Textos más populares esta semana publicados el 5 de junio de 2016 | pág. 2

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fecha: 05-06-2016


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El Albergue

Guy de Maupassant


Cuento


Semejante a todas las hospederías de madera construidas en los altos Alpes, al pie de los glaciares, en esos pasadizos rocosos y pelados que cortan las cimas blancas de las montañas, el albergue de Schwarenbach sirve de refugio a los viajeros que siguen el paso de la Gemmi.

Durante seis meses permanece abierto, habitado por la familia de Jean Hauser; después, en cuanto las nieves se amontonan, llenando el valle y haciendo impracticable la bajada a Loéche, las mujeres, el padre y los tres hijos se marchan, y dejan al cuidado de la casa al viejo guía Gaspard Han con el joven guía Ulrich Kunsi, y Sam, un gran perro de montaña.

Los dos hombres y el animal se quedan hasta la primavera en aquella cárcel de nieve, teniendo ante los ojos solamente la inmensa y blanca pendiente del Balmhorn, rodeados de cumbres pálidas y brillantes, encerrados, bloqueados, sepultados bajo la nieve que asciende a su alrededor, envuelve, abraza, aplasta la casita, se acumula en el tejado, llega a las ventanas y tapia la puerta.

Era el día en que la familia Hauser iba a volver a Loéche, pues el invierno se acercaba y la bajada se volvía peligrosa.

Tres mulos partieron delante, cargados de ropas y enseres y guiados por los tres hijos. Después la madre, Jeanne Hauser, y su hija Louise subieron a un cuarto mulo, y se pusieron en camino a su vez.

El padre las seguía acompañado por los dos guardas, que debían escoltar a la familia hasta lo alto de la pendiente.

Rodearon primero el pequeño lago, helado ahora en el fondo del gran hueco de rocas que se extiende ante el albergue, y después siguieron por el valle, blanco como una sábana y dominado por todos los lados por cumbres nevadas.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Día Festivo

Guy de Maupassant


Cuento


Me fui para huir de la fiesta, la fiesta odiosa y estrepitosa, la fiesta de petardos y banderas que rompe los tímpanos y hace polvo la vista.

Estar solo, completamente solo durante unos días, es una de las mejores cosas que sé hacer. No escuchar a nadie repetir las tonterías que sabemos desde hace tiempo, no ver ninguna cara conocida de la que adivinamos de antemano su pensamiento, con la simple expresión de sus ojos, cuyas palabras se adivinan, de la que esperamos su ánimo contrariado, es para el alma una especie de baño fresco y relajante, un baño de silencio, de aislamiento y de descanso.

¿Por qué decir a dónde iba? ¡Qué importa! Seguía a pie el borde de un río, y percibí a lo lejos los tres campanarios de una vieja iglesia en lo alto de un pueblecito al que llegaré dentro de poco. La hierba joven, brillante, la hierba de la primavera crecía sobre la pendiente orilla hasta el agua, y el agua se deslizaba viva y clara, sobre este lecho verde y reluciente, un agua alegre que parecía correr como un animal gozoso en una pradera.

De vez en cuando una estaca delgada y larga, inclinada hacia el río, señalaba un pescador de caña escondido tras un matorral.

¿Quiénes eran estos hombres a los que el deseo de coger al extremo de un hilo un animal gordo como una brizna de paja, mantenía días enteros, de la aurora al crepúsculo, bajo el sol o bajo la lluvia, acuclillados bajo un sauce, con el corazón palpitante, el alma agitada, la vista fija sobre un corcho?

¿Estos hombres? Entre ellos hay artistas, grandes artistas, obreros, burgueses, escritores, pintores, a los que una misma pasión, dominadora, irresistible, ata a los márgenes de los arroyos y de los ríos más sólidamente que el amor de un hombre une a los pasos de una mujer.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

Crónica

Guy de Maupassant


Cuento


¡En fin! ¡En fin!... Demos la bienvenida a la justicia en nuestro país, que resulta ser casi asombrosa. En quince días ha hecho dos arrestos sorprendentes.

Ha condenado a un año de prisión a una joven bárbara que había destrozado con ácido sulfúrico el rostro de su rival.

Después, ocho días más tarde, castigó con la misma pena a un marido, complaciente primero, celoso a continuación, que había alojado una bala de revólver en el vientre de su feliz rival.

Esta nueva manera de apreciar este género de delitos es seguramente preferible a la antigua. Sin embargo, deja mucho que desear.

En el primer caso, un médico, pasando de una morena a una rubia, es la causa de esta horrible venganza que es peor que la muerte. Una pobre chica, desfigurada, llegando a ser horrorosa, llevará hasta sus últimos días las horribles marcas de la infidelidad, muy excusable, de un hombre.

¿Cual es, pues, el culpable, si es que hay uno? ¡Indudablemente el hombre!

Sin embargo éste viene simplemente como testigo a declarar sobre los hechos.

Ahora bien, la única, la auténtica condenada, la gran castigada, es la inocente.

Un año de prisión; muy bien. Eso no es nada. Así que, por un año de prisión, podemos arrancar la nariz y las orejas y quemar los ojos de una rival cuya belleza nos molesta. La única manera de castigar esta confusión en la elección de la víctima y este error sobre el culpable, ¿no sería condenar a reparaciones pecuniarias, las únicas que realmente afectan profundamente a la humanidad? ¿No deberíamos ordenar que, durante seis años, veinte años, hasta la muerte, puesto que las atroces heridas quedarán hasta la descomposición final, que la que ha mutilado así a su rival, en lugar de castigar a la amante, le pague una pensión, le pase una renta, le de, si es obrera, la mitad de lo que gane y, si es rica, una suma considerable?


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

El Amigo Patience

Guy de Maupassant


Cuento


—¿Qué se hizo Leremy?

—Es capitán en el sexto de Dragones.

—¿Y Puisón?

—Subprefecto.

—¿Y Racollet?

—Murió.

Buscábamos en los rincones de la memoria nombres de los compañeros de nuestra juventud, los cuales no hablamos visto en muchos años.

A otros los encontrábamos con frecuencia, ya calvos o encanecidos, con mujer propia y abundante familia, cosa que nos estremecía desagradablemente, mostrándonos cuán frágil es la existencia y cuán pronto cambia y envejece todo.

Mi amigo preguntó:

—¿Y Patience, el gran Patience?

Lancé una especie de alarido

—¡Ah! En cuanto a ese... La historia es larga. Escucha. Fui en visita de inspección a Limoges, hace cuatro años, y mientras aguardaba la hora de comer, me aburría solemnemente sentado en el café de la plaza del Teatro. Los comerciantes entraban por grupos de dos, tres o cuatro, a tomar el vermut o el ajenjo; hablaban en voz alta de los negocios, reían estrepitosamente y bajaban el tono para comunicarse cosas importantes o delicadas.


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Publicado el 5 de junio de 2016 por Edu Robsy.

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