Textos publicados el 13 de julio de 2024 | pág. 2

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fecha: 13-07-2024


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Batalla de Feos

José Fernández Bremón


Cuento


Qué sueño aquel tan agitado: recuerdo que hubo una gran batalla entre los hombres guapos y los feos: y como aquéllos eran pocos, los pasamos a cuchillo; corrió la voz de que algunos habían escapado a la matanza disfrazados de mujeres. Los vencedores dictamos una ley que castigaba con pena de muerte la hermosura en el hombre, y los consejos de guerra aplicaban la pena sin compasión: a cada instante se oían descargas: era que los soldados fusilaban buenos mozos: y ¡fenómeno extraordinario!, cuantos más sucumbían, más hombres guapos aparecían por todas partes, y menos feos veíamos, o conformes al menos con la idea que teníamos de la fealdad.

El poder se preocupó de aquella abundancia de hermosos, y recelando que pudiesen dar un golpe de mano, hizo una ley de sospechosos, mandando encarcelar a todo el que tuviera alguna gracia, atractivo o facción buena. Los amigos solíamos decirnos en secreto:

—¿Tengo en mi cara algo notable?

—Nada: puedes vivir seguro.

O darnos este aviso:

—Tu nariz es correcta: te aconsejo que te la cortes.

No hacíamos otra cosa que mirarnos al espejo para extirpar cualquier hoyuelo, perfección o suavidad penable por la ley. El que no tenía verrugas las sembraba en sus mejillas: si por desgracia no brotaban, se hacía poner tachuelas en el rostro. Todos nos afeábamos a competencia, y sin embargo, las ejecuciones aumentaban. La lista de los ajusticiados nos llenaba de espanto, porque leíamos nombres de personas reconocidamente feas.

—¿Por qué han fusilado a Fulano? —preguntábamos en voz baja.

—El tribunal ha hallado su fealdad agradable.

—¿Y Zutano?

—Fue denunciado por vislumbrarse en él cierta hermosura cadavérica.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

El Pantalón Negro

José Fernández Bremón


Cuento


Soñé que el baile se daba en mi obsequio y los convidados debían haber llegado casi todos, según la hora, y por la animación que se notaba desde la calle: yo caminaba de puntillas para no mancharme el calzado, y ya estaba cerca de la puerta, cuando caí en un barrizal: levanteme con precipitación, y de un salto me refugié en el portal, y vi mi pantalón negro convertido en gris. La escalera de mármol estaba cubierta de una alfombra clara e iluminada a todo gas: dos filas de lacayos con peluca hacían los honores a los convidados y al verme chorreando barro, retrocedí.

Era tarde: habían parado algunos coches de los cuales salían varias damas con sus trajes de baile. ¿Qué hacer? Me deslicé por un pasillo lateral, pero todas sus revueltas iban a dar en una puerta iluminada. Asomeme con precaución y vi una pieza de baño... Entré, cerré la puerta y me puse a lavar los pantalones, que recobraron su color negro en un instante. Cuando los estaba colgando para que se secasen oí la voz de la dueña de la casa que decía a sus amigas:

—Éste es mi cuarto de baño.

Sólo tuve tiempo de zambullirme en el baño y aguantar en su fondo la respiración. Entraron las señoras y vieron mi sombrero que flotaba sobre el agua.

—¡Un ahogado! Hay un ahogado en el baño —dijeron dando gritos—: ¡Luces! ¡Luces!

Hice un remolino con el agua y empecé a arrojarla sobre las señoras, que huyeron espantadas. Me eché al hombro los pantalones: trepé a la ventana y me tiré por ella, cayendo sobre un arbolillo del jardín. La sombra me ocultaba: pero los convidados paseaban por debajo muy cerca de mí.

—¡Apartarse, señoras, que van a encender! —decían algunos caballeros.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

Sueños Pesados

José Fernández Bremón


Cuentos, colección


Sueño I. El pantalón negro

Soñé que el baile se daba en mi obsequio y los convidados debían haber llegado casi todos, según la hora, y por la animación que se notaba desde la calle: yo caminaba de puntillas para no mancharme el calzado, y ya estaba cerca de la puerta, cuando caí en un barrizal: levanteme con precipitación, y de un salto me refugié en el portal, y vi mi pantalón negro convertido en gris. La escalera de mármol estaba cubierta de una alfombra clara e iluminada a todo gas: dos filas de lacayos con peluca hacían los honores a los convidados y al verme chorreando barro, retrocedí.

Era tarde: habían parado algunos coches de los cuales salían varias damas con sus trajes de baile. ¿Qué hacer? Me deslicé por un pasillo lateral, pero todas sus revueltas iban a dar en una puerta iluminada. Asomeme con precaución y vi una pieza de baño... Entré, cerré la puerta y me puse a lavar los pantalones, que recobraron su color negro en un instante. Cuando los estaba colgando para que se secasen oí la voz de la dueña de la casa que decía a sus amigas:

—Éste es mi cuarto de baño.

Sólo tuve tiempo de zambullirme en el baño y aguantar en su fondo la respiración. Entraron las señoras y vieron mi sombrero que flotaba sobre el agua.

—¡Un ahogado! Hay un ahogado en el baño —dijeron dando gritos—: ¡Luces! ¡Luces!

Hice un remolino con el agua y empecé a arrojarla sobre las señoras, que huyeron espantadas. Me eché al hombro los pantalones: trepé a la ventana y me tiré por ella, cayendo sobre un arbolillo del jardín. La sombra me ocultaba: pero los convidados paseaban por debajo muy cerca de mí.

—¡Apartarse, señoras, que van a encender! —decían algunos caballeros.


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Publicado el 13 de julio de 2024 por Edu Robsy.

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