Bueno, aquí estamos, y si lanzas una
ojeada a la estancia, advertirás que el ferrocarril subterráneo y
los tranvías y los autobuses, y no pocos automóviles privados, e,
incluso me atrevería a decir, landos con caballos bayos, han estado
trabajando para esta reunión, trazando líneas de un extremo de
Londres al otro. Sin embargo, comienzo a albergar
dudas…
Sobre si es verdad, tal como dicen, que la Calle
Regent está floreciente, y que el Tratado se ha firmado, y que el
tiempo no es frío si tenemos en cuenta la estación, e incluso que a
este precio ya no se consiguen departamentos, y que el peor momento
de la gripe ha pasado; si pienso en que he olvidado escribir con
referencia a la gotera de la despensa, y que me dejé un guante en
el tren; si los vínculos de sangre me obligan, inclinándome al
frente, a aceptar cordialmente la mano que quizá me ofrecen
dubitativamente…
—¡Siete años sin vernos!
—La última vez fue en Venecia.
—¿Y dónde vives ahora?
—Bueno, es verdad que prefiero que sea a última hora
de la tarde, si no es pedir demasiado…
—¡Pero yo te he reconocido al
instante!
—La guerra representó una
interrupción…
Si la mente está siendo atravesada por semejantes
dardos, y debido a que la sociedad humana así lo impone, tan pronto
uno de ellos ha sido lanzado, ya hay otro en camino; si esto
engendra calor, y además han encendido la luz eléctrica; si decir
una cosa deja detrás, en tantos casos, la necesidad de mejorar y
revisar, provocando además arrepentimientos, placeres, vanidades y
deseos; si todos los hechos a que me he referido, y los sombreros,
y las pieles sobre los hombros, y los fracs de los caballeros, y
las agujas de corbata con perla, es lo que surge a la superficie,
¿qué posibilidades tenemos?
Información texto 'El Cuarteto de Cuerdas'