Advertencia
«Esta comedia ofrece una pintura fiel del estado
actual de nuestro teatro (dice el prólogo de su primera edición); pero
ni en los personajes ni en las alusiones se hallará nadie retratado con
aquella identidad que es necesaria en cualquier copia, para que por ella
pueda indicarse el original. Procuró el autor, así en la formación de
la fábula como en la elección de los caracteres, imitar la naturaleza en
lo universal, formando de muchos un solo individuo».
En el prólogo que precede a la edición de Parma se dice: «De muchos
escritores ignorantes que abastecen nuestra escena de comedias
desatinadas, de sainetes groseros, de tonadillas necias y escandalosas,
formó un don Eleuterio; de muchas mujeres sabidillas y fastidiosas, una
doña Agustina; de muchos pedantes erizados, locuaces, presumidos de
saberlo todo, un don Hermógenes; de muchas farsas monstruosas, llenas de
disertaciones morales, soliloquios furiosos, hambre calagurritana,
revista de ejércitos, batallas, tempestades, bombazos y humo, formó El gran cerco de Viena; pero ni aquellos personajes, ni esta pieza existen».
Don Eleuterio es, en efecto, el compendio de todos los malos poetas
dramáticos que escribían en aquella época, y la comedia de que se le
supone autor, un monstruo imaginario, compuesto de todas las
extravagancias que se representaban entonces en los teatros de Madrid.
Si en esta obra se hubiesen ridiculizado los desaciertos de Cañizares,
Añorbe o Zamora, inútil ocupación hubiera sido censurar a quien ya no
podía enmendarse ni defenderse.
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