Cuentos
Ángel de Estrada
Cuentos, Colección
Dedicatoria
A la memoria de mi hermano Santiago.
El viejo general
Podía Wagner haber vencido con su genio á las escuelas italianas. Podía atar en la barquilla de su gloria á la ciencia inspirada, como atara en la de Lohengrin el cisne, y ver en ella su estatua, como la imagen del caballero, con la vista hundida en lo infinito. ¡Qué le importaba al viejo general! Y aun podía su nieta, una rubia no muy linda, pero de ojos admirables, estar esperando, como en la leyenda, á un caballero también; y podía el país del caballero estar esmaltado de lagos y follajes, estos con ruiseñores divinos, y aquellos cubiertos de cisnes maravillosos. A él ¡qué le importaba, ni qué sabía?
Cuando la nieta tocaba el piano, con el cuaderno del alemán, abierto, llamando al joven vestido de lumbre misteriosa, ardía en impaciencia. La canción del gentil custodio del Graal; el asombro del pueblo trastornado por el prodigio; todo le daba en los fatigados nervios y gritaba, moviendo una pierna de palo:—Basta, muchacha, basta de canturria!
La nieta volvía al cuartito de las modestas colgaduras blancas, de las piedras y petrificaciones del Chaco, como quien dice bibelots y porcelanas de Saxe, y allí, con un estallido de risa desarrugaba el ceño del anciano.
—¿A que no sabe, abuelito— preguntó aquel día—porqué me río con tantas ganas? Y como el viejo nada contestara sino:—loca, loca;—ella se puso á tararear:
Para dispersar, señor,
del viaje de mis ensueños
los perfumes de las flores
que extrañas traigo en el pelo
—Ah! romántica insoportable; dichoso el que te pierda!—gritó una
voz de fiera enjaulada, y cayó de las manos de misia Pepa el cajón de
las costuras.
La muchacha rió del apostrofe, corrió al piano de nuevo, y atacó con brioso empuje la marcha de Ituzaingo.
Dominio público
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Publicado el 19 de septiembre de 2020 por Edu Robsy.