Textos por orden alfabético inverso publicados el 21 de febrero de 2025

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fecha: 21-02-2025


Textos Póstumos

Felisberto Hernández


Cuentos, colección, miscelánea


Úrsula

Úrsula era callada como una vaca. Ya había empezado el verano cuando yo la veía llevar su cuerpo grande por una calle estrecha; a cada paso sus pantorrillas se rozaban y las carnes le quedaban temblando.

A mí me gustaba que se pareciera a una vaca. Una noche que el cielo estaba bajo y se esperaba la lluvia, un auto descargó sus focos sobre el cuerpo de Úrsula. Ella dio vuelta la cabeza y en seguida corrió para un lado de la calle estrecha; parecía una vaca sacudiendo las ubres. El auto se detuvo y alguien, desde adentro, preguntó algo. Úrsula contestó moviendo la cabeza; estaba rodeada del polvo que había levantado y se veía brillar las córneas de sus grandes ojos. Después yo me quedé entre unos árboles bajos hasta que llegó la lluvia. Úrsula volvería a pasar al otro día. Yo oía el ruido de gotas gordas tragadas por el polvo y me había agachado como si los árboles fueran capuchones que me pesaran sobre los hombros. Pensé en mi casa; a cada instante yo elegía en ella lugares y libros que aún no conocía. Y cuando estaba desasosegado subía una escalera de caracol que en vez de baranda tenía colgada en el centro una cuerda gruesa. A veces me quedaba un rato agarrado a ella y me parecía que esperaba el momento de subir un telón. Después entraba a una de las habitaciones y me tiraba en la cama.

Aquella noche yo oía la lluvia desde un sillón acolchado y pensaba en Úrsula. La primera vez que la vi ella estaba sentada a la mesa en el mismo restorán donde comía yo. Su cuerpo parecía haberse desarrollado como los alrededores de un pueblo por los cuales ella no se interesaba.


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Dominio público
127 págs. / 3 horas, 43 minutos / 13 visitas.

Publicado el 21 de febrero de 2025 por Edu Robsy.

LA SALVACIÓN EN LOS TIEMPOS DE LA POST-GRACIA

Víctor Salmerón


Literatura, ficción, ficción por genero, psicológico, religión, psicopatía, mesías


"Pensó en su antigua casa. En aquella morada de adobe que ya no pertenecía a su padre. La casa, que alguna vez fue de adobe, había sido reemplazada por paredes de bloque frío e indiferente. Es curioso cómo la gente suele llamar "su casa" al hogar de la infancia, aunque tantas veces ya no lo sea. Siempre creyó que seguía siendo suya, pero la realidad era otra: ahora pertenecía a Celestino Blanco. Qué distante y extraña le resultaba, no solo por la lejanía física, sino por lo que el tiempo había borrado. El recuerdo, un batiburrillo de neblina mal cocinada, se deshacía antes de tomar forma. Pero, aun en la evidente lejanía, el recuerdo de la casa se extendía como una atarraya lanzada al pasado, que traía consigo memorias reacias al olvido: la abuela en la cocina, la huerta en plena vida, la quebrada serpenteante, Lucio y su hondilla asesina, los abismos que se tragaron la carne de su hermano, el volcán imponente y los lomos arañados de los cerros en invierno. 

En aquella casa, el ruido crecía y se movía como un ser vivo, dueño absoluto de cada rincón. Rebotaba en las paredes y, como un fiel fugitivo, le daba por colarse entre las rendijas que hallaba a su paso. Era macizo como una roca y tan vigoroso y desarrollado como un hombre en la plenitud de sus treinta años. Comenzaba a gatear con los primeros cantos del gallo, el zapateo incesante en la cocina y el crujir mojigato de la leña en la hornilla, sacrificada diariamente al dios café. Hacia las tres de la madrugada comenzaba su andanza, pero perdía fuerzas en las piernas hacia las diez, cuando terminaban de rezar El Rosario. A las once, el silencio pontificio permitía escuchar el canturrear de los grillos, el ladrar chirriante de los perros y el hervor de perol de tamales infernal de los adultos en sus camas; aquel clima sofocante,  lleno de sonidos discordantes, al cabo de unos minutos se volvía enojoso". 





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Publicado el 21 de febrero de 2025 por Víctor Salmerón .