Lanza Seca
Javier de Viana
Cuento
Profundamente abatido, Ponciano resistió aún:
—¡No Nerea!... Eso no; ¿pa qué comprometerme al ñudo?... ¿Tenés ganas de comer una ternera gorda?... Yo tengo muchas en mi rodeo y no viá dir a carniar la ternerita blanca del vasco Anselmo, exponiéndome a un disgusto...
—¡Compraselá!
—Ya te dije que no quiere venderla.
—Robaselá, entonces...
Y luego, con esa expresión de insolente fiereza que sólo saben tener las mujeres, exclamó:
—¡No ha de ser el primer zorro que desollés!...
La bofetada hizo empurpurar sus flacas mejillas tostadas por todos los soles estivales y por todas las heladas invernales. Pero la pasión, una pasión casi senil, le maneó la voluntad y el orgullo. Guardó silencio.
Envalentonada, la china impuso:
—Ya sabés: el lunes que viene, de aquí cinco días, es mi santo, y yo quiero festejarlo comiendo la ternerita blanca del vasco Anselmo.
Ponciano se despidió contristado, sin aventurar una respuesta. En el momento de montar a caballo, ella insistió:
—Si el lunes no venís con la ternera, es al ñudo que vengás...
Era él un gaucho alto y flaco, que parecía más alto y más flaco debido a la eterna vestimenta negra. Tenía una cabeza perfectamente árabe; denegridos el pelo, la barba y los ojos; aguileña y afilada la nariz; salientes los pómulos, hundidas las quijadas, obscura la tez, finos los labios, blanquísimos los dientes.
Su flacura le había valido el mote generalizado de «Lanza seca» y pasaba en el pago por un personaje misterioso.
Su oficio era el de acarreador de ganado para invernadas y saladeros, y tenía gran crédito debido a su pericia y a su honradez.
En los veinte años que llevaba trabajando en el pago, nadie había tenido de él la más mínima queja.
Dominio público
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Publicado el 5 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.