Textos más populares este mes publicados el 20 de marzo de 2017

Mostrando 1 a 10 de 20 textos encontrados.


Buscador de títulos

fecha: 20-03-2017


12

De la Equitación

Jenofonte


Tratado


Como nos consideramos expertos en equitación por haber sido jinetes durante mucho tiempo, deseamos también enseñar a los amigos más jóvenes el procedimiento que juzgamos más correcto en su trato con los caballos. También escribió, por cierto, sobre la equitación Simón, quien, además, ofrendó un caballo de bronce en Atenas, en el Eleusinio, y grabó en la base sus propias hazañas. En verdad, nosotros al menos no vamos a eliminar de nuestro tratado todo cuanto se reconozca que coincide con el suyo; al contrario, lo transmitiremos a los amigos con mucho más gusto, pues opinamos que merecen mucho más crédito las ideas suyas que coinciden con las nuestras, ya que era un buen jinete. Además, todo lo que a él se le pasó por alto trataremos de descubrirlo nosotros.

En primer lugar, describiremos cómo a uno se le puede engañar en la compra de un caballo.

Es evidente que se debe comprobar, incluso, el buen estado físico del potro aún no domado, ya que todavía no presenta pruebas claras de su carácter el caballo que aún no ha sido montado.

A su vez, en lo que se refiere al cuerpo, afirmamos que es necesario examinar, ante todo, los pies. Efectivamente, como no tendría ninguna utilidad una casa si la parte superior fuese muy hermosa, pero no estuviesen los cimientos como es necesario, igualmente no sería de ninguna utilidad un caballo dedicado a la guerra si fuese de pies defectuosos aunque bueno en todo lo demás, pues lógicamente no podría sacar ningún provecho de ninguna de sus buenas cualidades.


Información texto

Protegido por copyright
27 págs. / 47 minutos / 1.308 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La República de los Lacedemonios

Jenofonte


Tratado, Política


Yo observé hace tiempo que Esparta fue muy poderosa y célebre en la Hélade, como es evidente, aunque era una de las ciudades con menos habitantes, y me sorprendió entonces cómo pudo ocurrir eso. Sin embargo, después que me fijé en la ocupaciones de los espartiatas, ya no me causó sorpresa.

A Licurgo, que les dio las leyes con cuya observancia consiguieron su prosperidad, lo admiro y lo considero el culmen de la sabiduría; pues él, sin imitar a las demás ciudades sino incluso tomando decisiones contrarias a la mayoría de ellas, demostró que su patria las superaba en prosperidad.

Por ejemplo, sobre la procreación, para empezar por el principio, los demás mantienen con una comida, lo más racionada que se pueda tolerar y con el menor condimento posible, a las jóvenes que van a dar a luz y que parecen estar bien educadas; y, por supuesto, las mantienen privadas de vino totalmente o se lo sirven aguado. Como la mayoría de los artesanos son sedentarios, los demás griegos estiman conveniente que las jóvenes trabajen la lana llevando una vida inactiva. Ahora bien, ¿cómo se va a esperar que jóvenes criadas de esta manera engendren algo grandioso? Licurgo, en cambio, pensó que las esclavas también bastaban para producir vestidos y, como consideraba que la procreación era la principal misión de las mujeres libres, en primer lugar, dispuso que el sexo femenino ejercitase sus cuerpos no menos que el masculino. Luego, organizó para las mujeres competiciones entre ellas de carreras y pruebas de fuerza, exactamente igual que lo hizo con los varones, convencido de que de parejas vigorosas también los hijos nacen más robustos.


Información texto

Protegido por copyright
20 págs. / 36 minutos / 1.042 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Cafetera

Théophile Gautier


Cuento


Cuento fantástico

I

El año pasado me invitaron, junto a dos de mis compañeros de trabajo, Arrigo Cohic y Pedrino Borgnioli, a pasar unos días en un lugar remoto de Normandía.

El tiempo que, cuando nos pusimos en marcha, prometía ser excelente, cambió de repente, y cayó tanta lluvia, que los tortuosos caminos por los que avanzábamos eran como el lecho de un torrente.

Nos hundimos en el cieno hasta las rodillas, una capa espesa de tierra resbaladiza se pegó a la suela de nuestras botas, y su peso aminoró de tal modo nuestros pasos, que llegamos a nuestro lugar de destino una hora después de la puesta del sol.

Estábamos agotados; así es que nuestro anfitrión, al comprobar los esfuerzos que hacíamos para reprimir los bostezos y mantener los ojos abiertos, una vez que hubimos cenado, mandó que nos condujeran a cada uno a nuestra habitación.

La mía era muy amplia; sentí, al entrar en ella, como un estremecimiento febril, porque me pareció que entraba en un mundo nuevo.

Realmente, uno podía creerse en tiempos de la Regencia, viendo los dinteles de Boucher que representaban las cuatro Estaciones, los muebles de estilo rococó del peor gusto, y los marcos de los espejos torpemente tallados.

Nada estaba desordenado. El tocador cubierto de estuches de peines, de borlas para los polvos, parecía haber sido utilizado la víspera. Dos o tres vestidos de colores tornasolados, un abanico sembrado de lentejuelas de plata alfombraban el entarimado bien encerado y, ante mi gran asombro, una tabaquera de concha, abierta sobre la chimenea, estaba llena de tabaco todavía fresco.


Información texto

Protegido por copyright
7 págs. / 13 minutos / 255 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Jefe de la Caballería

Jenofonte


Tratado


En primer lugar, debes empezar por hacer un sacrificio a los dioses y pedirles que tus pensamientos, palabras y obras les sean muy gratos y favorables, honrosos y de la mayor utilidad para ti mismo, para tus amigos y para tu ciudad. Una vez que los dioses sean propicios, has de alistar soldados de caballería para que se complete el número previsto por la ley y no se reduzca la caballería actual, pues si no se consiguen nuevos jinetes, serán cada vez menos, ya que necesariamente unos se retiran por la edad y otros la dejan por diversos motivos.

Cuando esté cubierto el cupo de caballería, se ha de cuidar de que los caballos estén alimentados, a fin de que puedan soportar las fatigas; pues los que se dejen vencer por ellas, no podrán dar alcance ni escapar. Se ha de cuidar también de que sean útiles; pues, asimismo, los indóciles son aliados más bien de los enemigos que de los amigos. A su vez, los caballos que cocean al ser montados deben eliminarse, ya que muchas veces ésos causan mayores daños que los enemigos. Es preciso también cuidarse de sus cascos para que puedan cabalgar, incluso, en zonas escabrosas, sabiendo que, cada vez que sientan molestias cuando son montados, ya no son útiles.

Además, cuando se tengan los caballos con las cualidades requeridas, se ha de ejercitar a los jinetes, primero, para que sepan saltar sobre el caballo; pues la salvación para muchos se debe a esto; segundo, para que puedan cabalgar en toda clase de terrenos; porque las guerras se desarrollan cada vez en terrenos diferentes. Y cuando estén en condiciones de montar, es necesario, asimismo, preocuparse de que lancen a caballo la jabalina con la mayor rapidez posible y puedan hacer las demás cosas que necesitan los soldados de caballería.


Información texto

Protegido por copyright
23 págs. / 41 minutos / 304 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Agesilao

Jenofonte


Historia


Sé que no es fácil escribir el elogio que merece la virtud y fama de Agesilao, pero sin embargo se ha de intentar, pues no estaría bien que por ser un varón cabal no tuviera, al menos, la suerte de conseguir elogios mucho más modestos.

Realmente, sobre su nobleza, ¿qué elogio mayor y más bello se podría decir que el que aún hoy se recuerde que fue el número tal a partir de Heracles, uno de sus ilustres antepasados, y que éstos no fueron simples particulares sino reyes decendientes de reyes? Y ni siquiera se le puede reprochar a su nobleza el que realmente sean reyes, pero reyes de una ciudad cualquiera; al contrario, así como su familia es la más estimada de su patria, también su ciudad es la más famosa de la Hélade; de modo que no son primeros entre segundones sino guías de guías.

Por esta fama particular y por la común, su patria y su linaje son dignos de elogio. Efectivamente, su ciudad nunca intentó abolir su poder por recelo de los honores presentes que recibían, y ellos, los reyes, nunca tuvieron mayores aspiraciones que aquellas que recibieron con la corona. En verdad, ningún otro régimen democrático ni oligárquico ni tiránico ni monárquico se ha visto perdurar sin división. Únicamente permanece incólume esa corona. Existen las siguientes pruebas de que Agesilao era digno del trono antes de acceder al poder. En efecto, tras la muerte del que era rey, Agis, se disputaron la corona Leotíquidas, por ser hijo de Agis, y Agesilao, por serlo de Arquidamo, pero la ciudad consideró que Agesilao era preferible, por su linaje y virtud, y lo erigió rey. Y si fue considerado por los mejores digno del cargo más hermoso en la ciudad más poderosa, ¿qué clase de pruebas de su virtud, en el período anterior a la toma del mando, se necesitan aún?


Información texto

Protegido por copyright
29 págs. / 52 minutos / 309 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Arria Marcella, Recuerdo de Pompeya

Théophile Gautier


Cuento


Tres jóvenes, tres amigos que habían viajado juntos a Italia, visitaban el año pasado el museo Studii de Nápoles donde se hallan reunidos los diversos objetos antiguos exhumados de las excavaciones de Pompeya y Herculano.

Se habían dividido a través de las salas y contemplaban los mosaicos, los bronces, los frescos de las paredes de la ciudad muerta, según les dictaba su capricho, y cuando uno de ellos había hecho un descubrimiento curioso, llamaba a sus compañeros con gritos de alegría, escandalizando a los taciturnos ingleses y a los tranquilos burgueses dedicados a hojear su catálogo.

Pero el más joven de los tres, detenido ante una vitrina, parecía no oír las exclamaciones de sus amigos, absorto como estaba en una contemplación profunda. Lo que examinaba con tanta atención, era un fragmento de ceniza negra solidificada que tenía una forma especial: era como un pedazo de molde de estatua roto por la fundición; la mirada experta de un artista hubiera reconocido fácilmente la silueta de un seno admirable y de un costado de estilo tan puro como el de una estatua griega. Se sabe, y la más sencilla guía del viajero lo indica, que la lava, endurecida alrededor del cuerpo de una mujer, ha conservado su maravilloso contorno, Gracias al capricho de la erupción que destruyó cuatro ciudades, aquella noble forma, reducida a polvo desde hace casi dos mil años, ha llegado hasta nosotros; la curva de una garganta ha atravesado los siglos cuando tantos imperios desaparecidos no han dejado ni rastro… Aquel sello de belleza, puesto por el azar sobre la escoria de un volcán, no se ha borrado.

Al ver que se obstinaba en su contemplación, los dos amigos de Octavien se dirigieron hacia él, y Max, tocándole en el hombro, le hizo estremecerse como a un hombre sorprendido en su secreto. Evidentemente Octavien no había oído llegar a Max ni a Fabio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
34 págs. / 59 minutos / 332 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Novela de la Momia

Théophile Gautier


Novela


Señor Ernest Feydeau

Le dedico este libro, que por derecho le pertenece; al permitirme acceder a su erudición y a su biblioteca, me ha hecho creer usted que yo era sabio y que conocía el antiguo Egipto lo bastante para poder describirlo; siguiendo sus pasos, me he paseado por los templos, los palacios, los hipogeos, por la ciudad de los vivos y la ciudad de los muertos; usted levantó ante mí el velo de la misteriosa Isis y resucitó una gigantesca civilización desaparecida. La historia es suya, la novela mía; sólo he tenido que engastar con mi estilo, como con el cemento de un mosaico, las piedras preciosas que usted me proporcionó.

Th. G

Prólogo

—Tengo el presentimiento de que encontraremos en el valle de Biban al-Moluk una tumba inviolada —decía a un joven inglés de porte aristocrático un personaje mucho más humilde, mientras secaba con un gran pañuelo a cuadros azules su frente calva perlada de gotas de sudor, lo que hacía que pareciese una vasija de arcilla de Tebas a la que hubiesen llenado de agua.

—Que Osiris le oiga —respondió al doctor alemán el joven lord—. Es una invocación que podemos permitirnos delante de la antigua Diospolis Magna; pero son ya muchas las veces en que acabamos frustrados; los ladrones de tumbas siempre se nos han adelantado.

—Una tumba que no haya sido excavada ni por los reyes pastores, ni por los medos de Cambises, ni por los griegos, ni por los romanos, ni por los árabes, y que reserve para nosotros sus riquezas intactas y su misterio —continuó el sabio con un entusiasmo que hacía relucir sus pupilas detrás de los cristales azules de sus gafas.

—Y sobre la que usted publicará un artículo erudito que le situará en la ciencia de la arqueología a la altura de Champollion, de Rosellini, de Wilkinson, de Lepsius y de Belzoni —dijo el joven lord.


Información texto

Protegido por copyright
182 págs. / 5 horas, 19 minutos / 289 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Avatar

Théophile Gautier


Novela corta


I

Nadie podía comprender la enfermedad que minaba lentamente a Octave de Saville. No guardaba cama y llevaba un tren de vida normal; jamás una queja salía de sus labios, y sin embargo se desmejoraba a ojos vistas. Examinado por los médicos que le obligaba a consultar la solicitud de sus parientes y amigos, no acusaba dolencia concreta alguna, y la ciencia no descubría en él ningún síntoma alarmante: su pecho, al ser auscultado, emitía un sonido normal, y el oído aplicado a su corazón apenas sorprendía algún latido demasiado lento o demasiado precipitado; no tosía, no tenía fiebre, pero la vida se alejaba de él y huía por una de esas rendijas invisibles de que el hombre está lleno, según Terencio.

A veces un extraño síncope le hacía palidecer y quedarse frío como el mármol. Durante uno o dos minutos se le podía creer muerto; luego su mecanismo de relojería, detenido por un dedo misterioso, recobraba, ya sin obstáculo que lo impidiera, su movimiento y Octave parecía despertar de un sueño. Le mandaron a tomar las aguas; pero las ninfas termales no pudieron hacer nada por él. Un viaje que hizo a Nápoles no produjo mejores resultados. Su hermoso y famoso sol le había parecido negro como el del grabado de Alberto Durero; el murciélago que lleva escrita en su ala esta palabra: melancolía, azotaba aquel resplandeciente cielo azul con sus polvorientas membranas y revoloteaba entre la luz y él; se le heló el corazón en el muelle de la Mergellina, donde los lazzaroni medio desnudos se tuestan y dan a su piel una pátina de bronce.

Entonces volvió a su pequeño apartamento de la calle Saint-Lazare y recuperó, aparentemente, sus antiguas costumbres.


Información texto

Protegido por copyright
101 págs. / 2 horas, 57 minutos / 225 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

De la Caza

Jenofonte


Tratado


Invento de dioses, de Apolo y Ártemis, son la caza y los perros. Lo entregaron y honraron con él a Quirón a causa de su rectitud. Éste recibió el regalo con satisfacción y lo utilizó. Fueron sus discípulos en la caza y en otras nobles enseñanzas Céfalo, Asclepio, Melanión, Néstor, Anfiarao, Peleo, Telamón, Meleagro, Teseo, Hipólito, Palamedes, Menesteo, Odiseo, Diomedes, Cástor, Pólux, Macaón, Podalirio, Antíloco, Eneas y Aquiles. Cada uno de ellos fue honrado por los dioses en vida. Nadie se extrañe de que muchos de éstos murieran a pesar de ser gratos a los dioses, pues es la ley natural, pero grande fue su prestigio; ni tampoco de que no hayan alcanzado todos ellos la misma edad, pues la vida de Quirón sobrepasa a la de todos. Zeus y Quirón eran, en efecto, hermanos por parte del padre, aunque la madre de uno era Rea y la del otro, la ninfa Nais, de modo que Quirón había nacido antes que ellos, pero murió después, tras educar a Aquiles. Destacaron por el ejercicio de la caza y de los perros y por el resto de la educación, y fueron admirados por su virtud.


Información texto

Protegido por copyright
35 págs. / 1 hora, 1 minuto / 221 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Hierón

Jenofonte


Tratado, Filosofía


Un día el poeta Simónides visitó al tirano Hierón. En la conversación que mantuvieron ambos dijo Simónides:

—¿Querrías, oh Hierón, explicarme aquello que es natural que tú conozcas mejor que yo?

—Y ¿qué es eso, contestó Hierón, que realmente yo podría conocer mejor que tú, que eres tan sabio?

—Sé yo, replicó, que tú has sido un particular y que ahora eres tirano; es, pues, natural que tú que has probado ambos estados conozcas mejor que yo en qué se distinguen la vida del tirano y la del particular, en lo que se refiere a alegrías y penas.

—Y ¿por qué, replicó Hierón, tú no me recuerdas, asimismo, lo propio de la vida del particular, puesto que aún eres un particular? Pues creo que, en ese caso, yo te podría mostrar mucho mejor las diferencias que hay en una y en otra.

Entonces dijo Simónides:

—Creo haber observado, oh Hierón, que los particulares disfrutan y se apenan con las imágenes por los ojos, con los sonidos por lo oídos, con los alimentos y bebidas por la boca, y en cuanto a los placeres amorosos, por los órganos que todos sabemos. Respecto a lo frío y a lo cálido, a lo duro y a lo blando, a lo ligero y a lo pesado, a mi entender, también consideramos que disfrutamos y sufrimos por ellos con el cuerpo entero. De los bienes y males, unas veces creemos disfrutar por el alma sola, otras, al contrario, sufrir y otras, también, por el alma y el cuerpo en común. Que disfrutamos del sueño pienso que nos damos cuenta, pero cómo, con qué y cuándo, eso creo que, más bien, lo ignoramos, dijo. Y quizás no tiene nada de extraño, ya que las sensaciones se nos presentan más nítidas cuando estamos despiertos que cuando estamos durmiendo.

A esto respondió Hierón:


Información texto

Protegido por copyright
22 págs. / 39 minutos / 232 visitas.

Publicado el 20 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

12