Textos por orden alfabético publicados el 5 de marzo de 2017 | pág. 5

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fecha: 05-03-2017


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Tambores de Guerra

Rudyard Kipling


Cuento


En la nómina de las Fuerzas Armadas figuran todavía como «Los Destacados y Aptos de la Muy Regia y Muy Leal Infantería Ligera de la Princesa Hohenzollern-Sigmaringen de Anspach Merther-Tydfilshíre, adscritos al Regimiento del Distrito 392 A», pero en todos los barracones y las cantinas del ejército se les conoce ahora como los «Destacados e Ineptos». Acaso con el tiempo lleguen a hacer algo que honre su nuevo título, si bien por el momento han caído en un profundo oprobio, y el hombre que los llame «Destacados e Ineptos» sabe que corre el riesgo de perder la cabeza que reposa sobre sus hombros.

Dos palabras masculladas en los establos de un determinado regimiento de caballería bastan para que los hombres echen a la calle con palos y correas, lanzando improperios, pero si alguien se atreve siquiera a susurrar «Destacados e Ineptos», el regimiento empuñará los rifles.

La excusa es que volvieron e hicieron cuanto pudieron por concluir su tarea con elegancia, aunque todo el mundo sabe que fueron abiertamente derrotados, azotados, aplastados y amedrentados, y que se echaron a temblar. Lo saben los soldados, lo saben sus oficiales y lo sabe la Guardia Real, y también el enemigo lo sabrá cuando sobrevenga la próxima guerra. Hay en el frente dos o tres regimientos marcados por un negro estigma que quedará entonces borrado, y en un grave aprieto se verán las tropas a cuya costa consigan limpiarlo.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Transgresión

Rudyard Kipling


Cuento


El amor no repara en castas ni el sueño en cama rota.
Salí en busca del amor y me perdí.

Proverbio hindú

Todo hombre debiera ceñirse a su propia casta, raza y educación, en cualquier circunstancia. Que vaya el blanco con el blanco y el negro con el negro. En tal caso, cualquier problema que pueda presentarse estará dentro del curso ordinario de las cosas: no será repentino, ni ajeno ni inesperado.

Ésta es la historia de un hombre que deliberadamente traspasó los límites seguros de la vida decente en sociedad, y lo pagó muy caro.

En primer lugar, sabía demasiado, y en segundo lugar vio más de la cuenta. Se interesó en exceso por la vida de los nativos, pero nunca más volverá a hacerlo.

En el recóndito corazón de la ciudad, tras el bustee de Yitha Megyi, se encuentra el callejón de Amir Nath, que muere en una tapia horadada por una ventana con una reja. A la entrada del callejón hay una vaquería, y las paredes a ambos lados carecen de ventanas. Ni Suchet Singh ni Gaur Chand aprueban que sus mujeres se asomen al mundo. Si Durga Charan hubiera sido de la misma opinión, hoy sería un hombre más feliz, y la pequeña Bisesa habría podido amasar su propio pan. Daba la habitación de Bisesa, a través de la ventana enrejada, al angosto y oscuro callejón, donde jamás entraba el sol y las búfalas se revolcaban en el lodo azul. Era una joven viuda, de unos quince años, y día y noche suplicaba a los dioses que le enviaran un nuevo amante, pues no le gustaba vivir sola.

Cierto día, el hombre —Trejago se llamaba— se adentró en el callejón de Amir Nath mientras deambulaba sin rumbo y, tras pasar junto a las búfalas, tropezó con un gran montón de forraje.


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Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Bistec

Jack London


Cuento


Con el último trozo de pan, Tom King limpió la última partícula de salsa de harina de su plato y masticó el bocado resultante de manera lenta y meditabunda. Cuando se levantó de la mesa, lo oprimía el pensamiento de estar particularmente hambriento. Sin embargo, era el único que había comido. Los dos niños en el cuarto contiguo habían sido enviados temprano a la cama para que, durante el sueño, olvidaran que estaban sin cenar. Su esposa no había comido nada, y permanecía sentada en silencio, mirándolo con ojos solícitos. Era una mujer de la clase obrera, delgada y envejecida, aunque los signos de una antigua belleza no estaban ausentes de su rostro. La harina para la salsa la había pedido prestada al vecino del otro lado del hall. Los dos últimos peniques se habían usado en la compra del pan.

Tom King se sentó junto a la ventana en una silla desvencijada que protestaba bajo su peso, y mecánicamente se puso la pipa en la boca y hurgó en el bolsillo lateral de su chaqueta. La ausencia de tabaco lo volvió consciente de su gesto y, frunciendo el ceño por el olvido, se guardó la pipa. Sus movimientos eran lentos, casi rituales, como si lo agobiara el peso de sus músculos. Era un hombre de cuerpo sólido, de aspecto impasible y no especialmente atractivo. La tosca ropa estaba vieja y gastada. La parte superior de los zapatos era demasiado débil para las pesadas suelas que, a su vez, tampoco eran nuevas. Y la barata camisa de algodón, comprada por dos chelines, tenía el cuello raído y manchas de pintura indelebles.


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23 págs. / 41 minutos / 428 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Un Hecho Real

Rudyard Kipling


Cuento


Si dudas de la historia que te cuento,
navega entre las olas del Pacífico sur;
llega hasta donde las ramas del coral
son batalla sin fin de vidas infinitas;
donde unidas al buque a la deriva
se hinchan y flotan medusas irisadas;
y una estrella de mar pasea de puntillas,
cantando entre las algas de la playa;
donde bajo miríadas de púas espinosas
se deslizan erizos sobre rocas.
Un cárdeno prodigio vagamente atisbado,
surge de las tinieblas donde duerme la sepia;
y varada en abismos más oscuros se oculta
la cegada pareja de serpientes marinas
que con pereza explora navíos naufragados,
llevados a sus labios entre las aguas negras.

Las palmeras

Una vez sacerdote, siempre sacerdote; una vez albañil, siempre albañil; pero una vez periodista, siempre y eternamente periodista.

Éramos tres, todos periodistas, los únicos pasajeros de un pequeño vapor errante que navegaba allí donde sus patrones ordenaban. Había estado en Bilbao, en el negocio del mineral de hierro, además de destacado por el gobierno español en Manila, y terminaba entonces sus días comerciando con culis en Ciudad del Cabo y realizando alguna que otra travesía a Madagascar e incluso hasta Inglaterra. Supimos que zarpaba en lastre rumbo a Southampton y decidimos embarcar, porque el precio del pasaje era simbólico. Allí estábamos Keller, corresponsal de un periódico estadounidense, que regresaba a su país tras dar cuenta de las ejecuciones en el palacio; un hombre corpulento y mitad holandés, llamado Zuyland, propietario y director del periódico de una localidad próxima a Johannesburgo; y quien esto escribe, tras haber renunciado solemnemente al periodismo y jurado olvidar que alguna vez conoció la diferencia entre un anuncio impreso y otro radiado.


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15 págs. / 27 minutos / 86 visitas.

Publicado el 5 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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