Textos más populares este mes publicados el 19 de diciembre de 2020 | pág. 4

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fecha: 19-12-2020


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Tres Cuestiones Históricas sobre Pizarro

Ricardo Palma


Cuento


¿Supo o no supo escribir? ¿fué o no fué marqués de los atavillos? ¿cuál fué y dónde está su gonfalón de guerra?

I

Variadísimas y contradictorias son las opiniones históricas sobre si Pizarro supo o no escribir, y cronistas sesudos y minuciosos aseveran que ni aun conoció la O por redonda. Así se ha generalizado la anécdota de que estando Atahualpa en la prisión de Cajamarca, uno de los soldados que lo custodiaban le escribió en la uña la palabra Dios. El prisionero mostraba lo escrito a cuantos le visitaban, y hallando que todos, excepto Pizarro, acertaban a descifrar de corrido los signos, tuvo desde ese instante en menos al jefe de la conquista, y lo consideró inferior al último de los españoles. Deducen de aquí malignos o apasionados escritores que don Francisco se sintió lastimado en su amor propio, y que por tan pueril quisquilla se vengó del Inca haciéndole degollar.

Duro se nos hace creer que quien hombreándose con lo más granado de la nobleza española, pues alanceó toros en presencia de la reina doña Juana y de su corte, adquiriendo por su gallardía y destreza de picador fama tan imperecedera como la que años más tarde se conquistara por sus hazañas en el Perú; duro es, repetimos, concebir que hubiera sido indolente hasta el punto de ignorar el abecedario, tanto más, cuanto que Pizarro aunque soldado rudo, supo estimar y distinguir a los hombres de letras.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Gorrión

Teodoro Baró


Cuento infantil


Nací debajo del alero de un tejado. Cuando rompí el cascarón y miré por la abertura del nido, todo me pareció muy bonito: deseaba llegase el momento de echar a volar, pero mis padres contuvieron mi impaciencia y la de mis hermanitos con sus buenos consejos. La alimentación era abundante y sana, y gracias a ella nuestras fuerzas se iban desarrollando. Por último llegó el momento tan deseado de echar a volar. La inquietud hacía que mi madre piara quejumbrosamente temiendo un accidente cualquiera, pero la nota triste convertíase en alegre cuando veía a mis hermanitos sostenerse en el espacio. Llegome la vez; extendí las alas y…

¿Adivinan lo que me sucedió? Pues voy a decírselo. No me faltaron las alas; pero la curiosidad, que es causa de tantos males, hizo que parara el vuelo en un prado en vez de detenerme en un árbol; y como en aquel prado había chiquillos y me vieron, tras de mí echaron a correr. Yo quise escapar; pero enredeme entre la hierba, no pude huir por no saber dar con la salida, que buscaba por todas partes menos donde hubiera debido buscarla, que era volando otra vez; y como a correr me ganaban los chiquillos, héteme convertido en su prisionero.

Por fortuna no di en manos de esos niños que tienen la mala y punible costumbre de martirizar a los pobres pájaros, y mis dueños me llevaron a su casa. Metiéronme en una jaula, donde colocaron algodón para que no tuviera frío. He de confesar que no estaba del todo mal. Pusieron pan en remojo y quisieron que comiera aquellas migas. No me hice de rogar; y como los niños se empeñaban en que siempre estuviera comiendo, porque les divertía verme abrir el pico y agitar las alitas, y a mí no me disgustaba atracarme, padecí una indigestión que por poco me mata; pero logré escapar de ella, si bien estuve alicaído durante tres días.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Matrícula de Colegio

Ricardo Palma


Cuento


Signore, dom Pietro Cañafistola, directtore de la escuela municipale de Chumbivilcas, 3 de Aprile de 1890.

Mio diletto signore: Fa favore de matriculeare ne la sua escuela, mei figlici Benedetto, Bartolomeo e Cipriano, natti in questta citá de Chumbivilcas, il giorno 20 de Febraio de 1881.

Sono suo servitore e amico
Crispín Gatiessa
 

Leída por el dómine esta macarrónica esquela, calóse las gafas, abrió el cuaderno de registro o matrícula escolar, entintó la pluma y antes de consignar los datos precisos, entabló conversación con sus futuros alumnos.

Eran estos tres chicos de nueve años, venidos al mundo, en la misma hora o paricio, de una robusta hembra chumbivilcana, casada con don Crispín Gatiessa, boticario de la población, que era un genovés como un trinquete y, tanto, que de una culeada le clavó a su mujer tres muchachotes muy rollizos.

A la simple vista, era casi imposible diferenciar a los niños, pues caras y cuerpos eran de completa semejanza.

— ¿Cuál es tu nombre? —preguntó don Pedro a uno de los chicos.

— Servidor de usted, señor maestro, Benedicto —contestó el interrogado con voz de flautín, anacrónica en ser tan desarrollado y vigoroso.

— Vaya una vocesita para meliflua —musitó el magister— y tú, ¿qué nombre llevas? —continuó, dirigiéndose al otro.

— Para servir a Dios y a la Patria, me llamo Bartolomé —con idéntica voz atiplada.

— ¿Otra te pego, Diego? —murmuró, para sí, el maestro—. ¡Vaya un par de maricones! ¡Lucido está el bachicha con su prole! ¿Y tú? —preguntó, dirigiéndose al tercero.

— ¿Yo?, yo soy Crispín Gatiessa —contestó con voz de trueno, el muchacho.

Casi se cae de espaldas el bueno de don Pedro Cañafistola, ante tamaño contraste, y exclamó:


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

El Lechero del Convento

Ricardo Palma


Cuento


Allá, por los años de 1840, era yanacón o arrendatario de unos potreros en la chacra de Inquisidor, vecina a Lima, un andaluz muy burdo, reliquia de los capitulados con Rodil, el cual andaluz mantenía sus obligaciones de familia con el producto de la leche de una docena de vacas, que le proporcionaban renta diaria de tres a cuatro duros.

Todas las mañanas, caballero en guapísimo mulo, dejaba cántaros de leche en el convento de San Francisco, en el Seminario y en el monasterio de Santa Clara, instituciones con las que tenía ajustado formal contrato.

Habiendo una mañana amanecido con fiebre alta, el buen andaluz llamó a su hijo mayor, mozalbete de quince años cumplidos, tan groserote como el padre que lo engendrara, y encomendóle que fuera a la ciudad a hacer la entrega de cántaras, de a ocho azumbres, de leche morisca o sin bautizar.

Llegado a la portería de Santa Clara, donde con la hermana portera estaban de tertulia matinal la sacristana, la confesonariera, la refitolera y un par de monjitas más, informó a aquella de que, por enfermedad de su padre, venía él a llenar el compromiso.

La portera, que de suyo era parlanchina, le preguntó:

— ¿Y tienen ustedes muchas vacas?

— Algunas, madrecita.

— Por supuesto que estarán muy gordas...

— Hay de todo, madrecita; las vacas que joden están muy gordas, pero las que no joden están más flacas que usted, y eso que tenemos un toro que es un grandísimo jodedor.

— ¡Jesús! ¡Jesús! —gritaron, escandalizadas, las inocentes monjitas. Toma los ocho reales de la leche y no vuelvas a venir, sucio, cochino, ¡desvergonzado!, ¡sirverguenza!

De regreso a la chacra, dio, el muy zamarro, cuenta a su padre de la manera como había desempeñado su comisión, refiriéndole, también, lo ocurrido con la portera.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

La Mariposa

Teodoro Baró


Cuento infantil


Cuando la noche termina, los ángeles revolotean sobre el mar y las montañas, y por esto vemos una línea de oro y rosa detrás de los montes y encima de las aguas. Entonces es cuando las flores, que han pasado la noche dormidas, despiertan lanzando sus primeros suspiros; y como los suspiros de las flores son perfumes, embalsaman el ambiente.

Un día, al amanecer, despertó la magnolia, y al lanzar su primer suspiro oyó una vocecita, pero muy tenue, muy tenue que decía:

—¡Cuán dulce es tu aliento!

—¿Quién eres? preguntó la magnolia.

—Una mariposa.

—Las mariposas son nuestras hermanas; son las flores aladas. ¿Cómo estás aquí?

—Acabo de nacer. Al sentirme con alas he querido volar, pero me he cansado y en ti he buscado refugio.

—Los primeros instantes de la mañana son fríos. Yo te abrigaré, y cuando haya salido el sol podrás continuar tu vuelo.

La magnolia juntó sus pétalos.

—¡Qué bien se está aquí! dijo la mariposa. Parece que a tu calor mi cuerpo se transforma y adquieren fuerza mis alas.

Cuando los rayos del sol hubieron inundado la tierra, la magnolia abrió los pétalos.

—¿Puedo salir? preguntó la mariposa.

—Sí. Vuela si quieres.

—No me atrevo.

—Veo que posees una gran cualidad.

—¿Cuál es?

—La prudencia.

—¿En qué consiste la prudencia?

—En una virtud que nos enseña a discernir lo bueno de lo malo, para seguir lo primero y huir de lo segundo.

—¿Hay cosas malas?

—Sí, y el que no tiene prudencia para evitarlas suele convertirse en su víctima.

—Yo huiré de las cosas malas.

—Todas dicen lo mismo, pero no todas cumplen su propósito.

—No lo comprendo, porque lo malo debe rechazarse.

—Ten presente que el mal reúne a veces grandes atractivos y que sus galas y el placer que creemos ha de proporcionarnos, atraen y acaban por fascinar.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

Aceituna, Una

Ricardo Palma


Cuento


Acabo de referir que uno de los tres primeros olivos que se plantaron en el Perú fué reivindicado por un prójimo chileno, sobre el cual recayó por el hurto nada menos que excomunión mayor, recurso terrorífico merced al cual, años más tarde, restituyó la robada estaca, que a orillas del Mapocho u otro río fuera fundadora de un olivar famoso.

Cuando yo oía decir aceituna, una, pensaba que la frase no envolvía malicia o significación, sino que era hija del diccionario de la rima o de algún quídam que anduvo a caza de ecos y consonancias. Pero ahí verán ustedes que la erré de medio a medio, y que si aquella frase como esta otra: aceituna, oro es una, la segunda plata y la tercera mata, son frases que tienen historia y razón de ser.

Siempre se ha dicho por el hombre que cae generalmente en gracia o que es simpático: Este tiene la suerte de las aceitunas, frase de conceptuosa profundidad, pues las aceitunas tienen la virtud de no gustar ni disgustar a medias, sino por entero. Llegar a las aceitunas era también otra locución con que nuestros abuelos expresaban que había uno presentádose a los postres en un convite, o presenciado sólo el final de una fiesta. Aceituna zapatera llamaban a la oleosa que había perdido color y buen sabor y que, por falta de jugo, empieza a encogerse. Así decían por la mujer hermosa a quien los años o los achaques empiezan a desmejorar:—Estás, hija, hecha una aceituna zapatera—. Probablemente los cofrades de San Crispín no podían consumir sino aceitunas de desecho.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

De Asta y Rejón

Ricardo Palma


Cuento


Supongo, lector, que tienes edad para haber conversado con contemporáneos del virrey Pezuela, y que hablándote de una hija de Eva, esforzada y varonil, les habrás oído esta frase: Es mujer de asta y rejón.

¿Que sí has oído la frase? Pues entonces allá va el origen de ella, tal cual me ha sido referido por un descendiente de la protagonista.

I

En una de las casas de la calle de Aparicio vivía por los años de 1760 la señora doña Feliciana Chaves de Mesía.

Era doña Feliciana lo que se llamaba una mujer muy de su casa y que, a pesar de ser rica hasta el punto de sacar al sol la vajilla de plata labrada y los zurrones de pesos duros, no pensaba en emperejilarse, sino en aumentar su caudal. Dueña de una hacienda en los valles próximos a la ciudad y de la panadería del Serrano, tenía en el patio de su casa dos vastos almacenes donde vendía por mayor harina, azúcar, aceite y otros artículos de general consumo.

¡Qué tiempos aquéllos! En materia de trabajo nuestras abuelas eran la romana del diablo, y cuando un hombre se casaba encontraba en la conjunta, no sólo la costilla complementaria de su individuo, sino un socio mercantil que le ahorraba el gasto de dependientes.

El marido de doña Feliciana hacía tres años que había ido a Ica a establecer una sucursal de la casa de Lima, quedándose la señora al frente de múltiples operaciones comerciales; y como si Dios se complaciera en echar su bendición sobre la trabajadora limeña, en cuanto negocio ponía mano encontraba una ganancia loca.


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¡A Nadar, Peces!

Ricardo Palma


Cuento


Posible es que algunos de mis lectores hayan olvidado que el área en que hoy está situada la estación del ferrocarril de Lima al Callao constituyó en días no remotos la iglesia, convento y hospital de las padres juandedianos.

En los tiempos del virrey Avilés, es decir, a principios del siglo, existía en el susodicho convento de San Juan de Dios un lego ya entrado en años, conocido entre el pueblo con el apodo de el padre Carapulcra, mote que le vino por los estragos que en su rostro hiciera la viruela.

Gozaba el padre Carapulcra de la reputación de hombre de agudísimo ingenio, y a él se atribuyen muchos refranes populares y dichos picantes.

Aunque los hermanos hospitalarios tenían hecho voto de pobreza, nuestro lego no era tan calvo que no tuviera enterrados, en un rincón de su celda, cinco mil pesos en onzas de oro.

Era tertulio del convento un mozalbete, de aquellos que usaban arito de oro en la oreja izquierda y lucían pañuelito de seda filipina en el bolsillo de la chaqueta, que hablaban ceceando, y que eran los dompreciso en las jaranas de mediopelo, que chupaban más que esponja y que rasgueaban de lo lindo, haciendo decir maravillas a las cuerdas de la guitarra.

Sus barruntos tuvo éste de que el hermano lego no era tan pobre de solemnidad como las reglas de su instituto lo exigían; y dióse tal maña, que el padre Carapulcra llegó a confesarle en confianza que, realmente, tenía algunos maravedíes en lugar seguro.

—Pues ya son míos—dijo para sí el niño Cututeo, que tal era el nombre de guerra con que el mocito había sido solemnemente bautizado entre la gente de chispa, arranque y traquido.

Estas últimas líneas están pidiendo a gritos una explicación. Démosla a vuela pluma.


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La Conciencia

Teodoro Baró


Cuento infantil


En aquellos tiempos en que los guerreros iban completamente vestidos de hierro, vivía un hombre muy poderoso, pero muy malo, tanto que cuando se pronunciaba su nombre, sus infelices vasallos se santiguaban y decían:

—¡Dios y la Virgen nos libren de él!

Pero lo decían en voz muy baja y hacían la señal de la cruz cuando nadie les veía, por temor de que alguien fuese a aquel hombre y le dijera:

—Señor; aquél ha hablado mal de ti.

Si tal acusación llegaba a sus oídos, en el acto daba a sus esbirros orden de prender al infeliz, a quien arrancaban del seno de su familia, sin que les conmoviera el llanto ni les impresionaran los desgarradores gritos de su mujer e hijos; y aquella misma noche era sacrificado el vasallo, sin piedad ni misericordia.

Y los villanos cerraban las ventanas y las puertas de sus moradas, porque no llegase hasta ellas rumor alguno, y murmuraban santiguándose:

—¡Dios y la Virgen nos libren de él!

Aquel hombre había edificado un castillo en un picacho alto, muy alto, donde anidaban las aves de rapiña; y éstas le cedieron las peladas rocas porque se dijeron:

—Vámonos de aquí, pues no podemos vivir en compañía de un hombre que es peor que nosotras.

Cuando hubo levantado el castillo, abrió a su alrededor un ancho foso que llenó con las cenagosas aguas que las tempestades depositaban en las inmediaciones y el tiempo corrompía; y cuando las sabandijas y los reptiles llegaron al foso arrastradas por las aguas, se agitaron y remontaron la corriente murmurando:

—Vámonos de aquí, porque no podemos vivir en compañía de un hombre que es peor que nosotros.


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La Consigna de Lara

Ricardo Palma


Cuento


El general Jacinto Lara era uno de los más guapos llaneros de Venezuela y el hombre más burdo y desvergonzado que Dios echara sobre la tierra; lo acredita la famosa proclama que dirigió a su división al romperse los fueros en Ayacucho.

El Libertador tuvo siempre predilección por Lara, y lo hacían reír sus groserías y pachotadas; decía, Don Simón, que como sus colombianos no eran ángeles, había que tolerar el que fuesen desvergonzados y sucios en el lenguaje.

Verdad también que Bolívar, en ocasiones, se acordaba de que era colombiano y escupía palabrotas, sobre todo cuando estaba de sobremesa con media docena de sus íntimos; cuentan, y algo de ello refiere Pruvonena, que habiéndole preguntado uno de los comensales, si aún continuaba en relaciones con cierta aristocrática dama, contestó don Simón:

— Hombre, ya me he desembarcado, porque la tal es una fragata que empieza a hacer agua por todas las costuras.

Un domingo, en momentos que Bolívar iba a montar en el coche, llegó Lara a Palacio y el Libertador le dijo:

— Acompáñame, Jacinto, a hacer algunas visitas, pero te encargo que estés en ellas más callado que un cartujo, porque tú no abres Ia boca sino para soltar alguna barbaridad; con que ya sabes, tu consigna es el silencio; tú necesitas aprender oratoria en escuela de sordomudos.

— Descuida, hombre, que sólo quebrantaré la consigna en caso de que tú me obligues. Te ofrezco ser más mudo que campana sin badajo.

Después de hacer tres o cuatro visitas ceremoniosas, en las que Lara se mantuvo correctamente fiel a la consigna, llegaron a una casa, en la que fueron recibidos, en el salón, por una limeñita, de esas de ojos tan flechadores que, de medio a medio, le atraviesan a un prójimo la anatomía.


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Publicado el 19 de diciembre de 2020 por Edu Robsy.

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