Textos más largos publicados el 3 de noviembre de 2020 | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 40 textos encontrados.


Buscador de títulos

fecha: 03-11-2020


1234

Tula Varona

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


Los perros de raza, iban y venían con carreras locas, avizorando las matas, horadando los huecos zarzales, y metiéndose por los campos de centeno con alegría ruidosa de muchachos. Ramiro Mendoza, cansado de haber andado todo el día por cuetos y vericuetos, apenas ponía cuidado en tales retozos: con la escopeta al hombro, las polainas blancas de polvo, y el ancho sombrerazo en la mano, para que el aire le refrescase la asoleada cabeza, regresaba a Villa-Julia, de donde había salido muy de mañana. El duquesito, como llamaban a Mendoza en el Foreigner Club, era cuarto o quinto hijo de aquel célebre duque de Ordax que murió hace algunos años en París completamente arruinado. A falta de otro patrimonio, heredara la gentil presencia de su padre, un verdadero noble español, quijotesco e ignorante, a quien las liviandades de una reina dieron pasajera celebridad. Aún hoy, cierta marquesa de cabellos plateados —que un tiempo los tuvo de oro, y fue muy bella—, suele referir a los íntimos que acuden a su tertulia los lances de aquella amorosa y palatina jornada.

El duquesito caminaba despacio y con fatiga. A mitad de una cuestecilla pedregosa, como oyese rodar algunos guijarros tras sí, hubo de volver la cabeza. Tula Varona bajaba corriendo, encendidas las mejillas, y los rizos de la frente alborotados.

—¡Eh! ¡Duque! ¡Duque!… ¡Espere usted, hombre!

Y añadió al acercarse:

—¡He pasado un rato horrible! ¡Figúrese usted, que unos indígenas me dicen que anda por los alrededores un perro rabioso!

Ramiro procuró tranquilizarla:

—¡Bah! No será cierto: si lo fuese, crea usted que le viviría reconocido a ese señor perro.

Al tiempo que hablaba, sonreía de ese modo fatuo y cortés, que es frecuente en labios aristocráticos. Quiso luego poner su galantería al alcance de todas las inteligencias, y añadió:

—Digo esto porque de otro modo quizá no tuviese…


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 208 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Manuelita

Soledad Acosta de Samper


Cuento


«Quiconque n'oublie pas, a vraiment aimé,
et la fidélité de la mémoire est l'un des gages
les plus assurés de ce que vaut le coer.»

Guizot
 

El siguiente día se anunció nublado y lluvioso; pero al llegar la noche la atmósfera se serenó. Después de tomar el chocolate de la oración salimos al corredor como teníamos costumbre de hacerlo: la luna no había parecido aún, pero se veía hacia el occidente aquel resplandor azulado que indica que en breve aparecen sobre el horizonte.

—¿Ya olvidó usted, amiga mía, que anoche ofreció contarnos cierta historia? —preguntó Matilde con su voz suave y triste.

—No por cierto —contestó mi hermana—, y para cumplir mi oferta he procurado recordar pormenores casi olvidados; de modo que si usted lo desea comenzaré mi relación.

—¡De mil amores; empiece usted!

—«Estando yo muy joven —comenzó mi hermana—, salía con frecuencia a pasear con una anciana tía a quien queríamos mucho, tanto por su carácter bondadoso como por cierta instrucción innata que hacía su conversación en extremó amena y agradable.


Leer / Descargar texto

Dominio público
11 págs. / 19 minutos / 112 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Ilusión y Realidad

Soledad Acosta de Samper


Cuento


I saw two beings in the hues of youth
standing upon a gentle hill,
green and of mild declivity.

BYRON

I

… El camino serpenteaba por entre dos potreros, en cuyos verdes prados pacían las mansas vacas con sus terneros, emblema de la fecundidad campestre, y los hatos de estúpidas yeguas precedidas por asnos orgullosos y tiranos, imagen de muchos asnos humanos. De trecho en trecho el camino recibía la sombra de algunos árboles de guácimo, de caucho o de cámbulos, entonces vestidos de hermosas flores rojas, los cuales, como muchos ingenios, apenas dan flores sin perfume en su juventud, permaneciendo el resto de su vida erguidos pero estériles. La cerca que separaba el camino de los potreros, de piedra en partes y de guadua en otras, la cubrían espinosos cactus, y otros parásitos de tierra templada, los cuales so pretexto de apoyarla la deterioraban, según suele acontecer con las protecciones humanas.

Dos jóvenes, casi niños, paseaban a caballo por este camino que conducía al inmediato pueblo, cuyo campanario se alzaba, bien que no mucho, sobre la techumbre de las casas. Al llegar a una puerta de madera que impedía el paso, los dos estudiantes la abrieron ruidosamente y detuvieron sus cabalgaduras para mirar hacia una casa de teja que dominaba el camino a alguna distancia. Al ver salir al corredor que circundaba la casa a dos jóvenes que se recostaron sobre la baranda, los estudiantes se dijeron algo, continuaron su paseo despacio, y pasando por delante de ellas las saludaron.

—Tenías razón —dijo una de las señoritas—, son los paseantes de todas las tardes.

—¡Adiós señores! —exclamó la otra contestando el saludo. Era una niña de quince años, cuya fisonomía lánguida y dulce llamaba la atención por un no sé qué de romántico y sentimental.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 19 minutos / 88 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Madrina

Soledad Acosta de Samper


Cuento


Siendo yo niño (de esto hace luengos años) cuando mi madre y mis hermanas preparaban algún amasijo o cosa delicada, para cuya cooperación no necesitaban de mis deditos que en todo se metían, ni de mi lengüita que todo lo repetía, todas decían en coro:

«Que lleven a Pachito a casa de su madrina.» Yo escuchaba esta sentencia sin apelación, entre alegre y mohíno, y salía de la casa muy despacio, siguiendo a la criada a media cuadra de distancia, y deteniéndome a cada momento para atar las correas de mis botines y recoger la cacucha que me servía de pelota, y así distraía las penas de mi destierro.

Sin embargo, al llegar a casa de mi madrina, las delicias que me aguardaban allí me hacían olvidar las que perdía. Pero antes de entrar, digamos quiénes éramos mi madrina y yo. Yo (ab jove principium) era el último de los diez hijos que mi pobre madre dio a luz: mis nueve hermanas mayores no me idolatraban menos que las nueve musas a Apolo, y yo era naturalmente, en la familia considerado como un fénix, un portento. En ella abundaban dos plagas: pobreza y mujeres. Mi padre, después de trabajar mucho y como un esclavo, murió, a poco de nacido yo, dejándonos escasamente lo necesario para vivir con humildad; mas a pesar de nuestra pobreza, vivíamos todos unidos y satisfechos: ¡preciosa medianía, por cierto, en la que se vive sin afanes y contento y tranquilo!…


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 337 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Octavia Santino

Ramón María del Valle-Inclán


Cuento


El pobre mozo permanecía en la actitud de un hombre sin consuelo, sentado delante de la mesa donde había escrito las Cartas a una querida, aquellos versos eróticos, inspirados en la historia de sus amores con Octavia Santino. Conservaba la abatida cabeza entre las manos, y sus dedos flacos y descoloridos, desaparecían bajo la alborotada y oscura cabellera, a la cual se asían, de tiempo en tiempo, coléricos y nerviosos. Cuando se levantó para entrar en la alcoba, donde la enferma se quejaba débilmente, pudo verse que tenía los ojos escaldados por las lágrimas. Hacía un año que vivía con aquella mujer. No era ella una niña, pero sí todavía hermosa; de regular estatura y formas esbeltas; con esa morbidez fresca y sana que comunica a la carne femenina el aterciopelado del albérchigo, y le da grato sabor de madurez. Supiera hacerse amar, con ese talento de la querida que se siente envejecer, y conserva el corazón joven como a los veinte años; ponía ella algo de maternal en aquel amor de su decadencia; era el último, se lo decían bien claro los hilillos de plata que asomaban entre sus cabellos castaños, los cuales aún conservaban la gracia juvenil.

Un momento se detuvo Perico Pondal en la puerta de la alcoba. Era triste de veras aquella habitación silenciosa, solemne, medio a oscuras; envuelta en un vaho tibio, con olor de medicinas y de fiebre.


Leer / Descargar texto

Dominio público
10 págs. / 17 minutos / 68 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

La Perla del Valle

Soledad Acosta de Samper


Cuento


I

Fresca, lozana, pura y olorosa,
gala y adorno del pensil florido,
gallarda puesta sobre el ramo erguido,
fragancia esparce la naciente rosa.

ESPRONCEDA

«Yo acababa de cumplir veinte años… Bajaba alegremente de las altas planicies de los Andes donde había pasado mi niñez, e iba a emprender viaje a Europa, ese paraíso soñado por todo joven sud—americano. Llevaba el corazón lleno de ilusiones y el espíritu henchido con aquella fatuidad juvenil que espera tener un mundo de dicha en un porvenir que conquistará con el mérito de sus talentos. Dueño de una pequeña fortuna, herencia de mis padres, y que yo creía un caudal inagotable, así como mi corto saber; feliz con mi juventud y una salud robusta, de las cuales pocos hacen caso cuando las tienen, pero que son los dones más preciosos, pensaba en mi porvenir lleno de esperanza y alegría. Cuando desde lo alto de los empinados cerros vi por primera vez el camino que me debía llevar hacia lejanos países, me sentí dichoso con mi libertad y lleno de orgullo… No veía entonces que, si de lejos el camino parecía tan hermoso, rodeado de lindos arbustos y regado por claros riachuelos, al transitarlo encontraría mil peligros y desengaños: los arbustos tendrían espinas y los riachuelos amenazarían ahogarme. Así ve el joven la vida al comenzarla. ¡Qué bella es esa edad en que la verdad está siempre vestida de flores! La juventud es como un telescopio en manos de un niño; por entre sus claros vidrios ve los astros tan cerca que piensa que con alargar la mano los podrá tocar, pero al dejar de mirar al través de su encantado prisma, los ve tan distantes, que no comprende cómo pudo desearlos antes.

Después de algunos días de viaje a caballo, llegué en una hermosa tarde de diciembre a la graciosa aldea del Valle.


Leer / Descargar texto

Dominio público
9 págs. / 15 minutos / 126 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Tipos Sociales: la Monja

Soledad Acosta de Samper


Cuento


—¡Pobres monjas! —decía yo a una amiga mía—, ¡cuánto me conmueve la situación en que se hallan!

—Con más razón te conmovería su suerte, si supieras que cada uno de sus conventos era un hogar hospitalario que han perdido, y que el sacarlas de allí les ha causado más pena que la que sintiera un patriota a quien desterrasen de su país sin tener esperanza de volver jamás.

—¡Vaya, tú exageras! ¡Cuántas no se habrán alegrado al verse libres!

—¡Libres! ¿Llamas libertad el tener que vivir pobremente de limosnas y con el corazón henchido por el dolor de haber dejado el asilo que habían jurado no abandonar sino con la vida? ¿Llamas libertad vivir en una pobre casa, sin ninguna de las comodidades a que estaban enseñadas, y con el continuo temor de carecer de lo necesario?

—¿Y tú qué sabes de eso? ¿acaso has vivido con ellas?

—Sí… , las conozco muy bien y mi simpatía no hace comprender mucho de lo que no todos ven. ¿No te acuerdas que ahora algunos años pasé unos meses en el convento de ***, cuya grata y desinteresada hospitalidad será motivo de mi agradecimiento mientras viva?

—Lo había olvidado, y en verdad que siempre he tenido muchos deseos de sabor cómo viven las monjas en sus misteriosos conventos.

—El convento es un pequeño mundo donde se agitan, no lo dudes, todos o casi todos los sentimientos humanos. Hay varios tipos de monjas que no dejaría de ser interesante estudiar, porque en ellos hallaríamos cuál ha sido la misión de los monasterios en nuestra sociedad.

—Te ruego que recuerdes algunos de ellos para…

—¿Alimentar tu curiosidad? Lo mejor que puedo hacer entonces, querida mía, será dejarte recorrer las páginas del diario que escribí durante mi permanencia en el convento de ***.

Efectivamente al día siguiente recibí el diario de Pía, del cual con permiso suyo me he tomado la libertad de trascribir algunos trozos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 15 minutos / 110 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Juanita

Soledad Acosta de Samper


Cuento


Gran arte de vivir es el sufrimiento;
hondo cimiento de la virtud es la paciencia.

Juan Nuremberg
 

—¡Qué casualidad! —exclamó don Enrique—. Yo conocí en Neiva a la hermana de esa misma Mercedes, a Juanita Vargas.

—¿De veras? —preguntamos todos.

—No me queda la menor duda...; qué familia tan desgraciada —añadió—, pues ésta tuvo también mucho que sufrir.

—Cuéntenos usted lo que le sucedió —dijimos en coro.

—La historia sería muy larga de referir.

—¡Mejor! —exclamó don Felipe—, propongo que en cambio cada uno cuente alguna cosa: ¿no es justo, señor cura?

—Por mi parte, yo no me hallo con fuerzas para desempeñar mi...

—Eso no puede ser... un sacerdote es el que más dramas verdaderos ha presenciado... así pues, vaya preparándose.

—¿Veremos..., y usted?

—Yo cumpliré. Y no crean ustedes —añadió volviéndose a donde Matilde y a mí—, no crean que están exentas ustedes de la común obligación.

—Por supuesto —contesté—, pero mientras tanto don Enrique nada dice.

—¡Cómo no! siempre cumplo lo que ofrezco, aunque tal vez les pesará haberme nombrado orador, pues yo nunca lo he sido. Esta narración en boca de otro podría ser interesante; pero mucho me temo que desempeñándola yo resulte fría y monótona.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 69 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Isabel

Soledad Acosta de Samper


Cuento


«Bueno es para mí, Señor, que me hayas humillado, para que aprenda tus justificaciones, y destierre de mi corazón toda soberbia y presunción.»

Imitación de Cristo
 

Mi tío empezó de esta manera:

—Siendo bastante joven me enviaron a *** con el objeto de que acompañase en sus tareas al doctor Orellana entonces cura del lugar. Poco después de haber llegado allí aquel se enfermó y tuvo que ausentarse durante algún tiempo dejandome solo en el curato. Ya he dicho que era muy joven; acababa de salir del seminario, y tenía una alta idea de lo que debe ser la misión del sacerdote; de este sentimiento provenía en mí un gran temor y desconfianza de mis fuerzas, buscándolas en la oración.

Una mañana me fueron a llamar de parte de una señora cuyo carácter exaltado me causaba siempre mucho malestar, porque me hallaba incapaz de guiar y aconsejar una conciencia como aquella; pero doña Isabel era la persona más importante de ***, y además muy devota y sumamente caritativa, por lo que el cura antes de partir, me había recomendado que tuviese para con ella las mayores consideraciones.

Fui, pues, a su casa inmediatamente.

Doña Isabel era hija única del dueño de casi todas las haciendas y tierras en contorno de ***. Se casó, en parte contra la voluntad de su padre, con un hombre que no diré amaba, porque lo idolatraba; sin embargo su matrimonio duró poco, pues al cabo de tres o cuatro años murió su esposo dejándole dos hijos. Contaban primores de su desesperación cuando murió el marido, y nada pudo consolarla sino clamor de Dios, al cual se entregó con el mayor fervor.


Leer / Descargar texto

Dominio público
8 págs. / 14 minutos / 95 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Al Rescoldo

Ricardo Güiraldes


Cuento


Hartas de silencio, morían las brasas aterciopelándose de ceniza. El candil tiraba su llama loca ennegreciendo el muro. Y la última llama del fogón lengüeteaba en torno a la pava sumida en morrongueo soñoliento.

Semejantes, mis noches se seguían, y me dejaba andar a esa pereza general, pensando o no pensando, mientras vagamente oía el silbido ronco de la pava, la sedosidad de algún bordoneo o el murmullo vago de voces pensativas que me arrullaban como un arrorró.

En la mesa, una eterna partida de tute dio su fin. Todos volvían, preparándose a tomar los últimos cimarrones del día y atardarse en una conversación lenta.

Silverio, un hombrón de diez y nueve años, acercó un banco al mío.

Familiarmente dejó caer su puño sobre mi muslo.

—¡Chupe y no se duerma!

Tomé el mate que otro me ofrecía, sin que lo hubiera visto, distraído.

Silverio reía con su risa franca. Una explosión de dientes blancos en el semblante virilmente tostado de aire.

Dirigió sus pullas a otro.

—Don Segundo, se le van a pegar los dedos, venga a contar un cuento... atraque un banco.

El enorme moreno se empacaba en un bordoneo demasiado difícil para sus manos callosas. Su pequeño sombrero, requintado, le hacía parecer más grande.

Dejó en un rincón el instrumento, plagado de golpes y uñazos, con sus cuerdas anudadas como miembros viejos.

—Arrímese —dijo uno, dándole lugar—, que aquí no hay duendes.

Hacía alusión a las supersticiones del viejo paisano. Supersticiones conocidas de todos y que completaban su silueta característica.

—De duendes —dijo— les voy a contar un cuento. Y recogió el chiripá, sobre las rodillas para que no rozara el suelo.

Un cuento es para alguien pretexto de hermosas frases estudio, para otros; para aquéllos, un medio de conciliar el sueño.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 137 visitas.

Publicado el 3 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

1234