Pues Señor...
Alejandro Larrubiera
Cuento
I
Érase que se era un hombre tan pobre que no tenía un céntimo, ni poseía cosa mejor que un traje todo girones, remiendos y corcusidos.
El hombre, por las mañanas, al levantarse del montón de heno que le servía de cama en lo hondo de una cueva, preguntábase invariablemente con inquietud de sobra justificada:
—¿Comeré hoy?...
Salía de la cueva é íbase á la ciudad, en donde se dedicaba á recitar con voz de hambriento, que es la voz más sombría y cascada que se conoce, romances, en los cuales se contaban maravillas de Eoldán, Gaiferos, Blancaflor, Merlín y Aladino: gente sí reunía el pobre hombre, que nunca faltan desocupados que con tales historias se queden boquiabiertos; lo que no reunía era un solo perro chico con que remediar su infelicísima suerte. Discurría socarronamente el concurro, que no debía necesitar de su auxilio quien se pasaba la vida entreteniéndole con tan fantásticas coplas, y Basilio —así se llamaba el malaventurado y parlante romancero— si quería comer tenía que mendigar las sobras de los hartos y blandos de corazón.
Parientes no se le conocían á Basilio, así como tampoco mujer alguna que con él compartiese su mísero destino.
Y no obstante, el mendigo, cada vez que recitaba en sus romances amores más ó menos extraordinarios, endulzaba la voz y en los ojos brillábale un deseo jamás confesado ni nunca satisfecho.
Si alguna pareja de novios se detenía en su corro, la miraba entre hosco y complaciente.
—¿Por qué no te casas? —hubo de preguntarle uno de tantos prójimos como en el mundo se desviven por averiguar lo que nada les importa.
—Eso no reza conmigo —replicó el hombre suspirando.
—¡Que! ¿No te gustan las mujeres?...
—¡Muchísimo!... —afirmó Basilio con vehemente sinceridad.
—Entonces...
—Yo no encontraré jamás una mujer que me quiera, porque jamás la he de buscar.
Dominio público
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Publicado el 22 de septiembre de 2022 por Edu Robsy.