Parte 1
Capítulo 1. La afirmación
Los pueblos felices y las mujeres
honradas
no tienen ni historia ni novela.
S. J. PALADAN.
Como sintiera aún
los ojos de Roberto fijos en ella, con aquella actitud suplicante
de víctima en el ara, actitud plena de mudo reproche y silenciosa
queja, afirmó rotunda, agresiva:
—Yo soy una mujer honrada…
Nadie lo había puesto en duda, y así hubo un movimiento de
expectación en espera de las explicaciones que de seguro seguirían
a tal afirmación de fe. Pero Candelaria callaba y no parecía
dispuesta a proseguir, desde el momento en que Roberto, un tanto
azorado, habíase apoyado en la chimenea fingiendo estudiar con
atención profunda una miniatura de Isabey.
Entonces Piedad Gante, duquesa de Gante y de Malferida, con la
autoridad que le daban su posición social, su virtud intachable, su
ciencia del mundo y, sobre todo, un cierto parentesco con la
procaz, corrigió, mitad en broma, mitad en serio.
—Mujer, Candelaria, cualquiera que te oyese creería que las
demás éramos unas perdidas.
Julito Calabrés, defendido contra sus treinta y tantos años en
el parapetado de una juventud desbordada en malignidad, murmuró al
oído de Amalia Ramos, que fumaba dando chupaditas al Setos Amber y
creía lo más prudente abstenerse, segura de que «aquello» de la
honradez no iba por ella.
—¡Chúpate ésa! ¡Vaya una lección que se ha llevado la pedantona
de Candelaria!
La interesada, mientras, había abierto su pelliza de renard
argentée y se abanicaba, disimulando mal su despecho.
Leer / Descargar texto 'El Gran Pecado: la Marquesa de Tardiente'