Chucho
Emilia Pardo Bazán
Cuento
Mi íntimo amigo Leiva suele convidarme a comer los jueves y a la hora del café cuenta anécdotas de cuando era pobre… tan pobre, se complace en repetir, [que] recurrió a ese procedimiento que la gente llama «esgrima de sable», y no es sino uno de tantos arbitrios defensivos contra la miseria.
Tales relatos adquieren picante sabor al ser escuchados en la sala donde Leiva manda servir la aromática bebida, y que parece un prodigio de riqueza cara (porque hay decorados ricos baratos); pero el día de la estancia a que me refiero, aparentemente sencillo, es, por el gusto artístico, una maravilla, y, por la magnificencia, un alarde de archimillonario.
Sólo la mesa, alrededor de la cual nos agrupamos para saborear nuestro moka, ha sido solicitada por museos extranjeros en sumas fuertes.
Los bronces y las miniaturas que la adornan valen cualquier precio.
¿Usted cree —me dijo una noche, mientras con gesto distraído aplastaba la ceniza de su cigarro en el cenicero— que soy ahora más feliz que entonces? Estoy por jurar que usted será de las pocas personas capaces de comprender que no.
—¿Era usted soltero en aquellos tiempos? —pregunté.
—Soltero… y huérfano. ¡Ya entiendo, ya! Usted quiere decir que las privaciones no nos importan por nosotros mismos.
—¡Naturalmente!… La pobreza estimuló sus energías: quiso usted triunfar de ella y triunfó. Si oyese usted a su lado llorar de hambre a un ser querido… ni fuerzas le quedarían para la lucha.
—¿Sabe usted —murmuró Leiva reflexivo— que no he dicho verdad al afirmar que estaba solo? Tenía conmigo… va usted a ver… un perro. Y, justamente… aquel perro fue el origen de mi fortuna.
Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 77 visitas.
Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.