Feliz el que cubriendo su cabeza
con la holanda sutil del blanco lecho,
fija la mente en mágica belleza,
se aduerme el alba en plácido reposo:
y mil veces feliz y más dichoso
si bebiendo en la copa del beleño,
visita las mansiones encantadas
que con oro y azul fabrica el sueño.
Soledades.
¡Oh, Nadir! Estás cautivo, y el feroz sultán Ismael no soltará jamás los
nudos de tus cadenas. Tú tienes fértiles territorios, él posee grandes
Estados; están en linde y deben confundirse, y con tu muerte, él los
hereda como hermano de tu padre; triste catástrofe.... ¡Oh, Nadir, me
inspiras compasión!
—¡Oh, virgen hermosa! Tú no puedes ser sino Híala; tus acentos me
revelan algo de más celestial que las vulgares bellezas del serrallo;
tus ojos de gacela me manifiestan quien tú eres. Tú sufres como yo;
tú, como yo, eres prisionera; si mi cárcel es el estrecho recinto de una
torre, también es prisión tuya ese jardín en que vagas. Tenga el Sultán
un deseo, y ese ámbito se estrechará hasta....
—¿Hasta qué?
—Hasta el recinto de su camarín, hasta el cerco de su lecho. ¡Oh,
Híala, me inspiras compasión!
—Resolución de mujer, es palma contra el siroco; se dobla, y finge que
cede; pero al fin cumple siempre el gusto suyo y triunfa de la fuerza.
Quien viene a verte en la torre de los Siete Sellos, algún poder tiene,
y quien te habla desde un ajimez, alto cien codos del suelo, algo
tiene de las propiedades de las aves, y el poder y la belleza sólo se
rinden al placer. ¡Oh, Nadir, qué inadvertido eres!
—Las aves también se prenden, y la burla que en su loca vanidad hacen
de las redes, la pagan a caro precio, sacudiendo los hilos de alambre de
su jaula y lastimándose contra ellos; al poder y la belleza los vence
más poder y mucha astucia. ¡Oh, Híala, qué inadvertida eres!
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