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fecha: 07-11-2021


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De Buena Cepa

Francisco Acebal


Novela corta


A Marcelo Cervino.

I

El solar de los Leiredos de la Campa no radicaba en término de Rañeces y, sin embargo, D. Nazario Leiredo allí vivía, engolosinado con la estrechez de aquella villa, por tener en ella para espaciar su mirada las anchuras del mar. Rañeces era un montón de viviendas agarradas como la lapa á las peñas; costras blancuzcas y rojizas, adheridas al cantil en líneas onduladas que malamente formaban calles estrechas y tortuosas, pero dejando ver á cada revuelta un pedazo de mar, y colándose por los boquetes un viento salado, frescachón, esparcido como soplo de salud por la villa mugrienta. Se empinaban unas casas por encima del tejado de las otras para gozar todas del regalo del mar, de aquel aliento salitroso que refrescaba las paredes sucias, y metiéndose por ventanucas ó portales conseguía orear las entrañas de la villa.

La intrincada traza de ésta prestábala apariencias engañosas, de tal manera, que tres calles, unos cuantos callejones, dos plazas y muchos esquinazos y rinconadas daban á Rañeces fachenda de villa costera.

La casona en que habitaba don Nazario pertenecía por herencia á su mujer, doña Clementina Orrea, y estaba en lo más bajo de la villa, con la raigambre de sus cimientos metida en las mismas rocas del Cantábrico; era una cómoda vivienda, de las de ancho portón y blasonado dintel, muros de sillar negreados y roídos por el tiempo, con ventanajes verdes y balcón voladizo que caía sobre la plaza de la iglesia.

Su caprichoso asiento en la linde del mar fué tan del gusto del señor de Leiredo, que abandonó su terruño nativo, el de la Campa, resuelto á consumir el resto de sus días en el solar costanero de Rañeces.


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Dominio público
25 págs. / 43 minutos / 89 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

Dos Nubes

Francisco Acebal


Cuento


En florido rincón del cielo jugueteaba una legión de angelotes, vestidos con ondulantes gramallas recamadas de estrellas, altos, esbeltos, tierna la mirada, suave la expresión, casto el ademán; ángeles del místico pintor de Fiesole, que al sentir el aliento de la vida remontaron el vuelo en busca de su verdadera patria.

De repente, la bulliciosa angelada interrumpe el juego y acalla su greguería al ver que desde este bajo mundo dos nubecillas ascienden lentas por la inmensidad del firmamento. Conocían los ángeles esos nubarrones que abajo, en lo más hondo del espacio, se condensan, se aglomeran y se deshacen; pero nunca vieron á las nubes subir tan alto, remontar la región de las estrellas que á sus piés titilan, atravesar los espacios de la luz, entrometerse casi en las azules llanadas del cielo. Y aun no cejaban en su ascensión las osadas nubecillas; una, blanco vellón flotante, con bordes que el céfiro rizaba y la luz tornaba azulinos, subía con vaporosa ligereza; otra, negruzca, compacta, ascendía roncera, plomiza y remolona.

La blanca se apartaba con remilgo de su obscura compañera, como dama repulida esquiva el leve roce con la blusa de un obrero que por la calle cruza, y aun los ángeles con ser ángeles, fueron presurosos á hundir sus piececitos en la blancura de aquel copo que hasta ellos llegaba, dejando solitaria á la nube negra, temerosos de manchar sus nítidas vestiduras con los girones de aquel nubarrón opaco.

Pero aún no habían hollado los blancos celajes, cuando un ángel, adelantándose, exclamó:

—¿De dónde vienes, blanca nube?


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 49 visitas.

Publicado el 7 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

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