El Jayón
Concha Espina
Cuento
I
ROSA DE ZARZA.—EL JAYÓN.—EL DARDO DE UNA SOSPECHA.—AMANECER…
Entreabrió Marcela un poco la ventana y, sin vestirse, apoyándose
en el lecho recién abandonado se puso a mirar con obstinación a los dos
nenes que dormían arropados en una escanilla, la humilde cuna
montañesa. Eran en todo semejantes: robustos, encarnados, con las
cabecitas muy juntas, parecían nacidos a la vez, como esos capullos de
las rosas fuertes que se abren en dos botones rojos y ufanos bajo un
mismo rayo de sol.
Fuerte rosa de bizarra hermosura, la madrugadora mujer que contemplaba a los niños no trasciende a cultivo selecto de jardín; es joven y arrogante, pálida y tranquila, con el encanto agreste y puro de una rosa de zarza. Su belleza, medio desnuda, se estremece al influjo de una sorda inquietud, y, sin embargo, el rostro, impasible y hermético, no delata la oscura turbación.
Con los profundos ojos clavados en la cuna, Marcela revive, una vez más, sus incertidumbres a partir de la reciente noche en que, dormida con el nene en los brazos, la despertó la voz de su marido:
—¿No oyes?
—No… ¿Qué sucede?
—Escucha…
—Es un niño que llora a la puerta.
—¿Un niño que llora?… ¡Si parece un recental que plañe!
—Pues es un nene pequeñín, como el nuestro.
—¿Un jayón, entonces?
—Sin duda.
—Y ¿qué hacemos?
—Abrir, y recogerle hasta la mañana.
Andrés se levantó, muy presuroso, y la moza vió al instante cómo la oscuridad del campo dormido se asomaba al portón abierto frente a la alcoba matrimonial.
Luego, el llanto de la abandonada criatura resonó más apremiante y sensible dentro del dormitorio.
Incorporada y absorta, Marcela recibió aquel hallazgo lamentable y le acercó a la luz.
Dominio público
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Publicado el 13 de enero de 2021 por Edu Robsy.