Una Chispa de la Fragua
José Zahonero
Cuento
Dedicado a Armando Palacio Valdés.
I
¡Qué guapa se ha puesto Carmencilla, la hija del maestro carpintero! —exclamó un viejo que se hallaba sentado junta á una tapia tomando el sol, envuelto en un sucio capote gris, los piés abrigados por unas zapatillas negras de forro amarillo y la cabeza cubierta por un gorro de terciopelo verdoso.
En tanto Carmencilla, con menudo paso, se dirigía al obrador, y el viejo íbala siguiendo con la vista embobado y sonriente, como si hubiese de robar con la mirada algo de aquella juventud para su débil corazón.
—La verdad es que Carmencilla es de lo mejorcito del barrio —replicó una castañera que cerca del viejo había puesto sus bártulos, y movía de continuo el pucherete en que chisporroteaba al hornillo la golosina de los chicos, caliente y sabrosa.
En esto, una mocita llamada Maricuela atajó á los que hablaban, diciendo con pique y encoraginada:
—No sé qué vale la Carmuncha; ¿qué tiene de particular? Nada. Si parece una muñeca de real y medio.
La tal Maricuela tenía un rostro enjuto y pequeño, pero en él ya la envidia había puesto sus tintas lívidas, el despecho sus rasgos ásperos y la malicia sus perfiles agudos.
—Calla, que te come el gusano —dijo la castañera; le tienes en el cuerpo y no te deja vivir.
—No —replicó el viejo— ya se la ha comido. ¡No he visto criatura más envidiosa!
Lo cierto era que, en bien ó en mal, todos se ocupaban de Carmencilla; como que se hallaba en esa edad en que las muchachas son aún un poco niñas y ya son algo mujeres. En las muchachas, como en las flores, la hermosura primera, al parecer, copia á la aurora; vése un fulgor instantáneo, que precede á la explosión de mil deslumbrantes destellos.
Carmencilla tenía la risa de la infancia en los labios, y en los ojos la pudorosa gravedad de la mujer.
Dominio público
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Publicado el 17 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.