Textos mejor valorados publicados el 5 de junio de 2016 | pág. 2

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fecha: 05-06-2016


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El Amigo José

Guy de Maupassant


Cuento


Todo el Invierno se habían tratado íntimamente en París. Después de dejar de verse, como siempre ocurre, al salir del colegio, los dos amigos se habían encontrado nuevamente una tarde en sociedad, ya viejos y canosos, soltero el uno y el otro casado ya.

El señor de Méroul pasaba seis meses en Paris y seis en su castillito de Tourbeville. Habiéndose casado con la hija de un castellano de los alrededores, había llevado una vida buena y sosegada en la indolencia del hombre que no tiene ninguna ocupación. De temperamento tranquilo y cerebro limitado, sin audacia de inteligencia, sin rebeldías independientes, transcurría para él todo el tiempo recordando dulcemente el pasado, deplorando las costumbres y las instituciones de ahora y repitiendo a cada instante a su mujer, que elevaba los ojos al cielo y en ocasiones también las manos en señal de asentimiento enérgico:

—¿Bajo qué Gobierno vivimos, Dios mío?

La señora de Méroul se parecía intelectualmente a su marido como una hermana a su hermano. Sabía, por tradición, que se ha de respetar sobre todo al papa y al rey. Y los amaba y los respetaba desde el fondo del corazón con exaltación poética, con fidelidad hereditaria, con ternura de mujer bien nacida. Era buena hasta los repliegues del alma. No había tenido hijos, y lo lamentaba sin cesar.

Cuando el señor de Méroul encontró en un baile a José Mouradour, su antiguo camarada, experimentó una alegría profunda y sencilla, porque se habían querido mucho en su juventud. Después de las exclamaciones de sorpresa ocasionadas por los cambios que la edad había producido en sus cuerpos y rostros, se habían informado recíprocamente acerca de sus existencias.


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5 págs. / 9 minutos / 48 visitas.

Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Amigo Patience

Guy de Maupassant


Cuento


—¿Qué se hizo Leremy?

—Es capitán en el sexto de Dragones.

—¿Y Puisón?

—Subprefecto.

—¿Y Racollet?

—Murió.

Buscábamos en los rincones de la memoria nombres de los compañeros de nuestra juventud, los cuales no hablamos visto en muchos años.

A otros los encontrábamos con frecuencia, ya calvos o encanecidos, con mujer propia y abundante familia, cosa que nos estremecía desagradablemente, mostrándonos cuán frágil es la existencia y cuán pronto cambia y envejece todo.

Mi amigo preguntó:

—¿Y Patience, el gran Patience?

Lancé una especie de alarido

—¡Ah! En cuanto a ese... La historia es larga. Escucha. Fui en visita de inspección a Limoges, hace cuatro años, y mientras aguardaba la hora de comer, me aburría solemnemente sentado en el café de la plaza del Teatro. Los comerciantes entraban por grupos de dos, tres o cuatro, a tomar el vermut o el ajenjo; hablaban en voz alta de los negocios, reían estrepitosamente y bajaban el tono para comunicarse cosas importantes o delicadas.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Sitio de Sebastopol

León Tolstói


Novela


DICIEMBRE DE 1854.

El crepúsculo matutino colorea el horizonte hacia el monte, Sapun; la superficie del mar, azul obscura, va, surgiendo de entre las sombras, de la noche y sólo espera el primer rayo de sol para cabrillear alegremente; de la bahía, cubierta de brumas, viene frescachón el viento; no se ve ni un copo de nieve; la tierra está negruzca, pero, la escarcha hiere el rostro y cruje bajo los pies. Sólo el incesante rumor de las olas, interrumpido a intervalos por el estampido sordo del cañón, turba la calma del amanecer.

En los buques de guerra todo permanece en silencio. El reloj de arena acaba de marcar las ocho, y hacia el Norte la actividad del día reemplaza poco a poco a la calma de la noche. Aquí, un pelotón de soldados que va a relevar a los centinelas; oyese el ruido metálico de sus fusiles; un médico, que se dirige apresuradamente hacia su hospital; un soldado que se desliza fuera de su choza para lavarse con agua helada el rostro curtido, y vuelta la faz a Oriente reza su oración, acompañada de rápidas persignaciones. Allá, enorme y pesado furgón de crujientes ruedas, tirado por dos camellos, llega al cementerio donde recibirán sepultura los muertos que, apilados, llenan el vehículo. Al pasar por el puerto, produce desagradable sorpresa la mezcla de olores; huele a carbón de piedra, a estiércol, a humedad, a carne muerta.

Mil y mil objetos varios; madera, harina, gaviones, carne, vense arrojados en montón por todas partes.

Soldados de diferentes regimientos, unos con fusiles y morrales, otros sin morrales ni fusiles, agólpanse en tropel, fuman, discuten y transportan los fardos al vapor atracado junto al puente de tablas y próximo a zarpar. Botes y lanchas particulares llenos de gente de todas clases, soldados, marinos, vendedores y mujeres, abordan al desembarcadero y desatracan de él sin cesar.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Hadyi Murad

León Tolstói


Novela


Volvía yo a casa a campo traviesa. Iba mediado el verano. Se había dado remate a la cosecha del heno y empezaba la siega del centeno.

Esa estación del año ofrece una deliciosa profusión de flores silvestres: trébol rojo, blanco, rosado, aromático, tupido; margaritas arrogantes de un blanco lechoso, con su botón amarillo claro, de ésas de “me quieres no me quieres”, de olor picante a fruta pasada; colza amarilla con olor a miel; altas campanillas blancas o color lila, semejantes a tulipanes; arvejas rampantes; bonitas escabrosas, amarillas, rojas, de color rosa y malva; llantén de pelusa levemente rosada y levemente aromática; acianos que, tiernos aún, lucen su azul intenso a la luz del sol, pero que al anochecer o cuando envejecen se tornan más pálidos y encarnados; y la delicada flor de la cuscuta, que se marchita tan pronto como se abre.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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