A José María Ramos Mejía
Acabas de publicar un libro, delicia de los materialistas, adeptos
de una escuela formidable, que vá derrumbando muchas informalidades de
los que se glorifican de la estacion bípeda y de cierta tercera
circunvolucion en el lóbulo izquierdo del cerebro.
Te miro, por ello, no ya con el cariño del antiguo amigo, sinó con
el respeto del discípulo, y me glorifico tanto más al dedicarte, como
un homenage, este juguete discutible, cuanto que pienso en el gran número de los que habrán escupido los venenos de su alma sobre tus páginas de luz.
Puedes creer en mi sinceridad y leer el Horacio Kalibang
para convencerte. Los que solemos escribir obras de este género no
dejamos de dar á alguno de los personajes siquiera sea un rasgo de
nuestro propio carácter.
Eduardo Ladislao Holmberg.
Buenos Aires, Enero de 1879.
I
—.... Es completamente falso,—dijo el Burgomaestre, llevando á sus
lábios la copa verde, en la que su sobrino acababa de servirle el
delicado vino del Rhin.
—¿Y lo creis fuera de los límites de lo concebible?—preguntó Hermann, con malicia.
—Lo concebible! lo concebible! todo es concebible, sobrino, pero no todo es posible.
—Así he oido decir más de una vez; pero desde que conocí el hecho,
con su aterradora realidad, he llegado á comprender que existen
fenómenos extraños, que la ciencia humana no explica y que talvez no
podrá nunca explicar.
—Tu opinion no es más que la de un niño de escuela.
—Mi tio!
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