Textos más populares esta semana publicados el 20 de agosto de 2022

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fecha: 20-08-2022


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La Caza del Tigre

Javier de Viana


Cuento


Al doctor Martin Réibel, cariñosa y agradecidamente.


Siempre fué pago temido el «Rincón de la Bajada»; siempre fué escasa y difícil la vigilancia policial y en todo tiempo abundaron los robos y los crímenes; pero desde que el país ardía en guerra civil, aquello habíase convertido en lugar de perennes angustias.

La escasa fuerza de policía, militarizada, se marchó, formando parte de la división departamental. De los hombres del pago, unos habían sido tomados por el gobierno para el servicio de las armas, otros se habían incorporado á las filas revolucionarias y muchos ganaron los montes ó huyeron al extranjero. En la comarca desolada, sólo quedaron las mujeres, los niños y los viejos, muy viejos, inservibles hasta para arrear caballadas.

El «Rincón de la Bajada», ubicado en un paraje excéntrico, por donde no era nada probable que se aventurasen fuerzas armadas, quedó á entera disposición del malevaje. Y aún cuando hubiera ido gente de afuera, escaso riesgo correrían los bandidos, perfectos conocedores de aquel feo paraje.

Una sierra, de poca altura, pero abrupta y totalmente cubierta de espinosa selva de molles y talas, cerraba el valle por el norte y por el este, formando muralla inaccesible á quien no conociera las raras y complicadas sendas que caracoleaban entre riscos y zarzas. Al oeste y al sur, corría un arroyo, nacido de las vertientes de la sierra; un arroyo insignificante, en apariencia, y en realidad temible. No ofrecía ningún vado franco; apenas tres ó cuatro «picadas» que, para pasarlas, era menester que fuesen baqueanos el jinete y el caballo.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Cosas de Negro

Javier de Viana


Cuento


A Juan C. Guerreño.


El demonio de la sequía mortificaba á la comarca. Cien y taños días transcurridos sin llover, mientras el sol besaba cotidianamente la tierra con sus labios de fuego, dejaron las sementeras pálidas, lánguidas, mustias, exhaustas, sin potencia para germinar, idénticas á mujeres consumidas y esterilizadas con la excesiva prolongación del deliquio amoroso.

El hacendado opulento que veía pasar los días, consagrada la peonada a la ingrata labor del «cuereo», y que al recorrer el campo observaba el suelo amarillo, agrietado, loco de sed, sobre el cual erraban lentamente los vacunos flacos y tristes, apenábase, sin duda, porque aquella calamidad le absorbía todo el rendimiento del año, la ganancia esperada como justa recompensa del capital expuesto y del diario afanoso laborar.

Pero para el mísero chacarero, la perspectiva era más desconsoladora aún; su cosecha es su pan, el pan del año entero, el fruto obtenido á trueque de penas infinitas. La pérdida de la cosecha, era la miseria sonriéndole sarcásticamente desde aquel cielo azul, sin nubes, árido, inclemente.

¡No llovía!...

A veces nublábase el firmamento y las gentes salían al patio y observaban ansiosas, mudas, reteniendo la respiración «para no ahuyentar la tormenta». Hasta los perros se quedaban quietitos, sentados sobre las patas traseras, agitados los flancos, escarlata los ojos y media cuarta de lengua afuera.

Solían caer unas gotas de agua, á cuyo contacto la tierra dejaba encapar un vaho capitoso. Pero casi de seguida borrábase el aspecto caliginoso del cielo y tornaba el sol á vomitar fuego sobre las campiñas desesperadas.

Sólo las ovejas estaban contentas, comiendo raíces y sin importárseles un ardite de la ausencia del agua.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Como un Tiento á Otro Tiento

Javier de Viana


Cuento


A Carlos M. Pacheco.


Ladislao Melgarejo, fué uno de esos hombres-cosas, cuya existencia transcurre á merced del mundo exterior: un tronco que la corriente del arroyo arrastra y deposita en cualquier parte, una hoja seca que el viento levanta y transporta á su capricho.

No se crea por eso que Ladislao fuese un insensible, deprovisto de anhelos, obedeciendo indiferente á fuerzas extrañas, á la manera del perro que sigue al amo á donde va el amo, porque para él, tanto da ir á un lado ó á otro. Al contrario, pecaba más bien de impresionable y si de continuo sacrificaba sus preferencias, era por causa de una anemia volutiva innata.

De carácter pacífico al extremo, le obligaron á ser soldado y como tal, hizo toda la campaña del Paraguay donde cumplió con su deber, exponiendo diariamente la vida, sin un desfallecimiento, sin una rebelión y también sin una jactancia. Su comportamiento heroico no le enorgullecía; no le encontraba mérito porque no era obra suya, ni le interesaba: iba porque lo obligaban á ir y cumplía á conciencia su trabajo, obedeciendo al jefe, su Patrón en aquel momento, como había obedecido á sus patrones anteriores, como obedecería á sus patrones futuros, acatando las órdenes con la sumisión impuesta por su alma de peón. Cuando pasaba de sol á sombra hachando ñandubays, en las selvas de Montiel y cuando hacía fuego en los esteros paraguayos, el caso era el mismo. Así como volteaba árboles, sin preocuparse de lo que con ellos haría el patrón, así volteaba hombres después con igual indiferencia: siempre trabajaba por cuenta ajena.

Cuando terminó la guerra y lo licenciaron, sin ofrecerle recompensa alguna, encontró aquello muy natural, tan natural como marcharse de una estancia después de concluida la esquila ó abandonar el bosque una vez cortados los postes convenidos.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Como se Puede

Javier de Viana


Cuento


A Julio Sánchez Gardell.


«Hombres muy honraos, los hay dejuramente, pero ande pisa el viejo don Emiliano hay que hacerse á un lao».

Esa frase repetíase casi indefectiblemente, cada vez que en Pago Ancho se mentaba á don Emiliano Ramirez, considerado y respetado como el prototipo de la equidad, como el celoso guardador de la vieja hidalguía gaucha. Su hijo, Sebastián, la había oído cien veces, y cuando don Emiliano murió, se propuso conservar esa reputación, más valiosa que el reducido bien heredado.

Mantuvo con empeño el propósito, y los resultados le convencieron de que la deshonestidad no es nunca oficio productivo. Gracias á su conducta y á su laboriosidad extrema, logró duplicar su patrimonio y á los treinta años, poseía, no una fortuna, pero si la base de ella y por lo tanto un pasable bienestar.

Más ó menos á esa edad se casó con Etelvina, una morocha de veinte años, hija de un chacarero vecino, linda como durazno maduro y alegre como chingolo.

Durante cuatro años vivieron felices, salvo pequeñas y fugitivas tormentas domésticas, motivadas casi siempre por reproches de Sebastián á las frecuentes injusticias de Etelvina en su trato con peones y peonas. Ella era autoritaria y soberbia y las frases hirientes se escapaban á menudo de sus labios.

—¡Pa eso son peones!—respondía.

—No;—replicaba buenamente su marido—son peones p'hacerlos trabajar, no pa insultarlos.

—¿Y si no hacen las cosas bien?

—Se les despide y se buscan otros.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Odisea de Juan Romero

Manel Martin's


Novela


En muchas ocasiones he escuchado la frase:
Los caminos del señor son infinitos.
Yo añadiría, pero según para quien.

Prologo

En abril de mil novecientos treinta y seis fue planeado definitivamente el golpe de estado en España, por los generales pertenecientes a la UME. El golpe se llevó a cabo el dieciocho de julio. El noroeste de la península se unió rápidamente a los golpistas mientras por el sur Huelva Cádiz y parte de la provincia de Sevilla sufrieron el desembarco de las tropas de África y pronto pasaron al dominio de los rebeldes, desde allí iniciaron la conquista del oeste de la península para unir los dos frentes, Zafra, Mérida, Badajoz y Talavera de la Reina entre otros, sufrieron la barbarie de las tropas africanas mandadas por el comandante Castejón y por el coronel Yagüe, más conocido como “el carnicero de Badajoz”. Nueve meses más tarde añadieron a su dominio Córdoba, la parte no conquistada de la provincia de Sevilla y Málaga.

Cuando existe un conflicto armado, aquellas personas más atrevidas o ciegas con menos personalidad para decidir por sí mismos o con unas ideas fijas en su interior, aunque no lo reconozcan o les cueste reconocerlo se convierten en “dictadores o lacayos de otros” son los primeros que toman las armas para defender sus ideas, o las de aquellos en quienes creen ciegamente, incluso a costa de la vida de los demás, lo cual les convierte también en verdugos. ¿Cómo podemos saber quién es dictador y quién no? Es muy sencillo y tenemos muchas muestras de ellos; quienes no admiten ni consienten y por lo tanto no toleran, que puedan coexistir otras personas que piensen de modo distinto a ellos, como tener otro dios, otra forma de gobierno u otras normas de convivencia, diferentes a las suyas. La historia está llena de ejemplos de dictadores y los seguimos teniendo, por los ciegos sin personalidad que creen todo cuanto les dicen.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

A los Tajos

Javier de Viana


Cuento


A Joaquín de Vedia.


—A la sota...—indicó Sebastián.

El tallador, manteniendo el naipe apretado sobre la mesa con la mano izquierda, desparramó con la derecha los billetes y la moneda que constituían la banca.

—Hay cincuenta pesos,—dijo; y luego, siempre en la misma actitud de las manos, levantó la vista, la fijó con insistencia en el mozo y preguntó con sorna:

—¿Cuánto?

—Copo,—respondió Sebastián con voz ronca.

Lucas, el tallador, sin cambiar de postura ni de tono, agregó:

—Poniendo... estaba una gansa.

Súbitamente enrojecido el rostro, centellantes los ojos, el mozo gritó:

—¿No tiene confianza en mí?..

Inmutable, Lucas, sin alterarse, ni hacer caso de la alteración de su contrario, explicó:

—En la carpeta sólo le tengo confianza á la plata.

El mozo se desprendió el tirador en que lucían cuatro onzas de oro y lo arrojó sobre la mesa preguntando:

—Alcanza pa cubrir la parada?... '

—Alcanza y sobra,—respondióle tranquilamente el tallador;—me doy güelta... Una sota contra un tres nunca se vido ganar.. Un seis... pa naides sirve... un cuatro... un dos revueno... Y siguen los pares, como güeyes... y un cinco... y van cáindo blancas... Aurita no más atropella el negrumen... ¡Y y’astuvo... ¡un rey!... no asustarse! ¡Otro cuatro!... ¿Quiere abrirse, compañero?...

—No soy mujer,—respondió airadamente el mozo; y el tallador, sonriendo con frialdad, replicó:

—Me gusta la gente corajuda... y con plata pa parder... ¡El tres! La sota es mujer y es caprichosa... ¿Doy en tres por el resto?...

—Pago.

—Va la carta... Una... Dos... y tres... un caballo pa naides, un as pal mesmo... y aquí está de nuevo el tres... un tres de oros, amigo.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Zonzo Malaquías

Javier de Viana


Cuento


A Víctor Pérez Petit.


En la estancia del Palmar, donde nos criamos juntos, á Malaquías, el hijo de la peona, le llamaban el zonzo, desde que era chiquito.

Teníamos más ó menos la misma edad, estábamos juntos casi siempre y yo nunca pude explicarme por qué lo llamaban «El zonzo».

Cierto que era petizo, panzudo, patizambo, cargado de espaldas, la cara como luna, la nariz chata, ojos de pulga y el labio inferior siempre caído y húmedo, semejante al befo de un ternero que concluye de mamar; verdad que caminaba tardo, balanceándose á derecha é izquierda, al igual de una pata vieja; innegable que su risa era idiota,—y reía siempre—y que su voz era ridiculamente gruesa, pero... á mi no me parecía zonzo, y tenía mis motivos para opinar de ese modo.

En la estancia se amasaba todos los sábados y era costumbre darnos una torta á cada uno. Malaquías, que era un voraz, devoraba la suya en pocos minutos, y luego venía á pedirme que le diese algo de la mía; durante un tiempo, accedí, pero una vez, cansado de soportar aquella contribución á la angurria, ó con más apetito, quizá, me negué á la dádiva. Entonces, el muy canalla, se puso á gritar como un marrano á quien le turcen el rabo, y cuando acudieron mi padre, y la madre de él y los peones, contó, entre hipo é hipo, con su voz de bordona floja.

—Patroncito... ¡hip! ¡hip! ¡hip!... me quitó... ¡hip! ¡hip! ¡hip!... ¡me robó mi torta!

Como la mía estaba casi intacta, se le dió fé; mi padre me la quitó y se la pasó al idiota, propinándome á mí un par de mojicones para enseñarme á «no abusar de mi condición de hijo del patrón».

Y de esas me hizo mil, de tal modo que casi siempre el «hijo de la peona», el zonzo Malaquías lo pasaba mejor que el hijo del patrón.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

El Tiempo Perdido

Javier de Viana


Cuento


A mi amigo José de Arce.


Quedaba aún ancha franja de día, cuando Regino, concluido de estirar un alambre, dijo á los peones:

—Dejemos por hoy... Tengo ganas de cimarronear.

Los peones recogieron las herramientas, echaron los sacos al hombro y se encaminaron á las casas, alegres y agradecidos al patrón que les ahorraba una hora de trabajo, pesado bajo la atmósfera caldeada de un día de enero. Y mientras ellos penetraban en el galponcito recién techado y en cuyo piso aún vivía la gramilla, Regino fué á echar una ojeada á las construcciones.

Albañiles y carpinteros trabajaban activamente, á la luz rojiza del crepúsculo, brillaban las tejas del techo y el blanco de las paredes, sombreado en partes por el ombú centenario, único sobreviviente del viejo puesto, demolido para dar sitio al edificio moderno, cabeza de estancia, que hacía edificar Regino Morales, dueño, á la sazón, de aquellos campos en que sus padres y sus abuelos habían sido miserables agregados. Cuando él volvió al pago, ni rastros quedaban de la familia. El rancho no tenía ya techo, y las paredes de terrón estaban caídas ó gastadas por el continuo rascar de los vacunos. A la derecha de la tapera una gran circunferencia gris de plata, una copiosa vegetación de abre puño y revienta-caballo denunciaban un antiguo rodeo de ovejas; y á los fondos, el verde negro de un bosquecillo de ortigas daba testimonio del basurero. Todo lo demás era muerto, excepto el ombú, sombrío, persistente, símbolo de la raza brava y sobria que se va extinguiendo.

Regino inspeccionó los trabajos y luego fué al galpón, aceptó un mate, que sorbió á prisa y salió.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

Última Campaña

Javier de Viana


Cuento


—Siguiendo el Avestruz abajo, abajo, como quien va pal Olimar... ¿ve aquella eslita 'e tala, pallá de aquel cerrito?... Güeno, un poquito más pa la isquierda va encontrar la portera, qu'está al laíto mesmo 'e la cañada, y dispués ya sigue derecho pa arriba por la costa 'el alambrao.

—¿Y no hay peligro de perderse?

—¡Qué va 'aber! Dispués de pasar la portera y atravesar un bajito, va salir á lo 'e Pancho Díaz, aquellos ranchos que se ven allá arriba, y dispués deja los ranchos á la derecha y dispués de crusar la cuchillita aquella que se ve allá... ¿no ve... paca de aquellos árboles?... sigue derecho como escupida de rifle y se va topar la Estancia del coronel Matos en seguidita mesmo.

—Gracias, amigo. Hasta la vista.

—De nada, amigo. Adiosito.

Cambiáronse estas palabras entre dos viajeros, desconocidos entre sí, y á quienes la casualidad había puesto un momento frente á frente en medio de un camino.

Uno de ellos—paisano viejo, vecino de las inmediaciones—se alejó rumbo al Norte, cantando entre dientes una décima de antaño; y el otro, joven que trascendía á pueblero y casi á montevideano—no obstante la bota de montar, la bombacha, el poncho, gacho aludo y pañuelo de golilla—, continuó hacia el Sur, castigando al bayo que trotaba por la falda de un cerro pedregoso.

Se estaba haciendo tarde; una llovizna fastidiosa mojaba el rostro del viajero, y un viento frío que corría dando brincos entre las asperezas de la sierra, le levantaba las haldas del poncho, que se le enredaba en el cuello, ó le cubría la cabeza, obligando á su brazo derecho á continuo movimiento de defensa.

Malhumorado iba el joven, quien, para colmo de incomodidades, luchaba vanamente con el viento por encender un cigarrillo, que al fin hubo de arrojar con rabia después de haber gastado la última cerilla.


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Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

La Abuela

Javier de Viana


Cuento


Al maestro Juan Zorrilla de San Martín.


Después de almorzar, se acostó á dormir la siesta inveterada; pero quizás por el cansancio de los dos «lavados» de la mañana, y quizás también por el enervante calor de la tarde, se le pasaron inadvertidas las horas, y cuando se dispuso á «poner los güesos de punta», ya el sol «íbale bajando el recado al mancarrón del día».

Eso le dió rabia.

Con malos modos, juntó la leña para hacer el fuego, y de gusto, no más, echó sobre el trashoguero, una rama verde de higuera, para que humease, dándole motivo al rezongo.

Entretanto, puso la pava junto á los troncos encendidos; limpió el asador con la falda de la pollera; ensartó un trozo de costillar de oveja, flaco, negro y reseco; clavó el fierro junto al fogón, le acercó brasas, y luego, abandonando la cocina humosa, fuese hacia el guardapatio, para recostarse en un horcón del palenque, y mirar hacia afuera, hacia lo lejos, en intensa y muda interrogación á lo infinito de las colinas y de los llanos que amarillaban por delante.

Así permaneció mucho tiempo doña Carmelina.

Excelente persona doña Carmelina, y con una de esas historias que ofrecen la interesante complicación de lo que el vulgo—incapaz de comprender tragedias anímicas—llama vida vulgar.

Era vieja doña Carmelina, muy vieja. Era alta, flaca y rígida. La edad y las penas la habían extendido, suprimiendo las curvas en que nuestra concepción estática cifra la belleza de un cuerpo femenino; ella era larga y lisa como el tronco de un álamo.


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3 págs. / 6 minutos / 36 visitas.

Publicado el 20 de agosto de 2022 por Edu Robsy.

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