Yolanda, la Hija del Corsario Negro
Emilio Salgari
Novela
CAPÍTULO I. LA TABERNA DEL TORO
Aquella noche, contra lo acostumbrado, la taberna del Toro hervía de gente, como si algún importante acontecimiento hubiese acaecido o estuviera próximo a ocurrir.
Aunque no era de las mejores de Maracaibo y solía estar concurrida por marineros, obreros del puerto, mestizos e indios caribes, abundaban, la noche de que hablamos —cosa insólita—, personas pertenecientes a la mejor sociedad de aquella rica e importante colonia española: grandes plantadores, propietarios de refinerías de azúcar, armadores de barcos, oficiales de la guarnición, y hasta algunos miembros del Gobierno.
La sala, bastante grande, de ahumados muros y amplios ventanales, mal iluminada por las incómodas y humeantes lámparas usadas al final del siglo decimosexto, no estaba llena.
Nadie bebía y las mesitas adosadas a la pared estaban desiertas.
En cambio, la gran mesa central, de más de diez metros de largo, estaba rodeada por una cuádruple fila de personas que parecían presa de vivísima agitación, y que hacían apuestas que hubieran maravillado hasta a un moderno americano de los Estados de la Unión.
—¡Veinte piastras por Zambo!
—¡Treinta por Valiente!
—¡Valiente recibirá tal espolonazo, que caerá al primer golpe!
—¡Será Zambo quien caiga!…
—¡Veinticinco piastras por Valiente!
—¡Cincuenta por Zambo!
—¿Y vos, don Rafael?
—Yo apostaré por Plata, que es el más robusto de todos y ganará la victoria final.
—¡Canario! ¡Ese Plata es un poltrón!
—Como queráis, don Alonso; pero yo espero su turno.
—¡Basta!
—¡Adelante los combatientes!
—¡No va más!
Un toque de campana anunció que habían terminado las apuestas.
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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.