Textos más populares esta semana publicados el 10 de mayo de 2021 | pág. 5

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fecha: 10-05-2021


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Otro Añito

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Tal vez, durante el año, no nos reuniésemos ni un par de noches los cuatro antiguos amigos; pero guardábamos religiosamente la costumbre de cenar juntos al toque del reloj, que anuncia la expiración de un año y el nacimiento de otro —al cual, materializando una idea, creíamos ver tiritando y quejándose, con trémulos vagidos de criatura arrecida y desamparada—. Porque, en efecto, se habla del año recién nacido, pero no de su ama de cría, y el chiquitín no encuentra, al venir al mundo, regazo que le cobije, ni seno repleto donde calentar la nariz y hartar la boca.

La cena, opípara y alegre, se pagaba por riguroso turno, y aquel año de 189… me tocaba a mí ser el anfitrión. Lugar señalado para el ágape, el restaurant Británico, en que era famoso el cocinero. Acudí puntualmente, pues debíamos sentarnos a la mesa cuando la última argentina campanada nos diese la mala noticia de que éramos doce meses más viejos… Un sentimiento de melancolía, la impresión de lo deleznable, del curso del tiempo que al llevárselo todo se nos lleva a nosotros también, era el oculto amargor de tal momento, y lo disimulábamos con forzadas risas, aparentando expansión y alborozo. Momentos después, el champaña y los sabores fuertes de los manjares nos animaban, con animación puramente animal, mientras allá dentro de sí rumiaba cada uno, secretamente, como si le avergonzasen, los cuidados y los dolores…


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Sinfonía Bélica

Emilia Pardo Bazán


Cuento


¡Poco más antiguos son los ornes que las armas!…
(Libro de Hierónimo de Caranca, que trata de la Philosophia de las armas).


Las sombras de la tarde iban descendiendo muy lentamente sobre la estancia, saloncete, taller, estudio o lo que fuera. Por la encristalada claraboya no entraba ya sino una luz macilenta y vaga, que a duras penas conseguía alumbrar y dejar percibir el mueblaje, las cortinas, los objetos de arte distribuidos por las paredes. Una igualdad de tono gris, color de crepúsculo, identificaba la variadísima decoración del recinto, derramando en él misteriosa paz y melancolía que no dejaba de tener sus encantos peculiares.

Así lo creía el dueño y morador de la elegante cámara, Tirso Rojas, de los hombres más cultos que se gastan por aquí; lector, pensador y amigo de guardarse para sí pensamientos y lecturas, coleccionista sin manías ni pretensiones de poseer rarezas únicas, y sin embargo afortunado descubridor de unas cuantas piezas que harían reconcomerse de envidia a sus rivales en la tarea de recoger armas viejas y herrumbrosas. Porque las armas eran el capricho de Tirso, y las paredes de su estudio hallábanse convertidas en armería.


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Planta Montés

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Hubo larga deliberación, y se celebró una especie de consejo de familia para decidir si era o no conveniente traerse a aquel indígena de la más enriscada sierra gallega a servir en la capital de la región. Ello es que emprendíamos la doma de un potro; tendríamos que empezar enseñando al neófito el nombre de los objetos más corrientes y usuales, dándole una serie de «lecciones de cosas», que me río yo de la escuela Froebel. Pero tan ahítos estábamos del servicio reclutado en Marineda, procedente de fondas y cafés, picardeado y no instruido por el roce, ducho en hurtar el vino y en saquear la casa para obsequiar a sus coimas, que optamos por el ensayo de aclimatación. En el fondo de nuestro espíritu aleteaba la esperanza dulce de que al buscar en el seno de la montaña un muchacho inocente y medio salvaje, hijo y nieto de gentes que desde tiempo inmemorial labran nuestras tierras, ejerceríamos sobre el servidor una especie de donominio señorial, reanudando la perdida tradición del servicio antiguo, cariñoso, patriarcal en suma. ¡Tiempos aquéllos en que los criados morían de vejez en las casas!…


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Sin Respuesta

Emilia Pardo Bazán


Cuento


He aquí la relación que hizo el viudo —uno de los poquísimos inconsolables que se encuentran:

De Águeda Salas corría un rumor: que no se casaría jamás, y que si por caso improbable llegase a encontrar marido, sería infinitamente desgraciada, abandonada al día siguiente.

Quien la viese en la calle o en el teatro no se explicaría estas voces. ¿Por qué había de ser incasable Guedita? Mire usted este retrato: conmigo lo llevo siempre. Me parece que es toda una hermosa mujer, y que no me ciega la pasión. Ahí no ve usted sino las facciones: falta el color, lo más notable que tenía. Los ojos eran verdes y claros como el agua del mar en los huecos de las peñas, el pelo castaño y con resplandores rubios y la tez tan fina y tan blanca, que no he visto otra como ella. Lo más particular era la oposición que hacían en aquella blanca piel los labios acarminados, de un color de sangre viva, que, según las malas lenguas, se debía a la pintura. Y no se debía: ¡me consta!

En la calle, por las aceras de Recoletos y el pinar de Alcalá, seguía a Guedita infinidad de moscones. Eso también es positivo: como que lo presencié. Y me extrañó, porque recordaba lo que decían de ella. Entonces empecé a fijarme, a seguirla yo, sin darle importancia a la cosa, por todos los sitios públicos, y a enterarme de sus condiciones. Los informes redoblaron mi curiosidad: se desprendía de ellos que Guedita, lejos de ser incansable, reunía todas las condiciones que facilitan la colocación de una muchacha. Sin que descendiese de la pata del Cid, era de familia estimadísima; sin contarse entre las millonarias, tenía suficiente hacienda, heredada ya de su madre, y para más ventaja, sólo un hermano, que seguía la carrera de Marina, y que sería cuñado poco molesto. A mí, personalmente esto no me hubiese decidido: si algo me arrastró, fue el contraste entre tales noticias y las profecías contra Águeda.


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Las Vistas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Ya terminaba la faena de la instalación de los trajes, galas, joyas y ropa interior y de mesa y casa, lo que nuestros padres llamaban las vistas y nosotros llamamos el trousseau, cometiendo un galicismo y tomando la parte por el todo. En el gran salón, forrado de brocatel azul, retirados los muebles, se había erigido, alrededor de las cuatro paredes, ancho tablero sustentado en postes de pino, cubierto por amplias colchas y paños de seda azul también, el color predilecto de la rubia novia; y simétricamente colocado y dispuesto con cierto orden que no carecía de simbolismo, ostentábase allí el lujo de la boda, los miles de duros gastados en bonitas cosas semiinútiles.


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La Santa de Karnar

Emilia Pardo Bazán


Cuento


I

—De niña —me dijo la anciana señora— era yo muy poquita cosa, muy delicada, delgada, tan paliducha y tan consumida, que daba pena mirarme. Como esas plantas que vegetan ahiladas y raquíticas, faltas de sol o de aire, o de las dos cosas a la vez, me consumía en la húmeda atmósfera de Compostela, sin que sirviese para mejorar mi estado las recetas y potingues de los dos o tres facultativos que visitaban nuestra casa por amistad y costumbre, más que por ejercicio de la profesión. Era uno de ellos, ya ve usted si soy vieja, nada menos que el famosísimo Lazcano, de reputación europea, en opinión de sus conciudadanos los santiagueses; cirujano ilustre, de quien se contaba, entre otras rarezas, que sabía resolver los alumbramientos difíciles con un puntapié en los riñones, que se hizo más célebre todavía que por estas cosas por haber persistido en el uso de la coleta, cuando ya no la gastaba alma viviente.

Aquel buen señor me había tomado cierto cariño, como de abuelo; decía que yo era muy lista, y que hasta sería bonita cuando me robusteciese y echase —son sus palabras— «la morriña fuera»; me pronosticaba larga vida y, magnífica salud; a los afanosos interrogatorios de mamá respecto a mis males, respondía con un temblorcillo de cabeza y un capitotazo a los polvos de rapé detenidos en la chorrera rizada:

—No hay que apurarse. La naturaleza que trabaja, señora.

¡Ay si trabajaba! Trabajaba furiosamente la maldita. Lloreras, pasión de ánimo, ataques de nervios (entonces aún no se llamaban así), jaquecas atarazadoras, y, por último, un desgano tan completo, que no podía atravesar bocado, y me quedaba como un hilo, postrada de puro débil, primero resistiéndome a jugar con las niñas de mi edad; luego a salir; luego, a moverme hasta dentro de casa, y, por último, a levantarme de la cama, donde ya me sujetaba la tenaz calentura. Frisaría yo en los doce años.


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Volunto

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Sin darse cuenta de ello, naturalmente, Napoleón cometió una vez en su vida señalada imprudencia. La cosa ocurrió en España, donde bien pudiera decirse que no cometió esa sola el conquistador del mundo, siendo la primera y trascendental haberse metido en ratonera semejante.

Sin embargo, la imprudencia a que me refiero fue doblemente grave, amén de inexplicable, y sólo la excusa, o la excusaría ante la Historia, si la Historia la conociese, esa mágica y prestigiosa seguridad que tienen los grandes hombres de que el azar está en favor suyo, aun cuando en España bien pudo entender el héroe de Austerlitz que la suerte empezaba a cansarse de prodigarle caricias locas.


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Salvamento

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Camino del pozo, cuando apenas amanecía, Ramón Luis mascaba hieles. ¡Su mujer, su Rosario, engañarle, afrentarle así! Y no quedaba el consuelo de la incertidumbre. Bien había visto al condenado de Camilo Solines salir por la puerta de la corraliza, escondiéndose… La sorpresa le quitó la acción, y no le echó al maldito las uñas al pescuezo para ahogarle, como era su deber. Sí; Ramón sentía, en forma de ley que le obligaba imperiosamente, que era forzoso matar al amante de Rosario. Porque ella…, a ella le quedaban ya en la piel, para escarmiento, buenas señales; pero ¿qué más va a hacer el hombre que tiene cuatro chiquillos, que caben todos debajo de un cesto? No, no, la justicia en él, en el ladrón. Ya le atraparía en el fondo de la mina, por revueltas oscuras, y allí, sin más arma, sin agarrar un cacho de pizarra siquiera, con los puños… A la primera vaga luz del alba, Ramón se miraba las manos, negras, recias, sin vello, porque se lo había raído el polvillo del carbón, y se le crispaban los dedos rudos al pensar en la garganta delgada de su enemigo. ¡Un chicuelo así, un hijo de perra…; y por él pierde una mujer la vergüenza, se olvida de las criaturas! ¿Y si lo sabían los compañeros?… Mejor, que lo supiesen; ya verían que no se juega con Ramón Luis…

El minero iba retrasado. Cuando penetró en el vasto cobertizo para recoger su lámpara, una piña de hombres obstruía el paso. Brotaban del grupo exclamaciones confusas, la angustia de una catástrofe. Preguntó…

—Hundimiento… No se sabe cuántos cogidos… Esperamos al ingeniero…


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Una Voz

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No se sabía nada de aquel atrevido hidalgo aventurero que, con propósito de mejorar de fortuna, emprendió viaje a las Indias, dejándose en el dormido poblachón castellano a su mujer, doña Claudia, hermosa y moza, y a dos hijos, muy pequeños entonces, pero que irían creciendo y sería preciso establecer. Y la esposa, desamparada, se marchitaba en la soledad tétrica del caserón solariego, labrando e hilando, en compañía no más de una dueña caduca, que daba vueltas al huso entre sus dedos secos como sarmientos negruzcos, y gemía bajito, porque la acuciaba el reuma, metido en los huesos y mal cuidado.

Los niños pudieran ser la única alegría de la abandonada; pero como nunca un mal viene solo, los niños antes daban pena que gusto, por ser el mayor corcovado, y la segunda una especie de pájaro antojadizo, que no guardaba el recato indispensable desde la niñez a las damas, y escapándose de casa todo el día, por la noche volvía rota y cubierta de polvo y briznas de paja, pues se pasaba las horas jugando al toro y a la rayuela con la chiquillería en las eras del trigo. Era inútil que su madre la reprendiese y aun la castigase; era tiempo perdido el intentar encerrarla. El mismo afán de libertad vagabunda y de horizontes anchos que realmente había arrebatado al padre del hogar, sacaba a la hija de su morada grave y llena de nostalgias, empujándola al correteo, a la actividad, a la travesura. Tenía ya diez años y no acataba a su madre.


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Vocación

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Fue a la salida de misa cuando la vi. Mal podría ser en otra parte; sólo ponía los pies en la calle para eso, y madrugando. El tupido velo de su manto de luto, casualmente no le tapaba el rostro; el traje de negro merino moldeaba estrechamente sus majestuosas formas, haciendo resaltar lo aventajado de la estatura; al detenerse a humedecer los dedos en la pila del agua bendita y trazar con lentitud sobre su frente el signo crucífero, pude cerciorarme de que no me habían contado una conseja vana. La tez presentaba el tono enverdecido y hasta la pátina lustrosa del bronce. Los ojos eran amarillentos. Los labios, una línea más oscura. Tenía en mi presencia una fundición viva, envuelta en ropajes de tristeza.

¡Qué efecto me causó! Sentí frío; una especie de terror cuajó mi sangre. La había conocido antaño, en el esplendor de su morena y pálida beldad, vestida de gasa junquillo, en un asalto de esos que se convierten en animadísimos bailes. Reconocerla después de aquel cambio tan extraño… imposible. A duras penas discernía los lineamientos de las facciones. Sólo el aire, el andar de diosa, recordaba a la belleza admirada bajo las luces y entre las bocanadas de música que venían del jardín, en el giro de un vals, que arremolinaba los volantes finos de su traje como nube dorada alrededor de un sol de alegría…


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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