La Abuela
Javier de Viana
Cuento
Al maestro Juan Zorrilla de San Martín.
Después de almorzar, se acostó á dormir la siesta inveterada;
pero quizás por el cansancio de los dos «lavados» de la mañana, y quizás
también por el enervante calor de la tarde, se le pasaron inadvertidas
las horas, y cuando se dispuso á «poner los güesos de punta», ya el sol
«íbale bajando el recado al mancarrón del día».
Eso le dió rabia.
Con malos modos, juntó la leña para hacer el fuego, y de gusto, no más, echó sobre el trashoguero, una rama verde de higuera, para que humease, dándole motivo al rezongo.
Entretanto, puso la pava junto á los troncos encendidos; limpió el asador con la falda de la pollera; ensartó un trozo de costillar de oveja, flaco, negro y reseco; clavó el fierro junto al fogón, le acercó brasas, y luego, abandonando la cocina humosa, fuese hacia el guardapatio, para recostarse en un horcón del palenque, y mirar hacia afuera, hacia lo lejos, en intensa y muda interrogación á lo infinito de las colinas y de los llanos que amarillaban por delante.
Así permaneció mucho tiempo doña Carmelina.
Excelente persona doña Carmelina, y con una de esas historias que ofrecen la interesante complicación de lo que el vulgo—incapaz de comprender tragedias anímicas—llama vida vulgar.
Era vieja doña Carmelina, muy vieja. Era alta, flaca y rígida. La edad y las penas la habían extendido, suprimiendo las curvas en que nuestra concepción estática cifra la belleza de un cuerpo femenino; ella era larga y lisa como el tronco de un álamo.
Dominio público
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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.