Textos más vistos publicados el 20 de marzo de 2017 | pág. 2

Mostrando 11 a 20 de 20 textos encontrados.


Buscador de títulos

fecha: 20-03-2017


12

Hierón

Jenofonte


Tratado, Filosofía


Un día el poeta Simónides visitó al tirano Hierón. En la conversación que mantuvieron ambos dijo Simónides:

—¿Querrías, oh Hierón, explicarme aquello que es natural que tú conozcas mejor que yo?

—Y ¿qué es eso, contestó Hierón, que realmente yo podría conocer mejor que tú, que eres tan sabio?

—Sé yo, replicó, que tú has sido un particular y que ahora eres tirano; es, pues, natural que tú que has probado ambos estados conozcas mejor que yo en qué se distinguen la vida del tirano y la del particular, en lo que se refiere a alegrías y penas.

—Y ¿por qué, replicó Hierón, tú no me recuerdas, asimismo, lo propio de la vida del particular, puesto que aún eres un particular? Pues creo que, en ese caso, yo te podría mostrar mucho mejor las diferencias que hay en una y en otra.

Entonces dijo Simónides:

—Creo haber observado, oh Hierón, que los particulares disfrutan y se apenan con las imágenes por los ojos, con los sonidos por lo oídos, con los alimentos y bebidas por la boca, y en cuanto a los placeres amorosos, por los órganos que todos sabemos. Respecto a lo frío y a lo cálido, a lo duro y a lo blando, a lo ligero y a lo pesado, a mi entender, también consideramos que disfrutamos y sufrimos por ellos con el cuerpo entero. De los bienes y males, unas veces creemos disfrutar por el alma sola, otras, al contrario, sufrir y otras, también, por el alma y el cuerpo en común. Que disfrutamos del sueño pienso que nos damos cuenta, pero cómo, con qué y cuándo, eso creo que, más bien, lo ignoramos, dijo. Y quizás no tiene nada de extraño, ya que las sensaciones se nos presentan más nítidas cuando estamos despiertos que cuando estamos durmiendo.

A esto respondió Hierón:


Información texto

Protegido por copyright
22 págs. / 39 minutos / 213 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La República de los Atenienses

Jenofonte


Tratado, Filosofía


Sobre la república de los atenienses, no alabo el hecho de elegir ese sistema, porque, al elegirlo, eligieron también el que las personas de baja condición estén en mejor situación que las personas importantes. Así, pues, no lo alabo por eso. Mas como ellos lo han decidido así, voy a mostrar lo bien que mantienen su régimen y llevan las demás cuestiones que al resto de los griegos les parecen un fracaso.


Información texto

Protegido por copyright
12 págs. / 22 minutos / 275 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Ingresos Públicos

Jenofonte


Tratado


Yo siempre he pensado que, según sean los gobernantes, así acaban siendo también las formas de gobierno. Y ya que algunos gobernantes de Atenas solían decir que conocían la justicia no menos que los demás hombres, pero al mismo tiempo afirmaban que se veían obligados por la pobreza del pueblo a ser injustos en su trato con otras ciudades, por eso determiné investigar si de algún modo podrían mantenerse los ciudadanos con sus propios recursos, pensando-que, si así sucedía, se pondría remedio a la vez, de la forma más justa, a su pobreza y a las suspicacias de los griegos.

Cuando ya estaba investigando lo que me propuse, en seguida se me reveló que el país reúne las condiciones adecuadas y puede proporcionar la mayoría de sus ingresos. Para que se compruebe la verdad de lo que digo, voy a describir primero las condiciones naturales del Ática.

Que las estaciones son aquí muy suaves, lo demuestran sus mismos productos, pues aquí fructifica lo que en muchos lugares ni siquiera podría germinar. Ε igual que la tierra, también es muy productivo el mar que rodea el país. Realmente, cuantos bienes proporcionan los dioses en las estaciones, todos ellos comienzan aquí muy temprano y terminan muy tarde. No sólo es abundante en los bienes que florecen y mueren en el año, sino que también el país tiene bienes perennes; efectivamente, hay en él piedra abundante, con la que se hacen bellísimos templos, bellísimos altares y magníficas estatuas para los dioses, y además la necesitan muchos griegos y bárbaros.

También hay tierras que, aunque se siembren, no dan, sin embargo, cosechas; pero si se abren minas en ellas, alimentan a muchos más, por cierto, que si produjesen trigo. Evidentemente contienen plata por un azar divino; pese a que hay muchos estados vecinos por tierra y mar, y a ninguno de ellos llega ni un pequeño filón de mineral de plata.


Información texto

Protegido por copyright
15 págs. / 27 minutos / 484 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Mademoiselle de Maupin

Théophile Gautier


Novela


PREFACIO DEL AUTOR

Una de las cosas más burlescas de la gloriosa época en que tenemos la suerte de vivir es, sin lugar a dudas, la incontestable rehabilitación de la virtud emprendida por todos los periódicos, sean del color que fueren: rojo, verde o tricolor.

La virtud es, con certeza, algo muy respetable, y no es nuestra intención faltarle. ¡Dios nos libre! ¡La buena y digna señora! Encontramos cierto brillo en sus ojos a través de los impertinentes, que lleva las medias bien puestas, que toma el tabaco de su cajita de oro con toda la gracia imaginable y que su caniche hace las reverencias como un maestro de baile. Así la vemos. Hasta estamos de acuerdo en que no está tan mal para su edad y lleva sus años de un modo inmejorable. Es una abuela muy agradable, pero una abuela. Me parece natural que se prefiera, sobre todo si se tienen veinte años, alguna pequeña inmoralidad ligera, pimpante, coqueta, buena chica, con cabello mal rizado, la falda más corta que larga, el pie y el ojo impacientes, la mejilla ligeramente encendida, la risa en la boca y el corazón en la mano. Los periodistas más monstruosamente virtuosos no sabrían pronunciarse de manera diferente, y si dicen lo contrario es muy probable que no lo piensen. Pensar una cosa y escribir otra es algo que sucede todos los días, sobre todo entre gente virtuosa.

Me acuerdo de las pullas lanzadas antes de la revolución (me refiero a la de julio) contra aquel desdichado y virginal vizconde Sosthène de La Rochefoucauld, que tuvo la ocurrencia de alargar los vestidos de las bailarinas de la Ópera y aplicó con sus manos patricias un púdico emplasto en el centro de todas las estatuas. El señor vizconde Sosthène de La Rochefoucauld ha quedado superado. El pudor se ha perfeccionado mucho desde aquel entonces, y ahora alcanza refinamientos que ni siquiera él hubiese imaginado.


Información texto

Protegido por copyright
376 págs. / 10 horas, 59 minutos / 216 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Ónfala

Théophile Gautier


Cuento


Historia rococó

Mi tío, el caballero de T***, vivía en una pequeña casa que daba por un lado a la triste calle de Tournelles y por el otro al triste boulevard Saint-Antoine. Entre el boulevard y el cuerpo de la vivienda, viejos arbustos, devorados por los insectos y el musgo, estiraban lamentablemente sus brazos descarnados al fondo de una especie de cloaca encajada entre negras y altas murallas. Algunas pobres flores marchitas doblaban lánguidamente la cabeza como muchachas tísicas, esperando que un rayo de sol fuera a secar sus hojas medio podridas. Los hierbajos habían irrumpido en los senderos, que se reconocían con dificultad, pues hacía mucho tiempo que el rastrillo no había pasado por ellos. Uno o dos peces rojos flotaban más que nadaban en un estanque cubierto de lentejas de agua y de plantas de pantano.

Mi tío llamaba a eso su jardín.

En el jardín de mi tío, aparte de las bellezas que acabamos de describir, había un pabellón bastante desapacible, al que, sin duda por antífrasis, le había dado el nombre de Delicias. Se hallaba en un estado de completa degradación. Las paredes estaban combadas; grandes placas de argamasa se habían desprendido y yacían por la tierra entre las ortigas y la avena loca; un moho pútrido verdeaba las partes inferiores; la madera de los postigos y de las puertas se había dilatado, y ya no cerraban o lo hacían muy mal. Una especie de enorme puchero de resplandecientes efluvios formaba la decoración de la entrada principal; porque en tiempos de Luis XV, época de la construcción de las Delicias, había siempre, por precaución, dos entradas. Óvolos, hojas esculpidas y volutas recargaban la cornisa totalmente arrasada por la infiltración de las aguas pluviales. En resumen, las Delicias de mi tío el caballero de T*** era una construcción lamentable.


Información texto

Protegido por copyright
10 págs. / 17 minutos / 72 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Dos Actores Para un Papel

Théophile Gautier


Cuento


I. UNA CITA EN EL JARDÍN IMPERIAL

Eran los últimos días de noviembre: el Jardín imperial de Viena estaba desierto, un aire cortante arremolinaba las hojas color azafrán, secas a causa de los primeros fríos; los rosales de los arriates, castigados y rotos por el viento, arrastraban su ramaje por el barro. Sin embargo el gran paseo, gracias a la arena que lo recubre, estaba seco y practicable. Aunque devastado por la proximidad del invierno, el Jardín imperial no carecía de un cierto encanto melancólico. El largo paseo prolongaba hasta muy lejos sus arcos rojizos, dejando adivinar confusamente al fondo un horizonte de colinas ya invadidas por los vapores azulados y la bruma de la noche; más allá, la vista se extendía sobre el Prater y el Danubio; era un lugar muy a propósito para un poeta.

Un joven, con señales visibles de impaciencia, iba y venía por el paseo; su atuendo, de una elegancia un poco teatral, consistía en una levita de terciopelo negro con galones de oro ribeteada de piel, pantalones grises de punto, botas suaves de borlas, que llegaban hasta media pierna. Podía tener de veintisiete a veintiocho años; sus rasgos pálidos y regulares estaban llenos de delicadeza, y la ironía se ocultaba en los pliegues de sus ojos y las comisuras de su boca; en la Universidad, de la que parecía recién salido, porque todavía llevaba la gorra con hojas de roble de los estudiantes, debía haber dado mucha guerra a los filisteos y brillado en la primera fila de los veteranos y los novatos.

El pequeñísimo espacio en el que circunscribía su paseo demostraba que estaba esperando a alguno o más bien a alguna, porque el Jardín imperial de Viena, en el mes de noviembre, no es muy adecuado para las citas de negocios.


Información texto

Protegido por copyright
9 págs. / 17 minutos / 75 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Caballero Doble

Théophile Gautier


Cuento


¿Quién pone a la rubia Edwige tan triste? ¿Qué hace ahí sentada, con la barbilla en la mano y el codo en la rodilla, más apenada que la desesperación, más pálida que la estatua de alabastro que llora sobre una tumba?

De uno de sus ojos brota una gruesa lágrima que se desliza por su delicada mejilla, una sola, pero que no se seca jamás; como esa gota de agua que rezuma de las bóvedas rocosas y que a la larga desgasta el granito, esa única lágrima, al caer sin cesar de sus ojos a su corazón, lo ha horadado y traspasado completamente.

Edwige, rubia Edwige, ¿ya no crees en Jesucristo el dulce Salvador? ¿Acaso dudas de la indulgencia de la Santísima Virgen María? ¿Por qué llevas sin parar al costado tus manitas diáfanas, delgadas y delicadas como las de los elfos y las willis? Vas a ser madre; era tu mayor deseo: tu noble esposo, el conde Lodbrog, ha prometido un altar de plata maciza y un copón de oro fino a la iglesia de san Euthbert si le das un hijo varón.

¡Ay! ¡Ay! La pobre Edwige tiene el corazón atravesado por las siete espadas del dolor; un terrible secreto pesa sobre su alma. Hace varios meses, un extranjero llegó al castillo; hacía un tiempo espantoso aquella noche: las torres temblaban en toda su estructura, las veletas chirriaban, el fuego trepaba por la chimenea, y el viento golpeaba los cristales como alguien inoportuno que quiere entrar.

El extranjero era bello como un ángel, pero como un ángel caído; sonreía dulcemente y miraba dulcemente, y sin embargo su mirada y su sonrisa hacían temblar de miedo e inspiraban el espanto que se experimenta al asomarse a un abismo. Un encanto perverso, una languidez pérfida como la del tigre que acecha su presa, acompañaban todos sus movimientos; fascinaba como la serpiente fascina al pájaro.


Información texto

Protegido por copyright
10 págs. / 18 minutos / 494 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Pie de la Momia

Théophile Gautier


Cuento


No tenía otra cosa que hacer y entré en la tienda de uno de esos comerciantes de curiosidades llamados comerciantes de bric-à-brac en el argot parisino, cosa perfectamente ininteligible en el resto de Francia.

Sin duda habéis echado un vistazo, a través de los cristales, en alguna de esas tiendas tan numerosas desde que está de moda comprar muebles antiguos, pues el más insignificante agente de cambio y bolsa se cree obligado a tener una habitación de estilo medieval.

Son algo así como una mezcla del taller del chatarrero, el almacén del tapicero, el laboratorio del alquimista y el estudio del pintor; en esos misteriosos antros donde los postigos filtran una prudente media luz lo más notoriamente antiguo es el polvo; allí las telarañas son más auténticas que los encajes, y el viejo peral más joven que la caoba llegada ayer de América.

La tienda del vendedor de baratillo era un verdadero Cafarnaúm; todos los siglos y todos los países parecían haberse dado cita allí; una lámpara etrusca de barro rojo descansaba sobre un armario de Boule de madera de ébano severamente listada de filamentos de cobre; un canapé de la época de Luis XV estiraba lánguidamente sus patas de ciervo bajo una sólida mesa del reinado de Luis XIII, de pesadas espirales de madera de roble, con relieves de follaje y quimeras entremezclados.

Una armadura damasquinada de Milán hacía resplandecer en un rincón el vientre encintado de su coraza; amorcillos y ninfas de porcelana, figuras de China, cornetas de celedón y cerámica, tazas de Sajorna y de Sévres abarrotaban las estanterías y los rincones.

En las repisas denticuladas de los aparadores, brillaban inmensos platos de Japón, de dibujos rojos y azules, sombreados con trazos de oro, al lado de esmaltes de Bernard Palissy, que representaban culebras, ranas y lagartos en relieve.


Información texto

Protegido por copyright
12 págs. / 22 minutos / 419 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Jettatura

Théophile Gautier


Novela corta


I

El Leopoldo, magnífico barco de vapor toscano que hace el trayecto de Marsella a Nápoles, acababa de doblar la punta de Procida. Todos los pasajeros estaban en el puente, curados del mal de mar ante la vista de la tierra, remedio más eficaz que los dulces de Malta y otras recetas utilizadas en tales casos.


Información texto

Protegido por copyright
99 págs. / 2 horas, 53 minutos / 111 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 264 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

12