Nodrizas de nuestros sueños, hilanderas de
nuestras vidas, melancólicas hadas que acompañáis
nuestros pasos desde la cuna al sepulcro:
dadme las ruecas de marfil con que sabeis
transfigurar las cosas vulgares, los destinos
crueles, los dolores mudos, en gloriosas urdimbres,
en doradas hebras de ilusión y de luz.
Discípula vuestra soy: por las rutas sombrías
de este valle de lágrimas, absorta en mi
noble vocación de poeta, voy recogiendo en el
camino todo aquello que la realidad me ofrece,
para guardarlo con ternura en mi corazón y
tejerlo, después, en mis fantasías.
Nada desprecio por trivial y menudo que
sea. En una gota de agua se cifra todo el
universo. Abejas hacen la miel; con barro se
fabrica el búcaro. Tosca y ruin es, casi siempre,
la realidad, como el copo de lino, como el
vellón de lana, como el capullo de seda sin
hilar; pero esa materia ruda se convierte en
estambres luminosos, en delicados fililíes, cuando
la imaginación y el arte, que son las hadas
benéficas de los hombres, la toman, la retuercen
y devanan en sus ruecas invisibles de
marfil.
Con más rústico instrumento hilé en este
libro unas pobres vidas de mujer, humildes y
atormentadas vidas, cuyo obscuro y resignado
dolor tuvo en mi corazón ecos muy hondos,
¡Luisa, Ángeles, Irene, Marcela, Talín, bellas
y desventuradas criaturas que un día pasasteis
junto a mí llorando y sonriendo, bajo la pesadumbre
del destino! ¡Pobres vidas fugaces,
rosas al viento, naves en el mar!
Acaso, lector, preferirías que te contase historias
más felices, invenciones alegres, soleados
romances de un dichoso país, donde las flores
no se marchitan nunca. Mas ya dije que cuento
vidas de mujer...
¿Qué culpa tengo yo si la realidades amarga,
si hasta la imaginación, lo mismo que el
sentimiento, suelen padecer melancolía?
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