio, cómodo sillón de gutapercha, vestido el cuerpo por una bata de tela rameada, semejante a la de las colgaduras económicas que vendía en su juventud, cubierto el cráneo por un gorro de terciopelo gris y calzados entrambos juanetes (cada pie era un juanete) por zapatillas de paño obscuro.

Delante de aquella mesa pasábase don Braulio tres o cuatro horitas revisando escrituras, recibiendo clientes, redactando pagarés, endosando letras… haciendo sudar a los necesitados de dinero su hacienda entera, a cambio de unos cuantos duros y de unos muchos pliegos de papel. Allí estaba desvalijando al prójimo, repasando con la vista el ciento de retratos que, con efigie y firma de toreros ilustres, tapizaban, mejor que adornaban, los muros, y deteniéndola con orgullo en un amplísimo marco oval que servía de orla al busto emperifollado del dueño de la casa.

A las doce entraba don Braulio en el gabinetito donde zurcía ropa la sin par malagueña, hablaba con ella de todo menos de lo que, a una mujer guapa, joven, morena y levantina por añadidura, debe hablar un marido celoso de su porvenir conyugal; y cuando la doméstica gritaba desde la puerta del comedor: «¡Señorito! ¡El almuerzo!» al comedor iba la pareja en busca del pienso cotidiano.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

De la Última Hornada

Joaquín Dicenta


Cuento


—No le quepa a usted duda; el secreto de la vida está en divertirse y solo en divertirse, sin descuidar, por supuesto, lo que a nuestras comodidades y a nuestro porvenir se refiere.

Así se expresaba un joven de veintidós a veintitrés años, asiduo concurrente a cierto café donde asisto yo todas las tardes, como quien asiste a una cátedra; porque si el café constituye en la mayoría de los casos un centro de holganza y un congreso de maldicientes, puede también resultar, para quien sabe utilizarlo, un observatorio de hombres como otro cualquiera.

Aquel joven era y sigue siendo mi contertulio de mesa; yo me complazco en escucharle porque representa de hecho y de derecho a la última hornada de nuestra juventud y, ¡qué demonio!, bien vale la pena de perder un par de horas averiguando cómo razonan y cómo discurren los que a vuelta de algunos años han de influir en los destinos de la patria con el esfuerzo de sus músculos o con los productos de su inteligencia.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Joven Bernier Esposo de una Negra

Roberto Arlt


Cuento


La puerta de la trastienda se abrió violentamente. La negra, esgrimiendo un puñal, avanzó hacia Eraño. Bernier, el marido de la negra, retrocedió aterrorizado hasta dar de espaldas con el muro, y Eraño comprendió que no debía esperar. Desenfundó su automática y saltando a un costado como si se tratara de esquivar la cornada de un toro, descargó los siete proyectiles de la pistola en el cuerpo de la africana. Aischa se desmoronó. Al caer, el puñal, que no se soltó de su mano, rayó el muro, clavándose en el suelo de tablas. Pero su mano crispada no soltó el arma. El piso comenzó a cubrirse de manchas rojas y Bernier, el joven esposo de la negra, refugiado en su rincón, comenzó a temblar como azogado.

Inútil intentar huir. Por las callejuelas que desembocaban en el zoco acudían multitudes de desocupados y traficantes. Sin embargo, Eraño tuvo suerte. En el zoco aquella tarde se encontraban varios soldados españoles y muchos gendarmes del califa. Éstos rodearon rápidamente la casa, y Eraño, sentándose en una silla, le dijo a Bernier:

—No tenga miedo. Espere sentado.

Bernier se sentó a la orilla de una silla, pero el temor era tan intenso en él, que los dientes le castañeteaban. Eraño, en cambio, dio en mirar con curiosidad a la negra. Cuando entraron los soldados a la tienda, Eraño se levantó, diciéndoles a los mocetones que lo encañonaban con sus revólveres.

—He matado a la negra en legítima defensa. Deseo ser llevado hasta el cadí o el comisario del protectorado. Allí, en el suelo, está mi pistola. Observen que la muerta aprieta aún el puñal entre sus dedos.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Maquinista

Joaquín Dicenta


Cuento


En pie sobre el suelo acerado de la locomotora, repartiendo con mano segura y experta vida y calor y movimiento á aquel organismo de hie­rro y de cobre; apoyado en la mani­vela; atento á las oscilaciones del manómetro y á las exigencias del re­gulador; combinándolo todo, mi­diéndolo todo, previniéndolo todo, está el maquinista del tren en mar­cha, con los ojos puestos en el camino y la conciencia en el cumplímiento de su deber.

Aquel hombre, vestido con una blusa azul recogida en desiguales pliegues sobre unos pantalones del mismo color: robusto de cuerpo, con el rostro ennegrecido por el humo, las manos sucias por el carbón y la piel curtida por la lluvia y el aire; aquel personaje, en cuya existencia reparan apenas los viajeros, es el dueño del tren que resbala apresuradamente sobre los rieles; á su voluntad y á su pericia están encomendados los intereses varios que se agi­tan y se amontonan en el interior de los vagones, la vida de los hombres, la conservación de los equipajes, la seguridad de las mercancías; un mo­vimiento torpe, una maniobra mal hecha, el menor descuido, la más pequeña falta, pueden convertir la mole obediente y bien equilibrada, el medio de comunicación y de progreso, el implacable vencedor de las distancias y de las fronteras, en masa ciega y destructora, en instrumento de muerte y de tortura, en vehículo de desastre y en pregonero de des­gracias.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

Por Dónde Vienen las Actas

Joaquín Dicenta


Cuento


Siéntese usted, joven —le dije, mientras contemplaba con simpatía á aquel mozo franco y robusto, de mi­rada inteligente, de rostro enérgico y ademanes escogidos, que descubrían á tiro de maüser su naturaleza provinciana—; siéntese usted y sepa yo á que debo la honra de esta visita, y en que pueden servirle los consejos que de mí para usted reclama la respetable persona que me lo re­comienda.

—Ya sabe usted —repuso él— que tengo concluída—y aunque decirlo sea inmodestia— concluída con lucimiento mi carrera en la Universidad de X... Siempre me llevaron mis afi­ciones por el camino de la política; vengo dispuesto á dedicarme á ella y á ver si logro representar á mi país en fuerza de perseverancia y de trabajo.

—Me parece bien. Y ¿qué piensa usted hacer para conseguirlo?

—Tengo grandes proyectos —re­plicó el joven, á tiempo que su ros­tro se iluminaba con una sonrisa de esperanza y de noble orgullo. He estudiado á fondo las evolu­ciones y las necesidades políticas de mi país; conozco, en punto á econo­mía, todo lo que se ha escrito; naci­do en el pueblo, me ha sido suma­mente fácil analizar sus aspiraciones y sus tendencias, he formado un pro­grama que defenderé con inque­brantable constancia, sin olvidos ni concesiones de ninguna especie. Con estos elementos, con los que me pro­porcione el periodismo, donde pien­so exponer un día y otro mis ideas, y con la propaganda que haga de mis doctrinas entre aquellos mismos á quienes puedan serles beneficiosas, estoy seguro de lograr el triunfo, como lo estoy de servir fiel y honra­damente los intereses de mi patria.

—¿Conque tales son los pensa­mientos que á usted animan?

—Sí, señor.

—Usted será rico.

—No, señor.

—Pues entonces prepárese á no ser diputado nunca, ó á serlo dentro de cincuenta años, como plazo más breve.

—¡Qué dice usted!


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El León de Bronce

Joaquín Dicenta


Cuento


Aquello fue horrible; te aseguro que fue horrible. Bien castigado estoy; como no pueden imaginarlo los jueces que me condenaron, los alguaciles que me condujeron a la cárcel y el carcelero que me guarda. Si ellos supiesen mi secreto, me dejarían en libertad… ¡Mi secreto! No lo saben, ¡no lo sabrán nunca! ¿Para qué?… A ti sí quiero revelártelo, a fin de que me compadezcas, de que me consueles, de que conozcas mi desventura… ¡Sufro tanto!… Oye y no me tomes por un loco. Te juro que es verdad. Si el pecho fuera transparente; si en el sitio donde late mi corazón se abriese una ventana y te asomases a mirar por ella, lo verías con tus propios ojos. ¿Qué verías?… Vas a saberlo, a saberlo tú solo. Escucha la historia de mi martirio y luego calla; ¡calla siempre!, no se la reveles a nadie.

No sé explicarte cómo se aposentó en mi cráneo idea tan ruin; pero es lo cierto que no pensaba en otra cosa. Al igual de esas plantas que nacen entre las grietas de los muros ruinosos y siendo al principio imperceptible mancha verde, se extienden pronto y crecen y se desarrollan y trepan por el muro adelante e invaden a su víctima de granito, esta idea brotó en mi cerebro indeterminada, confusa, inconsistente; su primera aparición fue tan rápida, que apenas sí me di cuenta de ella; no hice caso; imaginé que se había ido para no volver nunca; pero aquella idea tenía la condición de los traidores; acechaba en la sombra y echó raíces, y comenzó a extenderse con sigilo; y trepó por todos los filamentos nerviosos de mi máquina de pensar y ocupó las celdillas microscópicas donde gestan los decretos de la voluntad y las determinaciones del juicio, y un día se levantó delante de mí despótica, absorbente, única. Era su esclavo; no tenía más remedio que obedecerla.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Retrato

Joaquín Dicenta


Cuento


Quien entrase por vez primera en aquel gabinete dudaría si iba a presentarse delante de una cortesana, de una artista o de una gran señora, tan varios aspectos ofrecía en su ornamentación, tan rico era en contrastes, tales y tan diversas las impresiones que causaba a los ojos y al juicio en ese rápido e inconsciente cálculo de probabilidades que todos hacemos al visitar por vez primera la casa de personas para nosotros desconocidas.

Una chaisse longue, semejante a un lecho por su anchura, adornada con blandos almohadones de seda y puesta enfrente de amplio espejo de luna, evocaba la imagen tizianesca de humanos desnudos, reflejando sobre el cristal los retazos íntimos de la pasión, las truhanerías carnales del deleite. Un armónium chapeado de nácar, dos estantes de pelouche encima de los cuales se gallardeaban las partituras de los grandes maestros y las literaturas más peregrinas del humano ingenio; dos o tres coronas que dejaban caer sobre el armónium como una cascada de gloria sus cintas de colores múltiples y algunos lienzos sin concluir, bocetos, apuntes, notas de color, matrices de cuadros, leitmotives pictóricos de esos que los inteligentes veneran y el público no paga, recordaban el estudio de un artista de genio, mientras el resto del mueblaje, de última novedad, ajustado a la moda, con sus silloncitos de raso, sus sillas maqueadas y sus entredós llenos de baratijas, tan costosas como vulgares, pregonaban la existencia de grandes caudales contraídos a la obligación perentoria de costear un lujo inútil.

¿Quién era la dueña de tal mosaico? ¿Había conseguido encontrar en sí misma el punto de intersección, la convergencia de los tres grandes dominadores del mundo, el vicio, la riqueza y el arte?… ¿Quién era?… No entonces, que apenas sí la conocía, ahora que he dejado de conocerla ya, seríame difícil contestar de un modo preciso.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

El Último Adiós

Joaquín Dicenta


Cuento


Al fin pude verla asomada a la ventanilla y dirigiendo sus ojos en mi busca, mientras la máquina avanzaba con lentitud majestuosa por el andén, arrastrando los vagones, que sacudían con intermitente chirrido sus músculos de hierro.


Voy al convento de X…; pasaré por ahí; sal a esperarme y nos daremos el último adiós.


Esta carta, la primera noticia que recibía después de cuatro años de la compañera de mi infancia, de la que compartió conmigo los juegos tumultuosos de la niñez, me hizo acudir a la estación más entristecido que alegre; y mi tristeza subió de punto cuando, al estrechar entre mis manos las suyas, contemplé su rostro hermoso, pero impasible y frío, como los de esas estatuas del Renacimiento que retratan a un tiempo la belleza y la muerte.

Era ella; pero ¡qué diferencia tan grande existía entre aquel rostro alegre, lleno de vida y de expresión, que yo miraba como una aurora en los comienzos de mi juventud, y el rostro que se me ofrecía entonces, arrebujado en una toquilla oscura! Los ojos grandes y negros, donde brillaran antes todas las pasiones y todos los deseos, miraban con triste y monótona indiferencia; sus labios, abiertos siempre por una sonrisa juguetona y fresca, ostentaban un pliegue sombrío; las curvas de su garganta y de sus mejillas tendían a convertirse en líneas angulosas. Era otra mujer; más que ella misma, resultaba un recuerdo borroso de su propia imagen.

—¿Qué es esto? —le dije.

—Que abandono la aldea y voy a meterme en un convento.

—¿En un convento?


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Epopeya de un Presidiario

Joaquín Dicenta


Cuento


I

Fue condenado a presidio por delito de sangre. Era un obrero aplicado, trabajador, de instrucción escasa, pero muy útil y muy entendido en su modesta profesión de albañil. Su maestro le apreciaba, los vecinos del barrio se hacían lenguas de él; a su novia le saltaba el corazón en el pecho cuando le veía acercarse a su puerta, y a su madre, una viejecita de pelo canoso y ojos alegres, se le caía la baba de gusto en presencia de aquel muchachote alto, fornido, cariñoso, sostén de la casa desde la muerte de su padre y retrato vivo del padre muerto, en las condiciones físicas y morales de su persona.

Pedro, este era el nombre del simpático mozo, adoraba en su madre, depositaba en ella íntegro o poco menos el producto de su trabajo, y vivía feliz, con ese relativo desahogo del obrero que le permite cruzar el mundo gozando los bienes de una miseria decorosa.

Este edificio de ventura se vino abajo al anochecer de una fiesta. Pedro jugaba a las cartas con otros compañeros en una taberna inmediata a su domicilio. Menudeaban entre los jugadores sendos vasos de vino; hallábanse más que calientes las cabezas y suscitose agria disputa, a propósito de una jugada entre el mozo y su contrincante: hubo aquello de «Eso no me lo dices en la calle», y a la calle salieron navaja en mano, y de frente y cuerpo a cuerpo riñeron y en la calle quedó con el corazón partido de un navajazo el contrario de Pedro, mientras este, amarrado codo con codo por los agentes de la autoridad, era conducido a la cárcel y sentenciado unos meses después, por la Sala correspondiente, a ocho años de presidio.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

La Finca de los Muertos

Joaquín Dicenta


Cuento


Bajando por la puerta de Toledo, poco antes de llegar al puente y a mano izquierda de la carretera, se abre un camino polvoriento, especie de atajo, en cuyas lindes vierte sus aguas una alcantarilla que serpentea con emanaciones de pantano y pujos de arroyo, para lamer cuatro o cinco casucas de agrietadas paredes y ruinoso aspecto. En sus ventanas colúmpianse con churrigueresco desorden, sujetos a una soga y heridos brutalmente por los rayos del sol, multiples harapos de infinitos colores, los cuales son prendas de vestir, aunque no lo parecen; y junto a la puerta charlan y gritan, formando grupos heterogéneos, mujeres de todas edades, con las greñas sueltas, los brazos desnudos y las medias (cuando las tienen) caídas por encima de los tobillos.

Mientras las mujeres platican, sus criaturas, descalzas, medio en cueros, tiznado el rostro y curtida la piel, chapotean entre las aguas, revolviendo y respirando las putrideces estancadas en el fondo de la alcantarilla, y se revuelcan por la húmeda arena y escarban el suelo y traban disputas, que terminan casi siempre a puñetazos.

Los padres de estos chicos, ocupados en un trabajo que comienza con el día y acaba con el día también, no gozan de tiempo para vigilarles. Las madres, entregadas a sus hablillas, a sus rencores y a sus faenas no les hacen caso tampoco, y los niños se desarrollan en absoluta libertad con el raquitismo en la sangre y la ignorancia en el cerebro.

Sin embargo, tan horrible y triste conjunto representa en aquel camino la nota alegre, porque representa la vida, mejor que la vida, la última frontera de la vida humana.


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Publicado el 2 de febrero de 2024 por Edu Robsy.

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