Llegó por fin el carnaval, llegó el día de alboroto
y de locura, en que las viejas se vuelven mozas, las muchachas
ancianas, y los rostros de máscara se cubren, como si fuese necesario,
con otra máscara. Citas, proyectos amorosos, declaraciones, pequeñas
venganzas y graciosos chascos, todo tiene lugar en estos días en que la
costumbre autoriza ciertas acciones y ciertas palabras, que no se dirían
sin rubor si faltase la careta.
¿Pero no es, por ventura, todo el año día de máscara? ¿Qué amante
habla a su querida sin careta? ¿Qué muchacha no se pone todo el año la
careta para engañar a su novio? ¿Qué cortesano deja de usar en palacio
la careta? ¿Cuándo les ha faltado careta a los jesuitas, a los
mayordomos de monjas, a los hermanos de la Santa Escuela, a los cocheros
de Nuestro Amo, a los que salen en las procesiones con su escapulario y
su estandarte?
Cuando veas venir, lector querido, un hombre de semblante humilde,
de ojos bajos y de voz suave y meliflua que te habla de los deberes del
matrimonio, de la educación de los hijos, del cumplimiento de los
deberes sociales, si eres casado, si tienes hijas bonitas desconfía de
él y di: ¡Cáspita!, este hombre tiene careta.
Cuando se te acerque un político y te hable de libertad, de amor a
la patria, de sacrificios nobles y desinteresados, no te mezcles en sus
proyectos, porque no te hará más que instrumento de algunas miras que
oculta debajo de estas palabras que inspiran honradez, y di: ¡Cáspita!,
este hombre tiene careta.
Cuando un vista, un administrador de aduana marítima, un guarda, un
colector de diezmos, digan que han aumentado las rentas, que han sido
destituidos por honradez, y que están pereciendo de hambre porque en
esta nación no se recompensa el mérito, no te creas de sus primeras
palabras, y di para tus adentros: ¡Este hombre puede tener careta!
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