Textos más populares esta semana publicados el 12 de diciembre de 2020

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fecha: 12-12-2020


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Al Amor de la Lumbre

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Lo van ustedes a dudar; pero en Dios y en mi ánima protesto que hablo muy de veras, formalmente. Y después de todo, ¿por qué no han de creer Uds. que yo vivo alegre, muy alegre en el invierno? Veo cómo caen una por una las hojas, ya amarillas, de los árboles; escucho su monótono chasquido al cruzar en mis paseos vespertinos alguna avenida silenciosa; azota mi rostro el soplo de diciembre, como la hoja delgada y penetrante de un puñal de Toledo, y lejos de abrigarme en el fondo de un carruaje, lejos de renunciar a aquellas vespertinas correrías, digo para mis adentros: ¡Ave, invierno! ¡Bendito tú que llegas con el azul profundo de tu cielo y la calma y silencio de tus noches! ¡Bendito tú que traes las largas y sabrosas pláticas con que entretiene las veladas del hogar el buen anciano, mientras las castañas saltan en la lumbre y las heladas ráfagas azotan los árboles altísimos del parque!

¡Ave, invierno! Yo no tengo parque en que pueda susurrar el viento, ni paso las veladas junto al fuego amoroso del hogar; pero yo te saludo, y me deleito pensando en esas fiestas de familia, cuando recorro las calles y las plazas, diciendo, como el buen Campoamor, al ver por los resquicios de las puertas el hogar chispeante de un amigo:


Los que duermen allí no tienen frío.


¡El frío! Denme ustedes algo más imaginario que este tan decantado personaje. Yo sólo creo en el frío cuando veo cruzar por calles y plazuelas a esos infelices que, sin más abrigo que su humilde saco de verano, cubierta la cabeza por un hongo vergonzante, tiritando, y a un paso ya de helarse, parecen ir diciendo como el filósofo Bias:

Omnia mecum porto.

¡Pobrecillos! ¡No tener un abrigo en el invierno equivale a no tener una creencia en la vejez!

Siempre he creído que el fuego es lo que menos calienta en la estación del hielo. Prueba al canto.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Rabión

Concha Espina


Cuento


—¡Martín!

—¡Ñoraa!…

—¿Habrá crecida?

—Habrála, que desnevó en la sierra y bajan las calceras triscando de agua, reventonas y desmelenadas como qué…

—¿Pasarán las vacas al bosque?

—Pasan tan «perenes».

—Pero ten cuidado a la vuelta, hijo, que el río es muy traidor.

—A mí no me la da el río, madre.

El muchacho acabó de soltar las reses y las arreó, bizarro, por una cambera pedregosa que bajaba la ribera.

Había madrugado el sol a encender su hoguera rutilante encima de la nieve densa de los montes y deslumbraba la blancura del paisaje, lueñe y fantástico, a la luz cegadora de la mañana. Ya la víspera quedó el valle limpio de nieve, que, sólo guarecida en oquedades del quebrado terreno, ponía algunas blancas pinceladas en los caminos.

El ganado, preso en la corte durante muchos días de recio temporal, andaba diligente hacia el vado conocido, instigado por la querencia del pasto tierno y fragante, mantillo lozano del «ansar» ribereño.

Martín iba gozoso, ufanándose al lado de sus vacas, resnadas y lucias, las más aparentes de la aldea; una, moteada de blanco, con marchamo de raza extranjera, se retrasaba lenta, rezagada de las otras. Llegando al pedriscal del río, unos pescadores comentaron ponderativos la arrogancia del animal, mientras el muchacho, palmoteándola cariñoso, repitió con orgullo:

—¡Arre, Pinta!

—¿Cuándo «geda», tú?—preguntaron ellos.

—Pronto; en llenando esta luna, porque ya está cumplida…

Las vacas se metieron en el vado, crecido y bullicioso, turbio por el deshielo, y los pescadores le dijeron a Martín lo mismo que su madre le había dicho:

—Cuidado al retorno, que la nieve de allá arriba va por la posta.

El niño sonrió jactancioso:

—Ya lo sé, ya.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes

José Francisco de Isla


Novela


Al público, poderosísimo señor

Con efecto: no le ha habido desde Adán acá más poderoso que usted, ni le habrá hasta el fin de todos los siglos. ¿Quién trastornó toda la faz de la tierra de modo que, a vuelta de pocas generaciones, apenas la conocería la madre que la parió? Usted. ¿Quién fundó las monarquías y los imperios? Usted. ¿Quién los arruinó después o los trasladó adonde le dio la gana? Usted. ¿Quién introdujo en el mundo la distinción de clases y jerarquías? Usted. ¿Quién las conserva donde le parece y las confunde donde se le antoja? Usted. Malo es que a usted se le ponga una cosa en la cabeza, que solamente el Todopoderoso la podrá embarazar.

Y si del poder de las manos hacemos tránsito al del juicio, del dictamen y de la razón, ¿dónde le hay ni le ha habido más despótico ni absoluto? Sabida cosa es que, después del derecho divino y del natural, el derecho de usted, que es el de las gentes, es el más respetado y obedecido en todo el mundo; esto, aun en caso de que el derecho de las gentes y el natural sean distintos: controversia en que no quiero embarazarme, porque para mi asunto importa un bledo. Lo cierto es que, una vez que usted mande, resuelva, decrete y determine alguna cosa, es preciso que todos le obedezcan; porque, como usted es todos y todos son usted, es necesario que todos hagan aquello que todos quieren hacer. No se me señalará otro legislador más respetado.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Nueva Vida

Hermanos Álvarez Quintero


Cuento


La señora Manolita, vecina insigne de un pueblo andaluz, había muerto de ochenta y siete años, única enfermedad aceptable para morirse. Fué muy llorada, no sólo porque desaparecía de entre los vivos, sino porque a su paso por este bajo mundo supo dejar quien llorase su muerte: esposo—el señor Rafael, carpintero de oficio, por mal nombre Cuña;—hijos, presentes unos y ausentes otros; nietos, biznietos… y una caterva innumerable de sobrinos, primos, nueras, yernos y demás plaga de la familia.

Tal se la quería en todo el pueblo, donde también dejó huella imborrable de su existencia, merced a dos famosas recetas de su invención, una para curar los sabañones y otra para amasar pestiños; tal se la quería, que aun después del novenario del fallecimiento, el señor Rafael, el afligido Cuña y sus hijos, continuaban recibiendo pruebas inequívocas del afecto de sus amigos y parientes, muchos de los cuales iban casi todas las noches a su casa a darles compañía. Aseguraba la malicia que a lo que iban era a catar un soberbio aguardiente de guindas que tiraba de espaldas; pero ¿de qué no se ha de sacar partido y se ha de hablar mal en esta tierra de pecadores? Y cuenta que cuando se acabó el aguardiente, Cuña se quedó solo con el casco. Lo cual, sin embargo, no autoriza a creer a los murmuradores, sino a señalar, lamentándola, la pícara casualidad.


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Hija del Aire

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Pocas veces concurro al Circo. Todo espectáculo en que miro la abyección humana, ya sea moral o física, me repugna grandemente. Algunas noches hace, sin embargo, entré a la tienda alzada en la plazoleta del Seminario. Un saltimbanco se dislocaba haciendo contorsiones grotescas, explotando su fealdad, su desvergüenza y su idiotismo, como esos limosneros que, para estimular la esperada largueza de los transeúntes, enseñan sus llagas y explotan su podredumbre. Una mujer –casi desnuda– se retorcía como una víbora en el aire. Tres o cuatro gimnastas de hercúlea musculación se arrojaban grandes pesos, bolas de bronce y barras de hierro. ¡Cuánta degradación! ¡Cuánta miseria! Aquellos hombres habían renunciado a lo más noble que nos ha otorgado Dios: al pensamiento. Con la sonrisa del cretino ven al público que patalea, que aúlla y que los estimula con sus voces. Son su bestia, su cosa. Alguna noche, en medio de ese redondel enarenado, a la luz de las lámparas de gas y entre los sones de una mala murga, caerán desde el trapecio vacilante, oirán el grito de terror supremo que lanzan los espectadores en el paroxismo del deleite, y morirán bañados en su propia sangre, sin lágrimas, sin piedad, sin oraciones.


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3 págs. / 6 minutos / 164 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

¡Solo!

Armando Palacio Valdés


Cuento


Fresnedo dormía profundamente su siesta acostumbrada. Al lado del diván estaba el velador maqueado, manchado de ceniza de cigarro, y sobre él un platillo y una taza, pregonando que el café no desvela a todas las personas. La estancia, amueblada para el verano con mecedoras y sillas de rejilla, estera fina de paja, y las paredes desnudas y pintadas al fresco, se hallaba menos que a media luz: las persianas la dejaban a duras penas filtrarse. Por esto no se sentía el calor. Por esto y porque nos hallamos en una de las provincias más frescas del Norte de España y en el campo. Reinaba silencio. Escuchábase sólo fuera el suave ronquido de las cigarras y el pío pío de algún pájaro que, protegido por los pámpanos de la parra que ciñe el balcón, se complacía en interrumpir la siesta de sus compañeros. Alguna vez, muy lejos, se oía el chirrido de un carro, lento, monótono, convidando al sueño. Dentro de la casa habían cesado ya tiempo hacía los ruidos del fregado de los platos. La fregatriz, la robusta, la colosal Mariona, como andaba descalza, sólo producía un leve gemido de las tablas, que se quejaban al recibir tan enorme y maciza humanidad.


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15 págs. / 27 minutos / 120 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Venganza de Milord

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


(A Memé)


Mi buena amiga:

Te escribo oyendo el ruido de los últimos carruajes que vuelven del teatro. He tomado café –un café servido por la pequeña de una señorita que, a pesar de ser bella, tiene esprit–. Por consiguiente, voy a pasar la noche en vela.

Imaginóme, pues, que he ido a un baile, te he encontrado y conversamos ambos bajo las anchas hojas de una planta exótica, mientras toca la orquesta un vals de Métra y van los caballeros al buffet.

Si tú quieres, murmuremos. Voy a hablarte de las mujeres que acabo de admirar en el teatro. Imagínate que estás ahora en tu platea y observas a través de mis anteojos.

Mira a Clara. Ésa es la mujer que no ha amado jamás. Tiene ojos tan profundos y tan negros como el abra de una montaña en noche oscura. Allí se han perdido muchas almas De esa oscuridad salen gemidos y sollozos, como de la barranca en que se precipitaron fatalmente los caballeros del Apocalipsis. Muchos se han detenido ante la oscuridad de aquellos ojos, esperando la repentina irradiación de un astro: quisieron sondear la noche y se perdieron.

Las aves al pasar le dicen: ¿No amas? Amar es tener alas. Las flores que pisa le preguntan: ¿No amas? Amor es el perfume de las almas. Y ella pasa indiferente viendo con sus pupilas de acero negro, frías e impenetrables, las alas del pájaro, el cáliz de la flor y el corazón de los poetas.

Viene de las heladas profundidades de la noche. Su alma es como un cielo sin tempestades, pero también sin estrellas. Los que se le acercan sienten el frío que difunde en tomo suyo una estatua de nieve. Su corazón es frío como una moneda de oro en día de invierno.


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5 págs. / 9 minutos / 113 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Enamorada Indiscreta

Pedro de Répide


Cuento


DEL LICENCIADO ALONSO DE LAS TORRES
Al Autor.

SONETO

Saludo a ti, señor, en el Parnaso,
como a un divino hermano de las Nueve.
La brisa suave que tu plectro mueve
agita con sus alas el Pegaso.

El más sabio varón de Halicarnaso
no fuera nunca en tus elogios breve.
Hay una diosa que en tu frente llueve

celeste luz a su celeste paso.

De la Helicona la preclara linfa,
te dió a beber con plácido secreto
en áureo vaso extraordinaria ninfa.

Bienhayan tus decires y cantares,
por ti miran laureles del Himeto
las riberas del grato Manzanares.


DEL AUTOR
Al licenciado Alonso de las Torres.

SONETO

Dolor de los amores que se mueren
y son en nuestras almas enterrados.
Dolor de los puñales bienamados
que ya más no nos buscan ni nos hieren.

No en estos melancólicos narrares,
el fausto busques de la pompa loca.
Yo cambio ese laurel de los cantares
por la rosa del beso de una boca.

Es el dolor mayor de los dolores
el deshojar la flor de unos amores
en el jardín do fuimos sus cautivos.

Añoranza de fuente en el desierto.
Dolor de los amores que no han muerto,
y Dios nos manda que se entierren vivos.

Primera parte

CUÉNTASE EL PEREGRINO SUCESO DE LA ENAMORADA INDISCRETA, QUE TAMBIÉN FUÉ LLAMADO DEL PELIGRO EN LA VERDAD.


En una de las más famosas y nobles ciudades de la prócer Italia, asiento de las artes y patria de los más ínclitos varones, aconteció esta rara historia que aquí se relata, y donde se muestra la ejemplaridad de los designios del Altísimo, que trae aparejada la más alta edificación así saludable para que huyan la tentación del Enemigo los que aun no pecaron, y vuelvan a la senda de la Gracia los apartados de ella.


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27 págs. / 47 minutos / 88 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Cuentos Frágiles

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuentos, Colección


La balada de año nuevo

En la alcoba silenciosa, muelle y acolchonada apenas se oye la suave respiración del enfermito. Las cortinas están echadas; la veladora esparce en derredor su luz discreta, y la bendita imagen de la Virgen vela a la cabecera de la cama. Bebé está malo, muy malo… Bebé se muere…

El doctor ha auscultado el blanco pecho del enfermo; con sus manos gruesas toma las manecitas diminutas del pobre ángel, y, frunciendo el ceño, ve con tristeza al niño y a los padres. Pide un pedazo de papel; se acerca a la mesilla veladora, y con su pluma de oro escribe… escribe. Sólo se oye en la alcoba, como el pesado revoloteo de un moscardón, el ruido de la pluma corriendo sobre el papel, blanco y poroso. El niño duerme; no tiene fuerzas para abrir los ojos. Su cara, antes tan halagüeña y sonrosada, está más blanca y transparente que la cera: en sus sienes se perfila la red azulosa de las venas. Sus labios están pálidos, marchitos, despellejados por la enfermedad. Sus manecitas están frías como dos témpanos de hielo… Bebé está malo… Bebé está muy malo… Bebé se va a morir…

Clara no llora; ya no tiene lágrimas. Y luego, si llorara, despertaría a su pobre niño. ¿Qué escribirá el doctor? ¡Es la receta! ¡Ah, sí Clara supiera, lo aliviaría en un solo instante! Pues qué, ¿nada se puede contra el mal? ¿No hay medios para salvar una existencia que se apaga? ¡Ah! ¡Sí los hay, sí debe haberlos; Dios es bueno, Dios no quiere el suplicio de las madres; los médicos son torpes, son desamorados; poco les importa la honda aflicción de los amantes padres; por eso Bebé no está aliviado aún; por eso Bebé sigue muy malo; por eso Bebé, el pobre Bebé se va a morir! Y Clara dice con el llanto en los ojos:

–¡Ah! ¡Si yo supiera!


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Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Después de las Carreras

Manuel Gutiérrez Nájera


Cuento


Cuando Berta puso en el mármol de la mesa sus horquillas de plata y sus pendientes de rubíes, el reloj de bronce, superado por la imagen de Galatea dormida entre las rosas, dio con su agudo timbre doce campanadas. Berta dejó que sus trenzas de rubio veneciano le besaran, temblando, la cintura, y apagó con su aliento la bujía, para no verse desvestida en el espejo. Después, pisando con sus pies desnudos los nomeolvides de la alfombra, se dirigió al angosto lecho de madera color de rosa, y, tras una brevísima oración, se recostó sobre las blancas colchas que olían a holanda nueva y a violeta. En la caliente alcoba se escuchaban, nada más, los pasos sigilosos de los duendes que querían ver a Berta adormecida y el tic-tac de la péndola incansable, enamorada eternamente de las horas. Berta cerró los ojos, pero no dormía. Por su imaginación cruzaban a escape los caballos del hipódromo. ¡Qué hermosa es la vida! Una casa cubierta de tapices y rodeada por un cinturón de camelias blancas en los corredores; abajo, los coches cuyo barniz luciente hiere el sol, y cuyo interior, acolchonado y tibio, trasciende a piel de Rusia y cabritilla; los caballos que piafan en las amplias caballerizas y las hermosas hojas de los plátanos, erguidos en tibores japoneses; arriba, un cielo azul de raso nuevo, mucha luz, y las notas de los pájaros subiendo, como almas de cristal por el ámbar fluido de la atmósfera; adentro, el padre de cabellos blancos que no encuentra jamás bastantes perlas ni bastantes blondas para el armario de su hija; la madre que vela a su cabecera cuando enferma, y que quisiera rodearla de algodones, como si fuese de porcelana quebradiza; los niños que travesean desnudos en su cuna, y el espejo claro que sonríe sobre el mármol del tocador.


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5 págs. / 9 minutos / 291 visitas.

Publicado el 12 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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